Entonces él se sentó, llamó a los doce y les dijo: ―Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos.
Marcos 9:35
Es evidente que nuestro Señor sabía de lo que habían estado hablando estos discípulos. Así que, cuando llegan a la casa en Capernaum, les pregunta: “¿Qué discutíais por el camino?”, una pregunta sencilla y normal, pero se encuentra con un silencio desconcertante porque ellos habían estado discutiendo quién era el mayor entre ellos. Por algún motivo eso no sonaba justo en la presencia de Jesús. Sería maravilloso si nosotros siempre fuésemos conscientes de que lo que decimos y pensamos es algo que hacemos en Su presencia. Haría que nos sintiésemos de manera diferente acerca de muchas cosas.
No sabemos cómo surgió este argumento. Sospecho que fue causado por los acontecimientos relacionados con la transfiguración. Santiago, Pedro y Juan habían sido escogidos para estar en la montaña con el Señor y observar esta maravillosa visión. Jesús les había encargado estrictamente que no dijesen nada a nadie acerca de lo que habían visto, y creo que cumplieron este encargo. Pero es bastante posible guardar un secreto de tal manera que todo el mundo esté ansioso por descubrir más. Cuando regresaron, es posible que los otros preguntasen: “¿Qué pasó allí arriba?”. Y ellos dijiesen: “La verdad es que no nos está permitido hablar de ello. Uno de estos días tal vez podamos decíroslo, pero vosotros los discípulos ordinarios estáis excluidos de esto por ahora”. Y luego, como es natural, surgió el argumento respecto a cuál de ellos era el más grande.
Para contestar a esto, Jesús hizo una afirmación maravillosamente reveladora. Les dijo la verdad acerca de la ambición. No les reprendió por desear ser el más importante. Él nunca les reprendió por su deseo. De alguna manera Dios ha creado en el corazón de cada ser humano el deseo de tener éxito en cualquier cosa que hagamos. Él no les reprendió, porque esto forma parte de nuestra humanidad, es decir, el deseo de tener éxito. Lo que sí hizo fue hablarles sobre el verdadero camino de la grandeza: “No es el intentar ser el primero”, les dijo; “es el estar dispuesto a ser el último. No es el hacer que otros os sirvan, sino el ser cada uno de vosotros siervo de todos”.
Hay dos clases diferentes de ambición. Hay la ambición de conseguir la aprobación y el aplauso de otras personas, y la ambición de recibir la aprobación y el aplauso de Dios. Están aquellos que quieren conseguir la fama, la atención, la influencia y el poder. La medida de la ambición de ser grande ante otros es siempre: “¿Cuántos me sirven? ¿Cuánto poder puedo yo tener sobre otros? ¿Hasta dónde llega mi influencia?”. ¿Quién de nosotros no ha sufrido muchas veces por causa de este deseo de ser conocido, de ser admirado y de ser considerado importante?
Pero Jesús destaca el hecho de que la verdadera grandeza no se encuentra nunca ahí. La medida de la auténtica grandeza es: “¿A cuántos puedo servir? ¿A cuántos puedo ayudar?”. Ésta es la marca de grandeza a los ojos de Dios. ¡El cristianismo es una fe radical! Es exactamente lo contrario a los instintos naturales del corazón. Nuestras inclinaciones naturales harán que nos encontremos cada vez con más aflicciones. Aunque consigamos alguna forma de grandeza a los ojos de otras personas, se convertirá en telas de araña y cenizas en nuestras manos.
Enséñame el significado de estas palabras en lo más profundo de mi corazón. Ayúdame a esforzarme por conseguir esa grandeza que brillará a lo largo de toda la eternidad.
Aplicación a la vida
¿Qué enseña Jesús como un criterio radicalmente diferente de la grandeza y el poder? ¿Reflejan nuestras vidas un cada vez mayor entendimiento y aplicación de Sus enseñanzas y de Su ejemplo?