Este evangelio fue escrito por el discípulo de quien fue dicho que "Jesús lo amaba".
Juan fue el amigo íntimo más cercano de nuestro Señor durante los días de Su ministerio; ello implica que es un evangelio muy importante.
Juan: ¿Quién es este Hombre?
Resumen de Recorriendo la Biblia
Por muy diversos motivos, el cuarto Evangelio tiene un especial significado para mí, pero sobre todo debido a que fue escrito por el discípulo más cercano al corazón del Señor. Al leer el Evangelio de Mateo, leemos el relato de nuestro Señor visto a través de los ojos de un discípulo devoto. Marcos y Lucas, por cierto, fueron cristianos dedicados que conocieron y amaron a Jesucristo, aunque aprendieron acerca de Él principalmente gracias al testimonio de otros, pero Juan fue el que aprendió apoyándose en Su pecho. Pertenecía al círculo interno que incluía a Pedro y a Jacobo, que pasaron con el Señor por las circunstancias más íntimas de Su ministerio y oyeron más que los otros. Por lo tanto, este libro lo abrimos con un sentimiento de expectación porque en él hallamos el testimonio de los amigos más íntimos del Señor.
A la vista de esto, es sorprendente ver de qué modo empieza el Evangelio de Juan:
En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. (Juan 1:1)
Algunas veces pienso que resulta difícil creer que Jesús es Dios. Sé que no hay ni un solo cristiano que en una ocasión u otra no haya sentido el impacto de todos los argumentos que le convierten solo en un hombre. Hay ocasiones en las que nos cuesta trabajo comprender la intención completa de esas palabras y pensar en Jesús como Dios.
Pero si nosotros lo encontramos difícil, ¿cuánto más no lo encontrarían Sus discípulos? Ellos, de todos los hombres, serían a los que posiblemente les costaría más trabajo creer que fuese Dios, porque vivían con Él, veían Su humanidad como ninguno de nosotros la hemos visto ni jamás la veremos. Debieron de enfrentarse repetidamente con un tema que les intrigaría y les preocuparía: "¿Quién es este hombre?". Como ellos mismos dijeron: "¿Qué clase de hombre es este que sana a los enfermos, resucita a los muertos, y hasta los vientos y el mar le obedecen?".
Con frecuencia me los he imaginado tumbados bajo las estrellas con nuestro Señor en una noche de verano junto al Mar de Galilea. Me imagino a Pedro o a Juan o incluso a uno de los otros despertándose en medio de la noche, apoyándose sobre un codo, y al contemplar al Señor Jesús durmiendo junto a ellos, diciéndose a sí mismo: "¿Es esto verdad? ¿Es posible que este hombre sea el Dios eterno? ¿Cuál es el secreto de Su ser, el misterio de Su venida?". No es de sorprender que se sintiesen intrigados por Él y que hablasen continuamente entre ellos acerca del misterio de Su ser.
Pero la evidencia de lo que veían y oían resultaba tan abrumadora y convincente que cuando llegaron al final de la historia, cuando Juan empezó a poner por escrito los recuerdos de aquellos días extraordinarios, comenzó declarando la deidad de Jesús: "Él estaba al principio. Era el Verbo que estaba con Dios, que estaba en el principio con Dios y era Dios".
Ese es el tema de este Evangelio de Juan. En Mateo vemos al Señor como Rey, en Marcos le vemos como el Siervo, siempre ocupado y sumido en una incesante actividad, en Lucas vemos la perfección de Su humanidad, el Hombre tal y como Dios pretendía que fuese. Pero ahora, en el Evangelio de Juan, vemos cómo entra en el Lugar santísimo, y nos enteramos del secreto de Su vida.
La clave del Evangelio de Juan se encuentra en el penúltimo capítulo, y este breve Evangelio tiene dos finales. Juan añade una posdata, que llamamos el capítulo 21. Tiene que ver con ciertas cosas que sucedieron después de la resurrección, pero Juan había acabado Su Evangelio con estas palabras:
Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo [que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios], tengáis vida en su nombre. (Juan 20:30-31)
Este es el doble propósito de este libro. Primero, Juan se dispone a presentar la evidencia de por qué cualquier hombre en cualquier lugar puede creer totalmente y de todo corazón que Jesús es el Cristo, o para usar la forma hebrea, el Mesías, el Ungido, el Prometido. El segundo propósito es mostrar que es el Hijo de Dios.
