Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar y, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: —Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.
Lucas 11:1
Ésta es una petición muy significativa, porque estos discípulos eran sin duda ya hombres de oración. Cuando le dicen: “Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”, no estaban intentando decir que Juan tuviera una escuela de ministerio superior. No estaban diciendo: “En ese seminario itinerante que Juan dirigió tenía un curso sobre la oración, pero tú todavía no nos has dicho nada sobre esto”. Lo que quieren decir es: “Algunos de nosotros fuimos discípulos de Juan y fuimos enseñados por él a orar, pero, Señor, te hemos estado observando y vemos que eres un erudito de la oración. Así como Juan nos enseñó a orar, ¿podrías impartirnos los secretos de la oración? Porque, al estar observándote, hemos visto que de alguna forma la maravilla y el misterio de tu carácter está ligado a tu vida de oración, y nos has hecho conscientes de lo poco que realmente sabemos sobre la oración. Señor, ¿nos enseñarías a orar?”. ¿Qué vieron en Su vida que produjo este clamor en sus corazones? ¿Qué es lo que les impresionó, al observar a Jesús orando, que les convenció que Su vida de oración y Su asombroso poder y sabiduría estaban de alguna forma ligados?
Vieron que, con Jesús, la oración era una necesidad. Era más que una práctica ocasional de Su parte; era un hábito de toda la vida. Era una actitud de la mente y el corazón. Era una atmósfera en la cual vivía; era el aire que respiraba. Todo lo que hacía surgía de la oración. Oraba sin cesar.
No era siempre oración formal. No se arrodillaba cada vez. No estaba en pie con la cabeza baja en una actitud de oración continua. Si así lo hiciera, por supuesto, no podría haber conseguido hacer ninguna otra cosa. La cosa asombrosa es que realizó Su vida de oración en medio de un ministerio increíblemente ocupado. Estaba sujeto, como muchos de nosotros, a una vida de presión creciente, de interrupción continua. Sin embargo, en medio de esta vida de tremenda presión, estaba continuamente en oración. Estaba orando en espíritu cuando Sus manos estaban ocupadas sanando. Dio gracias al partir el pan y dar de comer a los cinco mil. En la tumba de Lázaro, antes de ordenarle que saliera, le dio gracias al Padre abiertamente. Cuando vinieron los griegos y quisieron ver a Jesús, Su respuesta inmediata fue una de oración: “Padre”, dijo, “glorifica tu nombre” (Juan 12:28a). Había un sentido continuo de expectación de que el Padre estaría obrando por medio de Él, y por lo tanto estaba orando por Su actitud todo el tiempo.
Ciertamente esto es lo que nuestro Señor nos está enseñando. Esto es lo que debemos aprender, que no hay ninguna actividad en la vida que no requiera oración, un sentido de expectación de Dios obrando. ¿No es esto lo que el discípulo sintió al observar al Señor orando? Supo que, para él, la oración era una opción. Oraba cuando quería; oraba cuando pensaba que era necesario, pensando que la oración estaba diseñada sólo para uso de emergencia, para los “grandes” problemas de la vida. ¿No necesitamos empezar aquí mismo? Esta llamada que estoy a punto de hacer, no puedo hacerla bien a menos que esté en oración. Nunca tendrá el efecto que ha de tener a menos que mi corazón mire a Dios y diga: “Habla por medio de mí en esto”. Este email que estoy a punto de escribir, ¿cómo puedo hacerlo bien a menos que te mire a Ti, Señor, para que lo hagas por medio de mí? Esta entrevista que estoy a punto de llevar a cabo, este gráfico que tengo que hacer para mis estudios, este informe que he de entregar mañana, esta habitación que estoy barriendo, este paseo que voy a tomar, este juego que estoy a punto de jugar. Éstas son las necesidades eternas de las cuales surge la oración.
Padre, ¿qué puedo decir en esta hora más que clamar, como clamaron los discípulos: “Señor, enséñanos a orar”? Dame un sentido consciente de dependencia, una conciencia de que nada de lo que haré será de ningún valor aparte de una dependencia de Ti.
Aplicación a la vida
¿Es la oración tan importante para nosotros que clamamos con los discípulos: “Señor, enséñanos a orar”? ¿Cuál es la implicación profunda para nosotros de que Jesús consultara con Su Padre sobre todas las cosas? ¿Somos gente de oración?