Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
Lucas 18:13-14
Cómo captura esto el verdadero carácter de la oración. Este hombre vino al templo y bajó los ojos. No asumió la postura de oración. Todo lo que podía hacer era golpearse el pecho y decir: “Dios, ten misericordia de mí, un pecador”.
¿Qué aprendemos sobre la oración de este hombre? ¿No es obvio que la verdadera oración, la auténtica oración es una conciencia de nuestra necesidad indefensa? Este hombre se vio en el nivel más bajo en el que uno se puede ver, un pecador. De hecho, en el lenguaje original se llama a sí mismo “el pecador”. El pecador, el tipo más bajo, el peor tipo. Él creía que sin Dios no podía hacer nada para ayudar su posición.
¿No es extraordinario que no intenta añadir nada para darse mérito? No dice: “Dios, sé misericordioso a mí, un pecador penitente”. Era penitente, pero no urge eso como ninguna base para la bendición de Dios. No dice: “Dios, sé misericordioso a mí que soy un pecador reformado. Voy a ser diferente de ahora en adelante”. Ni siquiera dice: “Dios, sé misericordioso a mí, que soy un pecador honesto. Heme aquí, Señor, dispuesto a decírtelo todo. De seguro que no puedes ignorar semejante honestidad”. De hecho, ni siquiera dice: “Dios, sé misericordioso a mí, que soy un pecador que está orando”. Lo desecha todo. Dice: “Señor, no tengo nada en lo que apoyarme más que Tú”.
¿Cómo llegó a este sitio? Exactamente lo opuesto al fariseo del cual habló Jesús antes. No menospreció a otra persona, sino que miró a Dios. Juzgó hacia arriba, a Dios. No vio a nadie más que a Dios; no oyó nada más que el alto estándar de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mateo 22:37). “Señor, soy el pecador. Nunca seré mejor por mí mismo; soy simplemente un pecador”.
En este publicano también aprendemos que la verdadera oración es siempre un reconocimiento de la suficiencia divina. Nuestra ayuda debe ser en Dios. Este hombre no buscó ayuda en ningún otro sitio. No dijo: “Señor, quizás este fariseo aquí me puede ayudar”. No, dijo: “Dios, sé misericordioso conmigo”. En las palabras “ten misericordia” está oculta la maravillosa historia de la venida de Jesús, la cruz y la resurrección. Utilizó una palabra teológica que significa “sé propicio a mí”, o sea, “habiendo tenido tu justicia satisfecha, Señor, ahora enséñame tu amor”. Y creyó que la misericordia de Dios estaba disponible; pues Jesús dijo que se fue a casa justificado. Fue cambiado; era diferente; fue hecho completo. Recurrió a lo que Dios dijo y lo creyó.
Es aquí donde Jesús nos deja. Quizás por primera vez podemos decir: “Señor, sé misericordioso conmigo, el pecador”. Incluso después de años de vida cristiana podemos empezar de nuevo y decir: “Señor, déjame contar con Tu fidelidad a mí; déjame contar con Tu disposición de estar en mí y de trabajar por medio de mí para hacer que mi vida sea todo lo que debiera ser”.
Padre santo, te pido ahora, en este momento tranquilo, que pueda comenzar a vivir una vida de oración. No tengo ninguna otra ayuda, pero Tú eres enteramente suficiente. En esto descanso.
Aplicación a la vida
¿Venimos a nuestro Padre como vasijas vacías, necesitando y esperando que Él venga a nuestro encuentro con nuestras debilidades e insuficiencia? ¿Venimos entendiendo el verdadero significado de “misericordia”, reconociéndolo con una gratitud profunda y con un arrepentimiento humilde?