Actualmente se concede una gran importancia al término "Hijo de Dios", como si hubiese una distinción entre Dios y el Hijo de Dios, pero ningún hebreo lo entendería jamás de esa manera. Para los hebreos, llamar a alguien el "hijo" de algo representaba que se identificaba o era idéntica a esa cosa o esa persona. Bernabé fue nombrado "Hijo de Consolación". Ese es el significado de su nombre. ¿Por qué? Porque era esa clase de hombre, un hombre al que le gustaba animar y consolar a sus semejantes. Su mote representa el epítome de la consolación; era la expresión de esa idea.
Para los hebreos, el uso de este término, el Hijo de Dios, quería decir: "Este es Dios". Por eso es por lo que, invariablemente, cuando nuestro Señor usa ese término acerca de Sí mismo, se ve desafiado por los escribas y los fariseos incrédulos, que le dicen: "¿Quién eres? ¿Quién te crees que eres? ¿Por qué te haces igual a Dios?". Pues claro que lo hacía porque es precisamente lo que quiere decir el título.
Al disponerse a demostrar este hecho, Juan se vale del principio de la selección. Deja que su mente repase aquellos tres años y medio extraordinarios durante los cuales estuvo con el Señor. Mateo, Marcos y Lucas habían escrito ya sus Evangelios, pero Juan no escribió el suyo hasta la última década del primer siglo. Lo escribió cuando era ya anciano, recordando estos acontecimientos.
Por supuesto, los críticos se han valido de este hecho para decir que no podemos depender del Evangelio de Juan, porque es el relato de un anciano que está intentando recordar acontecimientos que tuvieron lugar en su juventud. Sin embargo, no olvidemos que estos acontecimientos estuvieron en los labios, en el corazón, en la lengua y en la memoria del apóstol Juan cada día después de que sucediesen, y estaba siempre hablando sobre ellos, y los escribió con el propósito de unificar el relato que habían escrito Mateo, Marcos y Lucas.
Fíjense en qué modo los divide. Jesús es el Cristo; ese es el primer tema. Era la pregunta en labios de los hombres de los tiempos de Juan, la pregunta que dividía a los judíos. Las figuras más destacadas se estaban preguntando: "¿Es este al que esperábamos? ¿Es este el Cristo?". Sabían que había una profunda sensación de expectación a lo largo de todo el Antiguo Testamento, que decía siempre de un modo u otro: "¡Alguien va a venir! ¡Alguien va a venir!". Al final del libro de Malaquías, vemos que está en el aire la pregunta: "¿Quién es Este que ha de venir?".
En los días de Juan, las gentes se sentían conmovidas por la aparición de Juan el Bautista, y le preguntaron: "¿Eres tú el Cristo?". A lo que él les respondió: "No, pero viene tras de mí". Y cuando Jesús comenzó a predicar arriba y abajo por las colinas de Judea y de Galilea, había hombres por todas partes diciendo: "¿Es este al que esperábamos? ¿Es este el Mesías?".
El Señor Jesús declaró una y otra vez que había venido con las credenciales autorizadas del Mesías. Es lo que quiso decir con las palabras:
"De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ese es ladrón y salteador. Pero el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es". (Juan 10:1-2)
El redil era la nación de Israel. Dijo que había Uno que habría de venir por el camino autorizado, por la puerta. Si alguien viene de alguna otra manera, es un ladrón y un mentiroso, pero el que entra por la puerta, la entrada autorizada, será reconocido como el Gran Pastor. Y continúa, diciendo:
"A este abre el portero, y las ovejas oyen su voz... " (Juan 10:3a)
En este versículo se está refiriendo al ministerio de Juan el Bautista, que vino como el que habría de abrir la puerta, como el precursor del Mesías. Por lo que vino como el que estaba autorizado, con las debidas credenciales.
¿Cuáles eran esas credenciales? Son las que nos da Él mismo en la sinagoga de Nazaret. Lucas nos dice en el capítulo 4 que se puso en pie en la sinagoga ese día y leyó del libro del profeta Isaías. Encontró el sitio y deliberadamente leyó aquellas palabras a los allí reunidos:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido... " (Lucas 4:18a)
¿Cuál es el significado del Mesías, del Ungido? "El Espíritu del Señor está sobre mí", dice,
"... por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor". (Lucas 4:18b-19)
Se detuvo a mitad de la frase, cerró el libro y se sentó. A continuación dijo a todos los presentes: "Hoy se ha cumplido la Escritura delante de vosotros" (Lucas 4:21b), es decir, "yo soy Aquel al que se refiere".
