Subió a la barca con ellos, y se calmó el viento. Ellos se asustaron mucho, y se maravillaban, pues aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.
Marcos 6:51-52
Nosotros no podemos entender este último milagro a menos que lo consideremos una especie de periodo de examen al que se tuvieron que someter estos discípulos después de que Él hubiese alimentado a los cinco mil. Nuestro Señor les había enviado y les había dado poder. Ellos habían visto su ministerio confirmado y declarado auténtico por la mano de Dios obrando por medio de ellos. Habían regresado emocionados y “encendidos” por todo lo que habían visto y habían hecho. Habían aprendido que Jesús era el que había venido para que se cumpliese la expectación del Mesías que había de ser dado a Israel, que había sido prometido a lo largo de todos los siglos proféticos. Pero daba la impresión de que se lo habían perdido todo.
Así que les somete a un examen, una prueba, para ver cómo van. Les envía en la tempestad, pero esta vez es diferente. Él no está con ellos en la barca. Los envía solos, deliberadamente, y Él asciende a las colinas para orar. ¿Cuántas de las tormentas de nuestra vida contienen estos dos elementos: las turbaciones que nos suceden y que nos parecen abrumadoras y la aparente ausencia del Señor? Sin embargo, hay Uno en la colina orando por nosotros.
Después de que la tormenta ha estado soplando durante varias horas y los discípulos se sienten profundamente angustiados, Jesús viene a ellos, caminando sobre las aguas. Cuando le ven, se sienten aterrorizados porque creen que es un fantasma. Él tiene que tranquilizarles, diciendo: “Eso, esa cosa que visteis y que hace que estéis aterrorizados, soy yo; no temáis”. ¿Cuántas veces tiene Él que decirnos esto a nosotros? Lo que nos asusta, lo que hace que nos sintamos aterrorizados: “Soy yo; no temáis”. ¡Jesús subió a la barca, y ellos se quedaron totalmente estupefactos! Esto indica la nota que sacaron en este examen, que fue un cero. Fue un fracaso total, pero les hizo sentirse asombrados. Por segunda vez ahora, los ojos de ellos fueron abiertos para empezar a preguntar: “¿Quién es éste entonces?”. Y empiezan a escuchar, lo cual abre la puerta a algunas de las más grandes enseñanzas del Señor a Sus discípulos acerca del motivo por el que Él había venido.
Y ésta es la pregunta que hace nuestro Señor: “¿Quién es éste?”. ¿Quién envía las tormentas en nuestras vidas? ¿Quién nos prueba? ¿Quién hace provisión para nuestras necesidades y luego nos prueba sobre ello? ¿Quién nos hace una promesa y luego nos envía a ver si hemos creído lo que enseñamos o lo que decimos? Es el Señor mismo. Eso es lo que está haciendo con nosotros, como hizo con Sus discípulos. Nos está entrenando; nos está enseñando, preparándonos, edificando nuestras vidas, de la misma manera como lo hizo con sus vidas, para que podamos ser hombres y mujeres de fe, confiados y tranquilos, pudiendo enfrentarnos con la vida.
Padre, te doy gracias por lo que estás haciendo conmigo. Aunque vivo en tiempos peligrosos y viajo por mares turbulentos, yo sé quien eres Tú: el Rey de reyes y Señor de señores.
Aplicación a la vida
Cuando nuestras vidas son exteriormente loables, pero nuestra fe y nuestra percepción espiritual son débiles, ¿qué cosas puede usar Dios para fortalecernos, para enseñarnos y para hacer que nos adaptemos para que aprendamos?