Jesús le dijo: ―El que está lavado no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis.
Juan 13:10a
Jesús les había dicho con anterioridad: “Lo que yo hago ahora, vosotros no lo entendéis”. Al pedir un baño, Pedro demuestra que no había entendido lo que estaba sucediendo, de modo que Jesús le corrige de nuevo. Y en esas palabras nos da una preciosa explicación del proceso de la salvación. Empieza con un baño, que es acudir inicialmente a Cristo, en el que ocupamos el lugar de la bancarrota ante Él, acudiendo sin el menor vestigio de nuestra propia justicia que ofrecer y permitiéndole a Él que nos limpie. Es algo que se compara con un baño en el que somos lavados por todas partes, completamente, de los pies a la cabeza. Como es natural, Jesús estaba refiriéndose a una costumbre social muy corriente en aquellos días. Era la costumbre de darse un baño antes de salir a comer. Pero al andar por las calles sucias de la ciudad con sandalias, los pies se ensuciaban. De manera que, cuando se llegaba a una casa como invitado, un criado le lavaba los pies, pero no tenía necesidad de repetir el baño.
Así que Jesús está diciendo: “Cuando venís a mí al principio, estáis bañados, de manera que estáis limpios por todas partes”. Esto es lo que la Biblia llama justificación por la fe. Es lavar toda la culpa y el pecado de toda una vida, pasada, presente y futura. Pero al caminar usted por la vida, Jesús sabe que sus pies se contaminarán durante el tiempo que usted camine y que será preciso lavarlos. Él nos enseña que no sólo necesitamos esa limpieza inicial, que no será preciso volver a repetir, sino que además necesitamos la experiencia, muchas veces repetida, del perdón, de acudir a Cristo para que Él limpie toda esa deshonra durante nuestro caminar. Esto determina que tenemos una parte con Él.
En otras palabras, perdemos el gozo de nuestra comunión con Cristo cuando estamos temporalmente contaminados por todo el mal que hacemos durante nuestra vida. Perdemos el goce de nuestra relación con Él. Su actitud hacia nosotros no cambia, pero nuestra actitud hacia Él sí que cambia. Es por eso que se nos enseña en todas las Escrituras a confesar nuestros pecados (1 Juan 1:9). Al momento que lo hacemos se renueva la limpieza original en nosotros y podemos irnos restaurados.
Hoy en día se está repitiendo el error que cometió Pedro. Hay personas que se niegan a que Jesús les lave los pies, de manera que están rechazando el requisito indispensable para disfrutar su relación con Cristo. Cuando las personas se niegan a permitir a Jesús que les lave los pies, pierden el sentido de compañerismo con Él. Por otro lado, están aquellos que sienten que necesitan un baño de nuevo cuando pecan, creyendo que han perdido su salvación y que de alguna manera tienen que empezar de nuevo en su experiencia cristiana. Pero Jesús nos enseña por medio de todo este proceso que necesitamos un solo baño. Esto se refleja en la verdad del bautismo. Usted se bautiza una sola vez, como un acto inicial, pero la cena del Señor refleja el lavado de los pies, la necesidad de ser limpios del pecado a lo largo de la vida.
Padre, te doy gracias porque Tú has lavado todo mi pecado y mi culpa, y ahora soy justo a Tus ojos. Enséñame a venir a Ti cada día, confesando mi pecado, permitiéndote a Ti restaurarme, para que pueda tener la comunión íntima contigo para la cual fui creado.
Aplicación a la vida
¿Qué se encuentra tras ese sentimiento de sentirnos separados de un Dios de amor? Cuando nos sentimos que no estamos teniendo una relación con Jesucristo, ¿qué es lo que podemos decidir hacer?