Tomemos esas señales del Mesías y coloquémoslas junto a las siete señales que Juan escoge del ministerio de nuestro Señor, y se darán ustedes cuenta de que escogió esas en particular porque son las señales que demuestran que Jesús es el Cristo, el Mesías. Permítanme que se las enseñe en el orden en que aparecen en el Evangelio de Juan.
El primer milagro que realizó nuestro Señor fue transformar el agua en vino (Juan 2:1-11). Ese milagro era una parábola. Nuestro Señor estaba llevando a cabo un acto simbólico en las bodas de Caná de Galilea. Tomó algo que pertenecía al ámbito de lo inanimado, como el agua, y la transformó en una sustancia viva, en vino. Cogió lo que pertenecía al ámbito de la muerte y lo cambió en lo que es para siempre una expresión de gozo y de vida. De esta manera está declarando, por medio de un símbolo, lo que vino a hacer: "a predicar el año agradable del Señor" (Lucas 4:19). No vino a declarar el día de la venganza, deteniéndose en el pasaje de Isaías, sino vino con el fin de declarar el día de la gracia, cuando el propósito de Dios sería tomar al hombre con su estado de quebrantamiento, su vacío y su falta de ánimo, para darle la vida, para proclamar el tiempo aceptable del Señor.
La próxima señal es la curación del hijo del oficial del rey (Juan 4:46-54). La figura central de ese relato no es el hijo, que está enfermo y a las puertas de la muerte, sino el oficial del rey, que acude al Señor con el corazón destrozado y entristecido por el sufrimiento. En la agonía de su corazón clama a Cristo y le dice: "¿Vendrías y sanarías a mi hijo?". El Señor no solo sana al muchacho a distancia, con una palabra, sino que sana el corazón dolorido del padre. Como había dicho, había sido ungido para sanar a los quebrantados de corazón.
La tercera señal es la curación del hombre inválido, junto al estanque de Betesda (Juan 5:1-9). Como recordarán, aquel hombre llevaba allí treinta y ocho años. Había estado esclavizado por una enfermedad que le tenía paralizado, de manera que no podía entrar en el estanque. Alguien le habían llevado junto a él, con la esperanza de ser sanado, con la esperanza de verse liberado. Nuestro Señor le eligió de entre una gran multitud de personas impedidas y le sanó, diciéndole: "Levántate, toma tu cama y anda" (Juan 5:8b). Pero ¿por qué? Estaba demostrando Su habilidad para liberar a los oprimidos. Durante treinta y ocho años aquel hombre había estado atado, y Él le liberó en un instante.
El siguiente milagro es la alimentación de los cinco mil (Juan 6:1-14). Este milagro aparece en los cuatro Evangelios. Unido a él se encuentra el milagro de caminar sobre las aguas. ¿Cuál es el significado de estas señales? La verdad es que resulta imposible leer el relato de la alimentación de los cinco mil sin darse cuenta de que es una maravillosa demostración del deseo que tiene el Señor de suplir las más profundas necesidades del corazón humano, del anhelo profundo que siente el hombre de Dios, y lo hace usando el pan como símbolo. Él mismo había dicho: "No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4b). Y luego demostró la clase de pan al que se refería. "Yo", dijo, "soy el pan de vida" (Juan 6:35b). Tomando el pan, lo partió, y con él alimentó a los cinco mil, simbolizando de qué modo tan absoluto puede suplir la necesidad de la vida humana.
Luego, enviando a Sus discípulos en la tormenta, fue caminando sobre las olas hacia ellos en medio de la tempestad. Las olas eran de gran tamaño, y la barca estaba a punto de zozobrar, por lo que los discípulos se sentían angustiados a causa del temor. Pero Él les tranquiliza, diciéndoles: "Yo soy; no temáis" (Juan 6:20b). En el doble milagro de la alimentación de los cinco mil y cuando camina sobre las aguas, hay una representación simbólica de la capacidad que tiene nuestro Señor para satisfacer la necesidad de los corazones humanos y librarlos de su mayor enemigo, que es el temor. Esta es una buena noticia, ¿no es así? Esta es una de las señales del Mesías: Vino con el propósito de proclamar las buenas nuevas a los pobres. ¿Se le ocurre a ustedes una noticia más importante que decirle a alguien que hay una manera de hallar todo el gozo que anhela el alma, satisfaciéndola y librándola de todo temor en la vida? Eso es proclamar las buenas nuevas a los pobres.
