Pedro le dijo: ―No me lavarás los pies jamás.
Jesús le respondió: ―Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.Juan 13:8
El hecho de que Pedro se negase a dejar que Jesús le lavase los pies es una imagen asombrosa de la necesidad humana de la limpieza que ofrece Jesús y el orgullo pecaminoso de aquellos que rechazan el ministerio de limpieza de Jesús. Las acciones de Pedro aparentemente fueron motivadas por la humildad. Puede usted imaginarse la incredulidad en su rostro cuando Jesús se le acercó, y él protestó, diciendo: “¡Señor, no me harás esto jamás!”. Da la impresión de que ésta es una afirmación humilde y de que Pedro está consternado por el deseo de Jesús de realizar una labor tan inferior como lavarle los pies.
A primera vista da realmente la impresión de que la protesta de Pedro tiene su origen en su propio sentido de no ser digno ante Jesús. Pero si lo examina usted más de cerca, se dará cuenta de que es realmente la expresión de un intenso orgullo personal. Pedro está ofendido por las acciones de Jesús porque sabe que, si él fuese un maestro, nunca consideraría el inclinarse de ese modo para lavarle los pies a alguien, porque era algo inferior a él. Ésta es una reprensión a su propia suficiencia. No quiere que Jesús le lave los pies. Él se hubiese sentido satisfecho lavándole los pies a Jesús, pero es un insulto a su sentido de la independencia que Jesús hiciese cualquier cosa por él. Más adelante Pedro manifiesta este mismo orgullo cuando ofrece poner su vida por Jesús, porque no desea que Jesús ponga Su vida por él.
Ésta es una revelación del pecado del orgullo en nuestros propios corazones, que con frecuencia se disfraza de una apariencia de humildad, cuando nosotros realmente insistimos en nuestra autosuficiencia. No queremos admitirle a nadie que tenemos necesidad de nada, y eso es precisamente lo que está haciendo Pedro aquí. No quiere reconocer su necesidad de ser lavado y, especialmente, permitir que Jesús realizase un acto tan servil por él, que es algo que le humilla. De manera que Pedro es un ejemplo del orgullo en nuestros corazones que se resiste a que Jesús realice Su ministerio en nosotros.
Una de las cosas asombrosas acerca del evangelio es que siempre nos obliga a que nos encontremos en el punto más bajo. Es preciso que seamos totalmente humillados para que Dios pueda ministrarnos a nosotros. Es necesario que todo el orgullo humano sea eliminado ante Él antes de que podamos recibir lo que Dios quiere darnos de Su mano, y es ahí donde tenemos la lucha. No nos gusta ser llevados al lugar en el que no tenemos nada que ofrecer. Queremos añadir algo, y Pedro es una clara imagen de esto. Y cuando Jesús le explica: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”, Pedro se rinde de inmediato y va al otro extremo: “Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza”. En otras palabras, le pidió que le diese un baño entero.
Señor, perdóname por ese orgullo que con frecuencia se disfraza de humildad. Enséñame que necesito con desesperación que Tú me ministres y que yo mismo no tengo nada que ofrecer.
Aplicación a la vida
¿Qué se oculta tras nuestro poderoso sentido de la independencia? ¿Dónde encontramos la suficiencia para nuestras necesidades?