Y no nos metas en tentación.
Lucas 11:4b
Esta parte de la oración del Señor se encarga del ámbito del espíritu; en la guerra invisible del espíritu las mayores necesidades de nuestras vidas son la liberación y la protección. Pero un problema inmediato surge aquí, porque las Escrituras revelan que la tentación nos es necesaria y nadie en la vida cristiana se escapa de ella. Lo que es más, aunque Dios mismo nunca nos tenta a pecar, sin embargo, sí nos prueba con circunstancias difíciles y desalentadoras, y estas cosas se convierten en instrumentos de Dios para fortalecernos, para desarrollarnos y así darnos la victoria. Cuando leemos esta oración, entonces nos enfrentamos con esta pregunta: “¿Realmente se espera de nosotros que oremos que Dios no haga lo que debe hacer para llevar a cabo Su obra en nosotros?”. Después de todo, hasta Jesús, se nos dice, fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado del diablo. ¿Entonces qué significa esto?
Confieso que he estado perplejo, y he orado y leído sobre esto, y estoy convencido de que lo que quiere decir aquí es que ésta es una oración de protección contra la tentación no identificada. Cuando la tentación se reconoce como tal, puede ser resistida, y cuando la resistimos, siempre es una fuente de fuerza y crecimiento en nuestra vida. Si estoy rellenando mis impuestos y encuentro que algún ingreso me ha llegado por medio de alguna otra forma que no son los canales ordinarios y que no hay forma de verificarlo, me enfrento con la tentación de omitirlo, pero sé que está mal. Nadie me lo tiene que decir; sé que está mal. Cuando resisto eso, encuentro que la próxima vez soy más fuerte cuando una cantidad más grande está involucrada. Fíjate, cuando reconocemos la lujuria como lujuria y el odio como odio y la cobardía como una tentación a ser cobarde, es una cosa. Es un asunto simple el resistir la maldad obvia, si realmente queremos caminar con Dios. Pero la tentación no es siempre tan simple. Hay veces que pienso que estoy correcto, y con la suma sinceridad e integridad de corazón hago lo que creo que está bien, y más tarde vuelvo a pensar en ello y veo que estaba trágicamente equivocado.
Pedro es un ejemplo de esto. En el aposento alto, con impetuosidad y confianza y completa ingenuidad, Pedro le dijo al Señor: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mateo 26:33). Salieron del aposento alto con las palabras del Señor resonando todavía en sus oídos: “De cierto te digo”, Jesús le contestó: “antes que el gallo cante, me negarás tres veces” (Mateo 26:34). Aún lleno de confianza, Jesús le dijo ahí en el jardín: “Velad y orad para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41a). Pero Pedro no hizo caso de esa palabra. En cambio se durmió, y nuestro Señor vino y le despertó de nuevo y le pidió que orara. Pero Pedro no oró, y cuando entró en el pórtico del sumo sacerdote y estaba frente al fuego, Satanás le tomó y le retorció su valor, como si fuera un trapo de cocina, y le colgó flácido a secarse en la presencia de una niña pequeña. Ahí, con maldiciones y palabrotas, se encontró atrapado, renunciando a su Señor y, en la horrible realización de lo que había hecho, se salió a la oscuridad de la noche y lloró amargamente.
Es a esto que se refirió nuestro Señor en esta frase. Esta oración es el reconocimiento de nuestra necia debilidad y nuestra tendencia a caer en la ciega locura. Eso es lo que desesperadamente necesitamos orar.
Señor, confieso mi total impotencia aparte de Ti. No me metas en la tentación no identificada.
Aplicación a la vida
¿Tenemos confianza sobre nuestra propia habilidad de reconocer las sutilezas de la tentación? ¿Seguimos nuestros propios instintos, o honesta y consistentemente oramos por el discernimiento del Espíritu Santo de Dios?