En el noveno año de Sedequías, rey de Judá, en el mes décimo, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, con todo su ejército contra Jerusalén, y la sitiaron. En el undécimo año de Sedequías, en el mes cuarto, a los nueve días del mes, se abrió una brecha en el muro de la ciudad. Entraron todos los jefes del rey de Babilonia y acamparon a la puerta del Medio: Nergal-sarezer, Samgar-nebo, Sarsequim, jefe de los eunucos, Nergal-sarezer, alto funcionario, y todos los demás jefes del rey de Babilonia. Al verlos, Sedequías, rey de Judá, y todos los hombres de guerra, huyeron y salieron de noche de la ciudad por el camino del huerto del rey, por la puerta entre los dos muros; y salió el rey por el camino del Arabá.
Jeremías 39:1-4
En el detalle histórico más profundo dado en el último capítulo de Jeremías, se nos dice que quemaron el templo de Dios también. La hora de juicio que había sido atrasada durante tanto tiempo llegó por fin. La ciudad fue tomada. El templo fue quemado. Al leer este relato puedes ver una cierta justicia poética que siempre es característica de los juicios de Dios. La ciudad que rechazó a Dios, Dios rechazó. Les concedió sus propios deseos, en otras palabras. El templo que quemaba incienso a ídolos fue quemado. Se le sacaron los ojos al rey que no podía ver. La gente que mantuvo sus esclavos cautivos fueron ellos mismos llevados cautivos por los babilonios. Ésta es siempre la forma en la que obra Dios. Su juicio es darte exactamente lo que estás pidiendo, para finalmente dejarte salirte con la tuya, pero al alcance máximo, mucho más allá de lo que desearías.
Una nación nunca debe olvidar que, al final, el juicio de Dios llegará. “Los molinos de Dios muelen despacio, pero muelen extremadamente fino.” Tarde o temprano el juicio caerá. Ninguna nación tiene el derecho de continuar en existencia como una nación cuando continuamente viola estos requerimientos de la justicia de Dios. Por lo tanto, la mano de la destrucción descansa sobre cualquier nación que deliberadamente se niega a oír y a hacer caso de la voluntad de Dios. Al final, el juicio llegará. Ninguna manipulación política lo evitará. Ningún compromiso parcial lo retrasará; ninguna resistencia evadirá lo que Dios ha dicho. Vendrá al final, en el año undécimo, en el mes noveno, en el día cuarto, cuando se abre una brecha en los muros de la ciudad, y el juicio y la destrucción ya no pueden ser evitadas.
Hay varias maneras en las que los individuos y las naciones buscan escurrir el bulto de la voluntad de Dios. Primero, un pueblo puede ignorar y negarse a escuchar a Dios y darse a sí mismos a cosas que les ayudan a olvidar: a una vida de libertinaje, negándose a oír y a hacer caso de la Palabra de Dios. Segundo, un pueblo puede perseguir a los profetas de Dios y entorpecer el mensaje de Dios. Se está desarrollando una actitud insensible en contra de la predicación de la Palabra de Dios. Tercero, un pueblo puede buscar eludir la catástrofe que se les viene encima mediante maniobras políticas y manipulaciones. Finalmente, un pueblo puede comprometerse en formas externas, pero no alcanzar el blanco de la sumisión real a Dios. Entonces es que la gente se vuelve externamente religiosa, aprendiendo “palabras de Dios” y practicando la religión civil, pero sus corazones siguen sin cambio.
Hay una sola actitud que evitará el juicio venidero de Dios: arrepentimiento, profunda humillación frente a Dios, reconocimiento de culpa, una disposición para reconocer que hemos perdido nuestro derecho a existir como nación, y clamar a Dios para que nos sane y nos cambie y nos perdone y sane esta nación. Cuando eso ocurre, Dios mismo asume la responsabilidad de recuperar la nación. Pero si la nación ignora a Dios, acaba en el polvo de la historia, como han perecido cientos de reinos y naciones antes de nosotros.
Señor, te pido que nos sanes como nación. Sana nuestra nación, y vuélvenos de la maldad.
Aplicación a la vida
¿Cuáles son cuatro formas en las que los individuos y las naciones buscan evitar la voluntad de Dios? Ya que cada una de estas está inequívocamente presente en la cultura contemporánea, ¿cuál es la respuesta urgentemente necesitada para nosotros individualmente y como miembros del cuerpo de Cristo, la iglesia?