Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios, pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!».
Romanos 8:14-15
Todos somos criaturas de Dios por nacimiento natural, pero Pablo se toma cuidado de utilizar una palabra diferente en Romanos. Aquí la palabra es “hijos de Dios”. Estamos en la familia de Dios, y éste es un término muy distintivo. Esto es algo que Dios tiene planeado para que nosotros volvamos a ello cuando estamos en apuros. Si tienes dificultades manejando tu comportamiento ―sea o no que estés haciendo lo que quieres hacer, o haciendo lo que no quieres hacer― la forma de manejarlo es recordarte a ti mismo de lo que Dios te ha hecho para ser.
En otras palabras, en la lucha que tienes con el pecado en ti, no eres un esclavo, luchando impotente contra un amo cruel y poderoso; eres un hijo, un hijo del Dios vivo, con poder para derrotar la maldad. Aunque seas temporalmente derrotado, nunca estás finalmente derrotado. No puede ser, porque eres un hijo de Dios. Es por eso que Pablo dice en Romanos 6:14: “El pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia”. En esta relación misericordiosa, somos hechos hijos del Dios vivo. Sin importar lo que nos ocurra, eso es lo que somos. Nada puede cambiar eso.
También es importante que veamos cómo nos convertimos en hijos de Dios. Pablo dice que el Espíritu de Dios te encontró y te adoptó a la familia de Dios. Algunos de vosotros quizás estéis diciendo: “¿Qué es lo que quieres decir cuando dices que somos adoptados a la familia de Dios? He sido enseñado que fui nacido a la familia de Dios”. La verdad es que ambas de estas declaraciones son ciertas. Eres tanto adoptado como nacido a la familia de Dios. Dios utiliza ambos términos porque quiere resaltar dos aspectos diferentes de nuestro pertenecer a la familia de Dios. Se dice que eres adoptado porque Dios quiere que te acuerdes siempre de que no eres naturalmente parte de la familia de Dios. Somos hijos de Adán por nacimiento natural. Pertenecemos a la familia humana y heredamos la naturaleza de Adán: todos sus defectos, todos sus problemas, toda la maldad que se vino a su vida por su desobediencia. Así que por naturaleza no somos parte de la familia de Dios. Esto es justamente cómo los que hoy en día son nacidos en una familia, pero fueron sacados de esa familia y adoptados por otra familia. De ahí en adelante se convirtieron en parte de la familia que los adoptó.
Esto es lo que nos ocurrió a nosotros. Dios nos ha tomado de nuestro estado natural en Adán y nos ha hecho hijos de Dios. Nos recuerda que estamos en Su familia por adopción, para que nunca lo demos por hecho o nos olvidemos de que, si fuéramos dejados en nuestro estado natural, no tendríamos parte en la familia de Dios. Es sólo por la gracia de Dios que podemos estar en Su familia. Pero también es cierto que somos nacidos a la familia de Dios. Una vez que hemos sido adoptados, también es verdad que, porque Dios es Dios, no sólo nos hace legalmente Sus hijos, sino que nos hace tomar parte de Su divina naturaleza, y somos nacidos a Su familia. Pedro lo explica de esta forma: “para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Así que somos tan parte de la familia de Dios como si hubiéramos sido originalmente nacidos a ella, por la gracia de Dios. No hay nada más maravilloso que recordarte a ti mismo cada día de este gran hecho: Si eres cristiano, eres hijo del Dios vivo, adoptado y nacido a Su familia. Porque eres Su hijo, Dios te ama, Dios te protege, Dios provee para ti, Dios planea para ti, Dios te oye, Dios te reclama y te reconoce abiertamente.
Gracias, Padre que me has hecho Tu hijo. ¡He sido tanto nacido a Tu familia como adoptado!
Aplicación a la vida
¿Hemos hecho la transición crítica de mentalidad desde nuestra identidad en Adán a nuestra identidad como hijos de Dios, en Su familia? Piensa en algunas de las resultantes distinciones vitales en perspectiva hacia la vida, muerte, destino, llamamiento, etcétera.