―Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti, pues le has dado potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le diste.
Juan 17:1b-2
Hemos llegado al punto culminante del discurso en el aposento alto al examinar la oración con la que concluye nuestro Señor. Es uno de los pasajes más profundos del Nuevo Testamento. Ha sido llamado “el lugar santísimo de las Escrituras”, y se han escrito volúmenes enteros acerca de este capítulo tan sólo. Nuestro Señor y los discípulos se habían marchado del aposento alto y se dirigían a las sombras del huerto de Getsemaní. Es allí donde comenzó nuestro Señor Su oración. Oró en voz alta, para que los discípulos pudiesen oír lo que tenía que decir al Padre.
La primera petición de Jesús es que pueda ser glorificado. Si nosotros orásemos pidiendo ser exaltados, enaltecidos o glorificados, para que el mundo pudiese ver lo importante que somos, sería una petición egoísta, pero nuestro Señor añade de inmediato: “para que tu Hijo te glorifique”. De manera que Su petición de gloria es que el Padre sea glorificado.
Éste es siempre el propósito fundamental de toda existencia: que glorifique a Dios. Glorificar quiere decir manifestar o que sea evidente una virtud, sabiduría o poder de una persona que está oculto en esa persona. Y aquí nuestro Señor está pidiendo ser glorificado, para que las cosas que se encuentran ocultas en Él puedan ahora ser manifestadas, a fin de que Él pueda manifestar a su vez la belleza, la gloria y la sabiduría del Padre.
Nuestro Señor nos dice ahora por qué necesita esta gloria adicional. El Padre le había glorificado ya y le glorificaría de nuevo en Su muerte. Pero el Señor está mirando más allá de la cruz y necesita la gloria adicional por el motivo que explica en el versículo 2: “pues le has dado potestad sobre toda carne para que dé vida a todos los que le diste”. La necesita para realizar la obra adicional que le había sido dada, la de dar vida eterna a todos aquellos a los que Dios había llamado.
Nuestro Señor está destacando el hecho de que en Su resurrección y ascensión, tendrá poder sobre toda carne. Como dijo Él mismo antes de ascender al Padre: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18b). El escritor de Hebreos dice que el Hijo es “quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (1:3). Así que aquí resulta evidente que Jesús es consciente de que Él es Señor sobre todo el universo.
Jesús es Señor, tanto si las personas lo saben como si no. Él controla los acontecimientos de la historia y todos los sucesos normales de nuestras circunstancias. Esto es lo que quiere decir nuestro Señor cuando dice aquí que Él tiene poder sobre toda carne, sobre todas las naciones. Todos los acontecimientos de la historia, y aquellos acerca de los cuales se nos informa en los periódicos, han sido permitidos por el Señor al regular y ser responsable de los asuntos de la tierra, a fin de dar vida eterna a todos aquellos que Dios le ha dado.
Me inclino ante Ti, Señor Jesús, como Aquel a quien le ha sido dada toda la autoridad en el cielo y en la tierra.
Aplicación a la vida
¿Puede nuestro conocimiento finito hacer que sintamos una paz duradera? ¿Nos esforzamos nosotros en conocer a Aquel en quien podemos tener esta paz?