Cuando Job hubo orado por sus amigos, Jehová le quitó la aflicción; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job.
Job 42:10
En el libro de Job, se nos da evidencia muy clara de cuándo empezaron los problemas físicos de Job. Comenzaron cuando, después de haber destruido la casa de Job y su riqueza y haber matado a todos sus hijos, Satanás obtuvo permiso de Dios para afligirle con un terrible asedio de llagas desde la cabeza hasta los pies. Una horrible serie de llagas dolorosas y supurantes le ha convertido en una visión espantosa y repugnante. Esto, por supuesto, era devastador al sentido de autoestima de Job, y se arrastró en las cenizas. El libro entero es un relato de cómo Job clama en agonía y desesperación semana tras semana tras semana a causa de esto. Sus amigos vienen y le atormentan con acusaciones, echándole la culpa de todo, de tal modo que está atormentado tanto mentalmente como físicamente. Pero si te preguntas a ti mismo: “¿Cuándo cesó el dolor de Job?”, este versículo es el único que te da la respuesta. Dios le dio la vuelta a las fortunas de Job cuando oró por sus amigos. Incluso durante el gran encuentro de Job con Dios, grabado en el capítulo 40 en adelante, no hay ninguna mención ahí de que su agonía hubiera cesado. Es preguntado todas estas preguntas escrutadoras por Dios, pero todavía está sintiendo el terrible dolor en su cuerpo. Cuando ora por sus amigos, sin embargo, todo termina.
Eso indica que, para que esto pueda ocurrir, Job tiene que encargarse de su resentimiento natural en contra de estos hombres. Si nos ponemos en el lugar de Job, podemos entender cómo debió de sentirse. En el mejor caso, vería a estos hombres como un trío de parlanchines mojigatos que sólo estaban presumiendo de sí mismos. En el peor de los casos, Job los vería como un grupo de calumniadores maliciosos que tenían la intención de destruir su reputación, porque le acusaban de cosas que nunca hizo, de actitudes que no poseía, de acciones que nunca había soñado de hacer. Ésas eran las causas de sus dificultades, le dijeron. Le asaltaron; le insultaron; le indignaron. Tenía todo el derecho por normas naturales de estar enfadado, molesto y amargado en contra de estos supuestos amigos. Pero no puedes orar por alguien cuando piensas de ellos de esa forma. Para obedecer a Dios, Job tenía que perdonar a estos hombres. Tenía que dejar de lado toda la amargura, el resentimiento y la ira que quizás hubiera sentido y enfrentarse con ellos como pecadores, justo como él mismo. Ésa es la belleza de este pasaje, porque el momento que Job hizo eso su propia sanación comenzó.
La ira y la amargura siempre nos afectan. El estar resentido en contra de alguien nos destruye. Jesús dijo esto en varias parábolas e historias en el Nuevo Testamento. Él claramente insinuó que, si no perdonamos a otros, nos sometemos a un terrible tormento interno que no cesará hasta que estemos dispuestos a perdonar. Pablo les dice a los Efesios que somos capaces de ser “bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32). En la oración del Señor, Jesús nos enseñó que debemos perdonar. En todas partes de las Escrituras hay un reconocimiento de que ningún saneamiento puede ocurrir en nuestra vida hasta que no perdonemos a aquellos que nos han ofendido, nos han herido y nos han dañado.
Señor, gracias porque eres el Dios de la verdad. No hay nada escondido de Ti. Ayúdame a recordar que soy tan culpable como aquellos con los que estoy enfadado; que yo he ofendido a otros y a Ti de muchas maneras, y Tú me has perdonado a mí. Porque soy perdonado, concédeme la habilidad de extender un perdón gratuito y pleno a otros.
Aplicación a la vida
Hemos estado enormemente bendecidos con el regalo de la gracia del perdón de Dios, que es el regalo que sigue dando. ¿Estamos limitando el alcance de las tiernas misericordias de Dios al negarnos a extender Su regalo de gracia a otros?