Estos prohibirán casarse y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participaran de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad.
1 Timoteo 4:3
Una de las marcas extrañas del error religioso es que con mucha frecuencia va acompañado de prácticas ascéticas, es decir, el negar ciertos gozos humanos normales y naturales. Uno de estos es el matrimonio. Numerosos grupos han prohibido históricamente el matrimonio a sus seguidores con la idea de que el sexo es impuro y los que participan en él están, sin duda, menos dedicados que aquellos que se abstienen.
Los alimentos también aparecen en este apartado. No quiero dar a entender, ni mucho menos, que el hacer régimen tenga nada de malo. Es evidente que algunas personas necesitan ponerse a dieta. No tienen nada de malo los estudios sobre la nutrición y la manera adecuada de comer. Sin embargo, a lo largo del curso de la historia humana ha existido una extraña afinidad entre la restricción de alimentos y de las modas y el error religioso.
La razón es que en el corazón del ascetismo está la convicción de que el negarse a uno mismo por alguna razón complace a Dios. Puede ser muy serio y muy sincero. Con frecuencia los cristianos cometen esta equivocación al principio de su vida cristiana, pensando que si se niegan a sí mismos de alguna manera, Dios se va a sentir complacido y su estado legal a Sus ojos progresará. Es por este motivo que a algunos cristianos les gusta levantarse por la mañana temprano para leer las Escrituras o para memorizar cientos de versículos de las Escrituras o para orar de rodillas durante largos periodos de tiempo. Estas prácticas, que en sí mismas no están mal, resultan, sin embargo, muy equivocadas, porque su motivo (obtener el favor de Dios negándose a sí mismos) está mal.
Éste es un buen ejemplo de la sutileza mediante la cual empieza el error. Cuando una desviación se introduce en una corriente de verdad, en el primer punto de la desviación el error da la impresión de ser verdad, y resulta muy difícil darse cuenta de que es un error. Esto es lo que ha despistado a tantas personas. No reconocen nunca el error hasta que se ven absorbidos por él. A lo largo del camino empiezan a sospechar que es un error, pero para entonces ya están enganchados.
Hay una diferencia entre negarse algo a uno mismo y renunciar a uno mismo. Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23). Eso es negarse a uno mismo, pero esto se confunde fácilmente con el negarse algo a uno mismo o renunciar a algo, que dice: “Renunciaré a esto o a lo otro. Quiero conseguir una marca especial de favor ante Dios y quiero influenciar a Dios, para que haga algo por mí a cambio”. Cuando nuestra motivación esencialmente es conseguir algo para nosotros mismos por medio de nuestras acciones, ya no nos estamos negando a nosotros mismos, sino practicar una negación de algo hacia nosotros mismos, es decir, renunciar a algo.
¡Qué sutiles resultan las diferencias! El negarse a uno mismo es un esfuerzo por ganarse el favor aparte de la fe del don de la justicia, que nos hace totalmente aceptables ante Dios al principio mismo de nuestra vida cristiana. El negarse a uno mismo es negarse a prestar atención a esos sutiles argumentos del ego interior que nos atraen para demostrar lo buenos que somos por renunciar a algo.
Señor, te doy gracias por poder disfrutar las cosas que Tú has creado. Enséñame la diferencia entre negarme a mí mismo y renunciar a mí mismo.
Aplicación a la vida
¿Cuál es la diferencia entre negarnos a nosotros mismos y negar nuestro yo? ¿Tenemos cuidado para no permitir que un sutil error religioso nos lleve a una fe fraudulenta aparte de la justicia de Cristo?