Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto. Allí se transfiguró delante de ellos.
Marcos 9:2
¡Éste es un acontecimiento asombroso! En este relato encontramos cuatro sucesos dramáticos que nos llaman inmediatamente la atención. Primero, está el cambio glorioso en la persona de nuestro Señor mismo. De repente, mientras estaban con Jesús en aquella montaña, Su rostro se transformó. Su ropa se volvió blanca y todo Su ser radiaba gloria. Esto es algo que sólo podemos entender cuando vemos que lo que Él hizo fue deslizarse en la eternidad, en un sentido, para tener la gloria que había tenido con anterioridad. Por lo tanto, es evidente que nuestro Señor no tenía que morir. Ése es uno de los significados de la transfiguración, que deja claro que no tenía razón alguna para tener que pasar por la muerte. Podía cruzar los límites del tiempo a la eternidad sin tener que pasar por la muerte.
La segunda cosa que nos impresiona es el relato de los visitantes celestiales, Moisés y Elías. Parece ser que los discípulos no tuvieron dificultad para reconocer de inmediato quiénes eran aquellos hombres. Jesús no dijo: “Pedro, Santiago y Juan, me gustaría que conocieseis a Moisés y a Elías”. No, ellos supieron de inmediato quiénes eran. En la gloria no habrá necesidad de presentaciones.
El tercer elemento de enorme interés en este relato es la proposición que hace Pedro. Después de escuchar a estos hombres discutir juntos estos extraños sucesos, Pedro, con su manera acostumbrada, interrumpe, diciendo: “Maestro, es bueno que estemos aquí. ¡Esto es formidable! Construyamos tres cabañas y vivamos aquí. Podemos establecernos aquí y hacer que ésta sea nuestra central en nuestro mundo. Haremos una para ti, una para Moisés y otra para Elías”. Es evidente que él estaba pensando en que podían transformar la montaña en la central de un movimiento de reforma mundial que iba a comenzar. Llevarían a cabo la obra justo desde esa montaña, como el centro de toda la actividad. Eso nos muestra lo insensato que fue y lo poco que había entendido de lo que Jesús había intentado decirle. ¡Alguien ha dicho que solamente existen dos clases de oradores: aquellos que tienen algo que decir y los que tienen que decir algo! Pedro era sencillamente un hombre que tenía que decir algo, de modo que hace esta proposición de que conviertan aquel lugar en su central para una gran campaña para apoderarse del mundo.
Pero apenas si había dicho aquellas palabras cuando fue interrumpido y tuvo lugar el cuarto suceso dramático. De repente se vieron rodeados por una nube. Yo estoy convencido de que fue una nube idéntica a la que se menciona en el Antiguo Testamento, que cubrió el tabernáculo durante el día: la gloria de Dios, llamada la shekinah. Ellos oyeron una voz que les hablaba desde la nube, diciendo: “Éste es mi Hijo amado; a él oíd”. No hay duda alguna de que ésta es una corrección de la afirmación impetuosa de Pedro. El Padre mismo está diciendo: “Pedro, no pongas a Jesús a la misma altura de Moisés y de Elías. Escúchale a Él, que es acerca del cual hablaron Moisés y Elías. Él es quien cumplió las predicciones de los profetas y los sacrificios de la Ley. Escúchale a Él, que es mi Hijo amado”.
Señor, me siento agradecido por poder ver por adelantado esta manifestación de Tu gloria. Enséñame a echarme atrás, asombrado por Quién eres y lo que has planeado para mí.
Aplicación a la vida
Los discípulos de Jesús fueron testigos de una revelación que les abrió los ojos a la majestad y a la deidad de Jesús. ¿Cuáles son las asombrosas implicaciones para nosotros al leer acerca de Su transfiguración?