Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.
Marcos 8:35
¿Quién no está interesado en salvar su vida, en hacer que valga la pena, en llevar una vida rica que valga la pena vivirla? En lo más profundo de nuestro ser, cada uno de nosotros tiene ansias de vivir y desea hallar la vida en toda su amplitud, tal y como fue diseñada para que la viviésemos de este modo. Es a esto a lo que se está refiriendo Jesús. “Si es esto lo que queréis”, dice, “os diré cómo lo podéis conseguir”. Hay dos actitudes hacia la vida que son posibles, y usted puede tener la una o la otra.
Una actitud es salvar la vida ahora, acumularla, aferrarse a ella, abrazarla, intentar apoderarse de ella por sí mismo, cuidarse a sí mismo, confiar en sí mismo, asegurarse de que en cada situación su principal y primera preocupación es: “¿Qué es lo que tiene que ofrecerme la vida?”. Ésa es una manera de vivir, y millones de personas están viviendo de este modo hoy.
La otra actitud es perderla: desecharla, despreciar la ventaja que puede tener para usted una situación y seguir adelante dependiendo de Dios, sin preocuparse por lo que pueda sucederle a usted. Abraham obedeció a Dios; fue a una tierra que no sabía dónde estaba, haciendo el viaje sin un mapa, aparentemente sin preocuparse de lo que le pudiese suceder. Sus vecinos le reprocharon y le reprendieron por no preocuparse por sí mismo. Esto ha de ser una forma de vida, dice Jesús. Confíe en Dios, obedézcale y deje usted la responsabilidad sobre lo que vaya a pasar a Dios.
Sólo hay dos resultados que pueden tener lugar. Si salva usted su vida, si puede aferrarse a ella, atesórela usted; obtenga todo lo que pueda para sí mismo. Luego, Jesús dice, la perderá usted. Ésta no es una mera trivialidad, porque Él está afirmando una ley fundamental de la vida. Descubrirá usted que tiene todo lo que deseaba, pero no querrá usted nada de lo que tenga. Descubrirá que toda la vida a la que usted se estaba aferrando se le ha escapado entre los dedos, al acabar usted con un puñado de telarañas y de cenizas, sintiéndose insatisfecho, vacío, sin nada, burlado por lo que tenía usted la esperanza de conseguir.
“Pero pierda usted su vida por mi causa y por el evangelio”, dice Jesús, “pierda usted su vida entregándose a la causa de Cristo, renunciando a su derecho a sí mismo, tomando su cruz y siguiéndome a mí, y la salvará usted”. No la habrá usted derrochado; la salvará usted y hallará contentamiento y satisfacción, así como la paz interior y un sentido de su valor respecto a su manera de vivir. Descubrirá usted, no sólo en el cielo algún día, sino ahora mismo, que, a pesar de que es posible que no tenga usted todas las cosas que tienen otras personas, su vida será rica, provechosa y satisfactoria.
Éste es el plan de Dios en la obra del discipulado. Jesús no vino a llamarnos a encontrarnos con la esterilidad, la debilidad, las tinieblas y una muerte final. Él nos ha llamado a la vida, a la riqueza, al disfrute, a la realización en la vida. Pero Él nos ha dicho que el camino para conseguirlo es la muerte. El discipulado acaba en vida, no en muerte. Acaba con la realización y la satisfacción, pero la única manera que podemos encontrarla es por medio de la cruz.
Padre, ayúdame a escoger la vida y no la muerte, para que por medio de Tu poder me ayudes a encontrar la gracia de decirte a Ti que sí, Señor Jesús, y a que entre en la vida por medio de la cruz.
Aplicación a la vida
¿Está la relación con Jesús cambiando radicalmente nuestras actitudes hacia nosotros mismos y nuestra manera de vivir? ¿Cuál es el plan de Dios para cambiar nuestra muerte por Su vida vibrante y eterna?