Lo que era imposible para la Ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Romanos 8:3-4
Ésta es una bella descripción de las buenas nuevas en Jesucristo. Pablo dice que la Ley no tiene poder para producir justicia. No puede hacerlo. No nos puede hacer buenos de ninguna manera. Puede exigir y exigir y exigir, pero no puede habilitar, y nunca lo hará. Esto, por cierto, es por lo que darle la lata a alguien nunca funciona. El darle la lata a alguien es una forma de ley, y Dios no dejará que la ley nos dé la lata, porque eso no ayuda. Sólo empeora las cosas. Si tratas de darle la lata a tu marido o mujer o hijo, encontrarás que ocurre la misma cosa. El dar la lata sólo empeora el asunto. ¿Por qué? La razón, dice Pablo, es porque la ley sólo suscita el poder del pecado. Lanza esta fuerza, esta bestia en nosotros, este poderoso motor que se pone a cargo y nos lleva a donde no queremos estar. Es por eso que dar la lata, o cualquier forma de la ley, nunca funcionará. No es porque haya algo mal con lo que se está diciendo; es a causa de la debilidad de la carne, que no puede funcionar. Pablo dice en 1ª de Corintios 15:56: “Porque el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la Ley”. La ley hace que continúe el pecado; lo suscita.
Para romper este círculo vicioso, Pablo dice, Dios envió a Su propio Hijo. Hay una bella ternura sobre esto. Envió a “su Hijo”. No envió a un ángel, no envió a un hombre, envió a Su propio Hijo como un hombre, en semejanza de carne de pecado. Fíjate en eso: No le envió sólo en semejanza de carne, sino en la semejanza de carne de pecado. Jesús tenía un cuerpo de verdad, un cuerpo como el tuyo y el mío. Ya que el pecado se comete en el cuerpo, tenía que ser juzgado y roto en el cuerpo. Por lo tanto, Jesús tenía un cuerpo. Pero no sólo era un cuerpo de carne pecaminosa; era en semejanza de carne pecaminosa. Era como nuestros cuerpos pecaminosos, en respecto a que era sujeto a debilidades (Jesús fue débil y estuvo cansado y hambriento y agotado), pero no había pecado en Él. Pablo conserva eso muy cuidadosamente aquí.
En ese cuerpo de carne, sin pecado, se convirtió en pecado. Como leemos aquí, fue ofrecido como una ofrenda para pecado. Y en el misterio de la cruz, que nunca, nunca podremos entender, sin importar cuantos años vivamos, de alguna forma el Señor Jesús, en la hora de oscuridad, juntó todos los pecados del mundo, toda la terrible y repugnante maldad, la terrible injusticia, el crimen, la miseria que hemos visto a través de la historia, de cada persona, los juntó a Sí mismo, y los trajo a su final al morir. Las buenas nuevas son que de alguna manera, por fe en Él, nos involucramos en esa muerte.
Padre, gracias que el camino de salida de mi lucha con el pecado no es al forzarme a mí mismo a ser diferente, sino al ver que ya soy diferente. He sido purificado y hecho íntegro en Jesucristo. Él es mi vida, y yo le pertenezco a Él y siempre le perteneceré. Ayúdame a creérmelo y a actuar de esa forma.
Aplicación a la vida
¿Están siendo esculpidas nuestras vidas por el poder de la maravillosa gracia de Dios? ¿Vivimos como aquellos que han sido liberados de las obras muertas de desempeño y exigencia? ¿Es evidente esta libertad en nuestras relaciones con otros? ¿Estamos respondiendo con temor reverencial y gratitud al misterio y la realidad del don de Dios en Su Hijo?