Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne, a la ley del pecado. Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Romanos 7:25b-8:1
Pablo dice: “Quiero hacer el bien. Creo en él. Me deleito en la ley de Dios en mi ser interior. He sido cambiado; estoy de acuerdo que la ley es buena, pero encuentro que no la puedo hacer”. En su mente es despertado al valor y la justicia de la ley de Dios, pero el pecado en su carne se opone a esto y se apodera de él y hace de él un siervo a la ley del pecado, aunque no quiera serlo.
¿Cómo hace para romper este agarre? Pablo está diciendo que, aunque a veces luchamos, no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. La razón por la cual no hay condenación es dada en una sola pequeña frase: “en Cristo”. Eso vuelve justamente a nuestra justificación por fe: Salimos de Adán, estamos en Cristo, y Dios nunca condenará a aquellos que están en Cristo. ¡Nunca lo hará! Tenemos que entender lo que significa “ninguna condenación”. Ciertamente, el elemento más básico es que no hay rechazo de Dios. Dios no nos da de lado; no nos echa de Su familia. Si somos nacidos a la familia de Dios por fe en Jesucristo, el Espíritu Santo ha venido a vivir con nosotros, y nunca, nunca nos dejará. Otra cosa que “ninguna condenación” significa es que Dios no está enfadado contigo cuando hay batallas en tu vida. Quieres ser bueno, y quieres dejar de hacer lo que es malo, pero, cuando llega el momento de la tentación, te encuentras dominado y débil, y caes. Entonces te odias a ti mismo. Estás frustrado, sintiendo: “Oh, ¿qué es lo que me ocurre? ¿Por qué no puedo hacer esto? ¿Por qué no puedo actuar como quiero hacerlo?”. Y aunque te condenes a ti mismo, Dios no lo hace. No está enfadado contigo sobre ello.
La bella figura es la de un padre tierno, cariñoso, que mira a su niño pequeño comenzar a tomar sus primeros pasos. Ningún padre se va a enfadar con su niño pequeño porque no se pone en pie y comienza a correr la primera vez que intenta caminar. Si el niño se cae y se tropieza, el padre le ayuda, no le da una azotaina. Le pone en pie, le da ánimos y le enseña cómo hacerlo bien. Y si el niño tiene problemas con sus pies, quizás un pie esté torcido o deformado, el padre encuentra una forma de aliviar su condición y ayudarle a caminar. Eso es lo que hace Dios. No está enfadado cuando estamos luchando. Sabe que nos va a tomar un tiempo, quizás bastante tiempo a veces. E incluso el mejor de los santos caerá a veces. Esto era cierto de Pablo, era cierto de los apóstoles y era cierto de todos los profetas del Antiguo Testamento. El pecado es engañoso, y nos hará caer a veces. Pero Dios no está enfadado con nosotros.
Padre celestial, estoy eternamente agradecido de que eres lento a la ira cuando continúo corriendo y sigo las cosas de este mundo. Gracias por Tu paciencia y por la abundancia de gracia que recibo cada día.
Aplicación a la vida
¿Qué hacemos con la culpa que resulta inevitablemente de nuestro pecado y fracaso? ¿Tomamos el don de la gracia que ya ha sido pagada por el perdón de Dios? ¿Vivimos entonces libres de la condenación y libres para sujetarnos al control de calidad de Su Espíritu?