Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben.
Lucas 11:4a
Aquí está la necesidad de una conciencia purificada, de un sentimiento de paz, de descanso con Dios y con el hombre. Éste es el ámbito donde el desorden emocional de nuestra vida se toma un estrago mortal. ¿Quién de nosotros no ha experimentado síntomas mentales problemáticos, depresiones mórbidas y miedos irracionales e inseguridades? Tanto las Escrituras como la psicología moderna, en su búsqueda de la verdad, están de acuerdo en que bajo estos síntomas acechan dos monstruos aterradores: el miedo y la culpa. Si podemos encontrar una manera de matar estos dragones ardientes, entonces toda la atmósfera emocional de nuestra vida pasará a la paz.
Cuando oramos: “Perdónanos nuestros pecados”, estamos pidiendo la realidad que Dios promete a cada creyente en Jesucristo: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1a). No conozco nada que moleste más a los cristianos que un sentimiento de culpabilidad. Pero en esta sencilla oración hay una respuesta plenamente adecuada, ya que si hemos recurrido al perdón de Dios, sabemos que ya no hay nada más entre nosotros y el Señor. Nuestros corazones ahí están totalmente libres frente a Él, y el resultado es un sentimiento de paz penetrante.
Pero fíjate, pues, Jesús inmediatamente añade una limitación a esto. No podemos decirle a Dios: “Perdónanos nuestros pecados”, a menos que estemos dispuestos y le hayamos dicho a otros que están perdonados de sus pecados en contra de nosotros. Jesús no se está refiriendo aquí a ese perdón divino que acompaña la conversión. La oración del Señor es para los cristianos, porque sólo los cristianos pueden orar inteligentemente. Ningún incrédulo jamás recibe perdón de Dios en base a afirmación de haber perdonado a todo el mundo. Le es imposible perdonar hasta que él mismo haya primero recibido el perdón de Dios, y el perdón es ofrecido por la muerte de Jesús. Venimos dándole las gracias por lo que la muerte en la cruz ya ha hecho en quitarnos la terrible carga de nuestro pecado.
Pero, habiéndonos recibido ese perdón, jamás descansaremos en el perdón de Dios por las profanaciones de nuestro caminar cristiano a menos que estemos dispuestos a extender el mismo perdón a aquellos que nos ofenden. Este perdón nos mantiene disfrutando una relación intacta con el Padre y con el Hijo, que es el secreto de la tranquilidad emocional y el descanso. Jesús está simplemente diciendo que, si eres un cristiano, entonces no sirve de nada orar: “Padre, perdóname mis pecados”, si estás rencoroso con otra persona, o estás ardiendo con resentimiento o lleno de amargura. Lo que dice es: “Reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:24b). Perdónale, y después el perdón sanador de Dios inundará tu propio corazón, y entonces encontrarás que no hay nada que pueda destruir la paz que Dios te dio, que tienes en el centro de tu ser. Si nos negamos a perdonar a otra persona, estamos realmente negándole a otro esa gracia que ya nos ha sido mostrada a nosotros. Es sólo porque ya hemos sido perdonados la gran e impactante deuda de nuestros propios pecados que podemos hallar gracia para perdonar los desprecios relativamente irrisorios que otro nos ha echado encima.
Padre, gracias por el perdón que has prometido por medio de la obra de Jesús en la cruz, y gracias que, al saber de este perdón, soy libre para perdonar a otros.
Aplicación a la vida
¿Estamos bloqueando la plenitud y la libertad del perdón de Dios de nuestros pecados al negarnos a extender a otros la misma gracia de perdón que Dios nos ha hecho disponible a nosotros?