¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles, porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.
Romanos 3:27-30
Pablo presenta y contesta tres simples preguntas para enseñarnos los resultados naturales de esta tremenda aceptación que Dios nos da en Jesucristo. Primero: “¿Quién puede jactarse?”. Nadie, absolutamente nadie. ¿Cómo puedes jactarte cuando todo el mundo recibe el don de la gracia sin ningún mérito de su parte? Eso significa que cualquier terreno para la santurronería es eliminado, y es por eso que el pecado más feo entre los creyentes es la santurronería. Cuando comenzamos a mirar mal a la gente que está involucrada en la homosexualidad, o la avaricia, o las apuestas, o lo que sea ―cuando comenzamos a pensar que somos mejores que ellos― entonces hemos denegado lo que Dios ha hecho por nosotros. Toda jactancia es excluida. No hay razón alguna por la que ninguna persona debiera decir: “Bueno, al menos yo no hice eso”. El único terreno de aceptación es el don de la gracia.
Sigue la segunda pregunta: “¿Hay alguien excluido de la gracia, judío o gentil?”. ¡No!, Dios no tiene una nación que favorezca más que otras; todas son iguales frente a Él. Pablo argumenta: “¿Es Dios solamente de los judíos? Entonces debe de haber dos dioses: uno para los judíos y uno para los gentiles. Pero eso no puede ser; sólo hay un Dios; Dios es uno”. Por lo tanto, es igualmente el Dios de los gentiles y el Dios de los judíos, porque ambos han de venir exactamente al mismo terreno. Esta es la cosa maravillosa sobre el evangelio. Toda la humanidad es nivelada; nadie puede clamar ninguna otra base más que la obra de Jesucristo.
La tercera pregunta de Pablo es: “¿Cancela esto la Ley, o es dejada de lado? ¿Es que ya no necesitamos más la Ley?”. Su contestación es: “No, cumple la Ley”. La justicia que la Ley demanda es la misma justicia que nos es dada en Cristo. Así que, si lo tenemos como un don, ya no necesitamos temer la Ley, porque las demandas de la Ley son cumplidas. Pero no es algo por lo que podamos tomar ningún crédito; ciertamente, cuando actuamos con injusticia después de esto, la Ley viene de nuevo a hacer su obra de enseñarnos qué es lo que está mal. Eso es lo único para lo que sirve la Ley. Nos enseña lo que está mal, e inmediatamente todo el daño y el perjuicio que se llevó a cabo por medio de nuestro pecado es aliviado de nuevo por la gracia de Dios, el perdón de Dios.
El recibir el perdón de Dios no es algo que sólo hagamos una vez; es algo que hacemos repetidamente. Es la base en la cual vivimos, constantemente tomando de nuevo el perdón de la mano de Dios. La carta de Juan lo explica de la siguiente forma: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Ese es el don de Dios, y necesitamos continuamente tomarlo nuevamente de la mano de Dios. Cuando nos encontramos cayendo en la santurronería, cuando nos encontramos mirando mal a alguien, cuando nos encontramos llenos de orgullo y actuando en ignorancia, siendo críticos e insensibles y cáusticos y sarcásticos los unos con los otros, o sintiéndonos amargados y resentidos ―y todas estas cosas nos son todavía posibles― nuestra relación con un Dios santo no está afectada, si reconocemos que hemos pecado. Podemos volver, y el amor de Dios todavía está ahí. Todavía nos acepta y nos valora grandemente.
Esto es lo que significa el don de justicia para nosotros. Son buenas nuevas maravillosas, de hecho, que nunca tenemos que temer. El Dios de la santidad suprema, el Dios que vive en la santa luz, a quien no podemos comenzar a acercarnos, nos ha aceptado en el Amado, al estar en pie en el mismo terreno de valía que Él mismo tiene.
Padre celestial, estas palabras son tan extraordinarias, apenas me las puedo creer. Te pido que viva en base a esto y así encontrar el terreno de perdonar a otros y ser tierno y cariñoso hacia ellos, sabiendo que ya he recibido ese don yo mismo en Jesucristo nuestro Señor.
Aplicación a la vida
¿Vemos nuestra santurronería como una indignante negación de la asignación inmerecida de Dios de Su justicia a nosotros? ¿Cómo, pues, deberíamos pensar y actuar hacia otros? ¿Cuál es el propósito básico prevaleciente de la Ley?