Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
Juan 3:17
Este versículo es una gran norma acerca de cómo debemos hablar acerca del evangelio a las personas que no conocen a Dios, a aquellos que llevan una vida descuidada, indiferente, con frecuencia pecaminosa y desgraciada. No debemos hablarles meneando el dedo ante ellos, haciéndoles ver lo terribles que son y las cosas tan malvadas que se están haciendo a sí mismos. Debiéramos hacerlo sintiendo la agonía, el sufrimiento, la vergüenza interior, la soledad, la miseria y angustia que están sintiendo. Así es cómo se siente Dios y cómo debiéramos sentirnos nosotros también.
Pablo expresa esto de una manera muy hermosa en su segunda epístola a los corintios: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Corintios 5:19a). Ése es el motivo por el que en cada relato que tenemos acerca de Jesús en los evangelios, en los que está tratando con pecadores reconocidos, evidentes y vulgares, no escuchamos nunca una palabra de condena. Veamos, por ejemplo, la mujer junto al pozo de Samaria. Había tenido cinco maridos y en esos momentos estaba viviendo con un hombre que no era su marido. Jesús fue cortés con ella; no la atacó, no la culpó ni la juzgó. No hay condenación alguna.
Como es natural, esto no significa que Dios no se interese por nuestros pecados. Él sabe que no podemos vernos libres hasta que no se haga algo sobre ellos. Por todas las Escrituras se nos recuerda que Él vino con el propósito de que seamos libres de nuestros pecados, no para dejar que sigamos viviendo en ellos o para decir que no tienen importancia, sino para hacer que seamos libres de ellos. Pero lo que Él quiere que nosotros tengamos perfectamente claro es que los pecados no nos impiden acudir a Él. Nosotros venimos ante la presencia de Dios sabiendo que seremos recibidos con Su amor, con un corazón perdonador y con Sus brazos abiertos.
Hay un relato conmovedor acerca de un joven que se había peleado con su padre y se había marchado de su casa. Continuó manteniéndose en contacto con su madre y deseaba de todo corazón poder regresar para Navidad, pero temía que su padre no se lo permitiese. Su madre le escribió y le animó a que regresase al hogar, pero él sintió que no podía hacerlo hasta que no estuviese seguro de que su padre le había perdonado. Finalmente, no quedó más tiempo para enviar cartas. Su madre le escribió y le dijo que ella hablaría con el padre y, si éste le había perdonado, ella ataría un trapo blanco en el árbol que crecía junto a las vías del ferrocarril cerca de su casa, que él podría ver antes de que el tren llegase a la estación. Si no estaba el trapo, sería mejor que continuase el viaje.
De manera que el joven se puso en camino para su casa. Al acercarse el tren a su casa, se sintió tan nervioso que le dijo a su amigo que viajaba con él: “No me atrevo a mirar. Siéntate en mi lugar y mira por la ventanilla. Te diré el aspecto que tiene el árbol y tú me dirás si hay un trapo sobre él o no”. De manera que su amigo cambió de asiento con él y miró por la ventanilla. Después de un rato el amigo dijo: “Oh sí, estoy viendo el árbol”. El hijo le preguntó: “¿Hay un trapo blanco atado a él?”. Durante un momento el amigo no dijo nada, pero a continuación se volvió y con una voz muy suave le dijo: “¡Hay un trapo blanco colgado en cada una de las ramas de ese árbol!”. Eso es lo que está diciendo Dios en Juan 3:16-17. Dios ha eliminado la condenación, haciendo posible que nosotros podamos acudir libre y abiertamente al hogar para estar con Él.
Concédeme, Señor, un corazón compasivo en lugar de una actitud de condenación. Perdóname por las veces en las que he juzgado a otros mientras que Tú mismo estabas extendiendo una mano de amor a ellos.
Aplicación a la vida
El rechazar el don de salvación, del amor sacrificador de Dios, es un acto de juicio contra nosotros mismos. ¿Estamos nosotros caminando en el amor y en la luz de Su perdón? ¿Perdonamos a otros de la misma manera que Dios nos ha perdonado?