El próximo milagro es la curación del ciego (Juan 9:1-12). Este milagro apenas si necesita de comentario alguno. Nuestro Señor dijo que había venido para dar "vista a los ciegos" (Lucas 4:18b). Escogió a un hombre que era ciego de nacimiento, de la misma manera que el hombre está espiritualmente ciego desde el momento en que nace, y le sanó.
El último milagro es la resurrección de Lázaro de entre los muertos (Juan 11:1-44), simbolizando la liberación de aquellos que durante toda su vida han vivido sometidos a la esclavitud de Satanás por medio del temor a la muerte. Por lo tanto, estas siete señales demuestran, por encima de toda duda, que Jesús es el Mesías, el Esperado.
Pero Juan habla de algo mucho más profundo que eso; dice que Él es no solo el Cristo, sino el Hijo de Dios. Cuando le vemos con Su poder de liberación, le estamos viendo realmente como el Liberador prometido, como el Mesías. Oh, sí, nos dice Juan, pero ese no es el mayor secreto acerca de Él. Cuando le vemos como el que puede hacer todas estas obras poderosas, supliendo las más profundas necesidades de los hombres, miren ustedes aun más allá y verán además Su gloria.
Descubrimos que al hallarnos ante la presencia de Su humanidad, contemplamos Sus preciosos ojos, sentimos el latido de Su corazón humano, la compasión de Su vida derramándose en servicio, también nosotros nos encontramos ante la presencia de Dios, viendo cómo Él es. "Este", dice, "es el Hijo de Dios".
Esto es algo que nos dice en el primer capítulo de su Evangelio:
Literalmente, ha hecho una exégesis de Dios, revelando cómo es Dios.A Dios nadie lo ha visto jamás; [Eso es establecer un hecho. El hombre tiene un profundo deseo de Dios y está constantemente buscándole; pero Juan continúa diciendo:] el unigénito Hijo ["el único Dios", según unos manuscritos], que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer. (Juan 1:18)
En su Evangelio Juan recoge siete de las grandes palabras de nuestro Señor, que demuestran esa afirmación, basándolo todo en el gran nombre de Dios, que le fue revelado a Moisés en la zarza ardiente. Cuando Moisés contempló la zarza ardiente y se acercó para descubrir su secreto, Dios le habló desde la zarza y le dijo: "Yo soy el que soy" (Éxodo 3:14b). Esa es la naturaleza de Dios. Es decir, "Soy exactamente lo que soy. No soy nada más, pero tampoco nada menos. Soy el eterno Yo Soy". Juan recoge siete veces esta palabra en su Evangelio y la usa acerca de nuestro Señor. De hecho, estas palabras brotaron en siete ocasiones diferentes de los labios de nuestro Señor, y esto constituye la prueba de que Él es la Deidad.
¿Les asombra eso? ¿Ha pensado usted que lo que demuestran que es Dios son Sus milagros? No, no. Demuestran que era el Mesías, el Prometido. Son Sus palabras las que demuestran que es Dios. Escúchenlas: "Yo soy el pan de vida" (Juan 6:35b); es decir: Yo soy el que sustenta la vida, el que satisface la vida. "Yo soy la luz del mundo" (Juan 8:12b), el que ilumina la vida. "Yo soy [para tomar prestada una frase de Pablo] Aquel "en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Colosenses 2:3), el que explica las cosas, el que echa luz sobre los misterios y los enigmas y los resuelve.
"Yo soy la puerta" (Juan 10:7b), dijo Jesús; es decir, la oportunidad en la vida, el camino que se abre. Cuando se enfrenten ustedes con una sensación de carencia, un anhelo de más, estas son las palabras que necesitan ustedes oír: "Yo soy el buen pastor" (10:11a); es decir, el que guía en la vida, el único debidamente preparado para llevar a una persona y dirigirla con seguridad a través de los problemas y de los abismos que surgen por doquier, guiándola con seguridad por la vida. "Jehová es mi pastor, nada me faltará" (Salmo 23:1).
