De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.
Juan 14:12
Ésta es una de las más sorprendentes promesas en las Escrituras. Fíjese usted el motivo que menciona Jesús respecto a estas grandes obras. Es porque Él va al Padre, y cuando va al Padre, enviará al Espíritu. Dice más adelante: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros” (Juan 16:7b). Aquí se está refiriendo a la venida del Espíritu. Al entrar el Espíritu de Dios en los corazones humanos y morar en ellos, sucederán estas cosas. El Espíritu está liberando en nosotros la vida de Jesús, de manera que sigue siendo Jesús el que está realizando estas cosas.
Algunas personas leen este pasaje y creen que nosotros, que somos seres humanos corrientes, somos de alguna manera tan capaces que podemos de hecho hacer cosas más grandes de las que hizo el Hijo de Dios mismo cuando estuvo en la carne. Pero lo que está diciendo en realidad aquí es que como el Señor resucitado, que vive en nosotros por medio del Espíritu, Él hará más grandes cosas por medio de nosotros de las que Él hizo cuando estuvo aquí en los días de Su carne.
Jesús continúa diciendo de inmediato: “Y mayores obras que estas haréis vosotros”. ¿Qué obras son estas? Evidentemente no pueden ser milagros más grandes. ¿Se le ocurre a usted algo superior a abrirle los ojos a aquellas personas que han nacido ciegas, o decir una palabra haciendo que un hombre cojo pueda andar, o levantar a los muertos? Claro que no. En ese caso, ¿cuáles son las obras mayores? La única respuesta que tiene sentido alguno es que son mayores en lo que se refiere a su significado e importancia. Son logros espirituales más bien que físicos. Cualquier cosa que se realice en cuanto al espíritu de la persona es mucho más significativo que algo realizado en lo que se refiere al cuerpo.
Cuando lea usted el relato acerca del ministerio de Jesús, fíjese en que las multitudes le seguían cuando realizaba esas maravillas tan sorprendentes, y ciudades enteras salían para escuchar Su mensaje, pero cuando llegamos al final de Su vida, ¿dónde están todas las multitudes? ¿Dónde están los cientos de personas a las que había sanado? Han desaparecido. Sólo un puñado está al pie de la cruz. Sus milagros no cambiaron a las personas; sencillamente tocaron la superficie de sus vidas.
Pero más adelante Jesús les dice a Sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:16a). ¿No es interesante que aquellos a los que Jesús sanó no estuviesen con Él durante la prueba de la cruz, pero que cuando estos discípulos saliesen y predicasen con el poder del Espíritu, ganasen miles de convertidos, y cuando vinieron las pruebas, estos hombres y mujeres estuviesen dispuestos a enfrentarse con leones, a ser destrozados sobre potros de tortura y a ser quemados como antorchas vivas en lugar de negar a Jesús?
Estos son los más grandes milagros. Cualquier cosa hecha en relación con el espíritu de la persona es permanente, pero lo que se hace en relación con la carne es sencillamente temporal. Todos aquellos a los que Jesús sanó o levantó de los muertos murieron de nuevo. De manera que lo que se hace al espíritu de una persona es mucho más grande, y esto es lo que quiere decir Jesús por “mayores obras”.
Gracias por los milagros que Tú estás haciendo en mí y por medio de mí. ¡Tú puedes cambiar mi corazón, oh Señor! Solo Tú puedes hacer que yo sea como Jesús.
Aplicación a la vida
¿De qué modo podemos nosotros ejercer nuestra influencia sobre el ámbito espiritual aquí en la tierra? ¿Es nuestra fe el centro de esta vida y la base de nuestros deseos?