Y dijo el Señor: “Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?”
Lucas 18:6-7
A veces se enseña que aquí Jesús está fomentando lo que se llama “oración dominante”, que es a menudo otra forma de describir un intento de orarle con intensidad a Dios, el no darle paz, el manifestarse en el trono celestial hasta que obtengamos la petición que queremos. Esto no es bíblico.
Hace algunos años apareció un artículo en el periódico sobre un hombre que anunció que estaba preocupado sobre las condiciones morales en este país, y había determinado ayunar y orar hasta que Dios mandara un gran despertar, un avivamiento extenso para corregir la degeneración moral del día. Anunció que seguiría esto incluso hasta la muerte, si era necesario, esperando que Dios se moviera. Los periódicos publicaron esta historia día tras día. Su fuerza comenzó a fallarle, y se volvió más y más débil, y finalmente estuvo confinado a su cama. Boletines fueron publicados cada día siguiendo su condición. Evidentemente era un hombre de determinación inusual, ya que la mayoría de nosotros nos hubiéramos dado por vencidos al tercer día y nos hubiéramos contentado con un buen bistec, pero este hombre no lo hizo. Continuó con su ayuno hasta que se murió. El funeral fue cubierto extensamente, y muchos alabaron su persistencia.
¿Era eso realmente oración? ¡No, no lo era! Era un intento de sobornar a Dios. ¡Este hombre estaba sujetando su propia vida como una pistola a la cabeza de Dios y demandando todo Su dinero! Estaba insistiendo que Dios se moviera en sus términos y de acuerdo a su horario. Eso no es oración. Jesús dice que Dios no es un Dios injusto, demandando que le adulemos y luchemos y le persuadamos a moverse. Él no es rencoroso. No, la oración es eternamente el clamor de un hijo amado a su Padre, y frecuentemente el lloro de un niño perdido que no conoce el camino, quien está perdido en el oscuro bosque, con ruidos en los arbustos, extraños, aterradores ruidos. El niño quizás llore, pidiendo ser guiado a un camino abierto, o pida estar en casa seguro y en su cama, y por lo menos ver una luz en la distancia, para que pueda saber cuál es el camino; y esa oración, esa oración particular, no siempre se contesta de esa forma, pues Dios es un Padre y, como Jesús dijo en otro sitio, Él sabe ya de qué cosas tenemos necesidad antes de que oremos.
Pablo nos recuerda que no sabemos de qué tenemos necesidad, no sabemos sobre qué debemos orar, pero Dios lo sabe. El Padre lo sabe y, porque es un padre, sabe que todavía no es tiempo de contestar en esa forma particular, o que quizás no sea la mejor cosa a hacer, o quizás no sea ni siquiera posible bajo las circunstancias. No, es cierto que la contestación pueda ser atrasada de hecho, pero no hay ningún atraso en una contestación a nuestra oración. Esto es lo que está diciendo Jesús: que cuando clamamos hay una respuesta inmediata, sin atraso; rápidamente Dios se apresura a la ayuda, al socorro de Su hijo. La contestación es el apretón de la mano del Padre en la nuestra, el consuelo tranquilo de la voz del Padre, la reconfirmación de la presencia del Padre, aunque el bosque esté todavía oscuro y los ruidos más altos aún. Hay una contestación inmediata de reconfirmación de que el Padre está con nosotros y, en Su tiempo y en Su forma, nos guiará a la casa y nos pondrá seguramente en la cama, o nos traerá a la luz de nuevo.
Padre, estas palabras de Jesús me han puesto al tanto de la falta de fe en mi vida. Clamo a Ti ahora en mi debilidad y en mi dejar de ejercitar fe y decir: “O Padre, enséñame a orar”. Enséñame a depender continuamente en Ti, a derramar delante de Ti cada aspecto de mi vida, sin reserva, y a escucharte sobre todas las cosas.
Aplicación a la vida
¿Cómo de significativo nos es a nosotros la sorprendente relación de Dios como nuestro Padre eterno? ¿Estamos aprendiendo el valor de la oración como comunicación con Él, o es la oración para nosotros nada más que un socorro de emergencia?