Luego dice: "Yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11:25b); es decir, el poder de la vida. ¿Se dan ustedes cuenta de que el poder de la resurrección es la única clase de poder que funciona cuando falla todo lo demás? Es algo que funciona en medio de la muerte. El poder de la resurrección es la única clase que no necesita de ninguna ayuda exterior, de ningún proceso de aprendizaje. Cuando ya no se puede hacer nada más, aparece y comienza a actuar. Jesús dice: "Yo soy la resurrección y la vida".
"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6b); es decir, la realidad final. Soy la verdadera sustancia detrás de todas las cosas. "Yo soy la vid... separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15:5). Yo soy el que produce el fruto, la fuente de fraternidad, de identidad y de comunión.
Por ello, nuestro Señor adopta el gran nombre revelador de Dios y, uniéndolo a estos simples símbolos, nos permite entender a Dios. "El Verbo", nos dice Juan, "se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1:14a). Puso Su tienda entre nosotros, y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, hecho hombre. Este es el fascinante tema de este libro. No hay tema de mayor importancia en todo el universo que el hecho de que cuando nos encontramos ante la presencia de la humanidad de Jesús de repente descubrimos que nos hallamos, por primera vez, ante la presencia de Dios. Así es cómo es Dios. El que sana, el que ama, el que sirve, el que espera, el que bendice, el que muere y resucita de nuevo; ese es Dios, y es lo que revela Juan.
La palabra que nos deja es, por lo tanto, que si creemos que Él es el Mesías y que es Dios, tenemos vida en Su nombre. Él es la clave de la vida. ¿Quién no quiere vivir? ¿No es eso lo que todos deseamos, tanto los jóvenes como los mayores? Lo que estamos realmente buscando es la clave de la vida. Lo que queremos es sentirnos realizados, queremos ver hechas realidad todas las posibilidades y el potencial de nuestro ser, que sentimos que se halla en lo más hondo de nuestro ser. Deseamos ver satisfechos esos profundos anhelos, queremos expresarnos a nosotros mismos, y deseamos ser aquello para lo cual fuimos diseñados y que se pretendía que fuésemos.
¡Pero escuchemos! Juan dice: "Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre" (Juan 20:31).
Esto nos trae inevitablemente a dos cosas: primero, la adoración. ¿Cómo podemos estar ante la presencia de este misterio divino y no sentir el corazón atraído a la adoración de Dios? Como cantamos con frecuencia:
¿Cómo puede ser que gane yo
recompensa en la sangre del Salvador?
Por mí murió, por quien causó Su dolor.
Por mí, quien a la muerte lo llevó.
¡Qué inmenso amor! ¿Cómo puede ser
que Tú, mi Dios, por mí quisieras morir?
Esa es la adoración.
Isaías que vio al Señor elevarse y el templo llenarse del humo de Su gloria, se inclinó y clamó, diciendo: "¡Ay de mí que soy muerto!... hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos... " (Isaías 6:5). Entonces un ángel descendió del altar y tomando un carbón tocó sus labios con él y le purificó.
Eso le trajo a la próxima cosa, a la que también nosotros hemos de llegar, si somos conscientes de aquello a lo que se refiere Juan aquí, no solo la adoración, sino el servicio. "Un amor tan asombroso y tan divino", dice Isaac Watts, "exige [¿qué exige?] mi alma, mi vida, mi todo". ¿De qué manera podemos adorar a menos que escuchemos las palabras del Señor Jesús: "Como me envió el Padre, así también yo os envío" (Juan 20:21b). Decimos con Isaías: "Heme aquí, envíame a mí" (Isaías 6:8). ¿Qué podría ser más importante que estar unidos a esta Vida, alrededor de la cual se une todo el universo, la Imagen del Dios invisible?
Oración
Padre nuestro, te pedimos al inclinarnos ante el Bendito, acerca del cual nos habla este libro, que sean abiertos los ojos de nuestro entendimiento, para que podamos darnos cuenta que aquí tenemos a Aquel que es supremo en medio de los cientos de miles y miles del Apocalipsis que claman, diciendo: "Digno es el Cordero de ser alabado, de recibir el honor, la gloria y la bendición. Digno es El que murió y está vivo y vive para siempre". Te damos gracias por esta revelación, y pedimos que nuestros corazones se hagan eco de estas palabras: "Señor, heme aquí; no soy más que un ser humano, nada más que un hombre, una mujer, un niño o una niña, pero heme aquí, Señor. Tómame a mí, envíame y úsame". En el nombre de Cristo. Amén.
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Devociones en Juan 13-17
De El poder de Su Presencia