Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?
Jeremías 17:9
En esas dos líneas tienes la explicación de toda la miseria y la angustia y la injusticia y la maldad de la vida. El corazón, la vida natural a la que nacemos, tiene dos cosas mal. Primero, es desesperadamente corrupta. Eso significa que nunca puede funcionar como fue diseñada a hacer. Nunca puede cumplir todo lo que esperas de ella. Nunca cumplirá todos tus ideales, ni te traerá al sitio donde puedas ser lo que quisieras ser. Es corrupta. Está infectada con un virus fatal. No puede ser cambiada. No hay nada que puedas hacer sobre ella finalmente. Es inútil y malgastada. Por lo tanto, hay una sola cosa para la cual es buena: para darle muerte a ella. Eso es exactamente lo que hizo el Señor Jesucristo con ella cuando murió varios siglos después. Tomó esa naturaleza fatal, la naturaleza humana, y le dio muerte a ella.
Sé que mucha gente tiene problemas con esta declaración. Éste es el versículo, entre otros como éste en las Escrituras, que divide a la humanidad por la mitad. O te crees este versículo y actúas el resto de tu vida bajo esos términos, entendiendo este hecho, o lo deniegas y dices: “No es cierto; el hombre es básicamente bueno”. Estás de un lado o del otro. Tu sistema completo de filosofía y de educación y de legislación, y todo lo demás, será determinado por cuál punto de vista tomas sobre esto. Esto es precisamente la gran división que existe en la humanidad.
Es asombroso, pero creo que una de las más grandes confirmaciones de la verdad de este versículo es la Constitución de los Estados Unidos de América. Nuestros padres fundadores estaban tan al tanto de este gran hecho ―que el hombre, por naturaleza, es desesperadamente corrupto― que nunca confiaron a un solo hombre, incluso el mejor entre ellos, con el poder máximo. Instalaron un equilibrio de poder mediante el cual cualquier hombre en oficina, incluso el hombre más admirado, tendría su poder escudriñado y examinado por otros. ¡No se fiaban de nadie y tenían razón! Ningún sistema de filosofía, de psicología, de educación, jamás servirá para eliminar la injusticia, la maldad del corazón humano deteriorado. No se puede hacer. Tenemos que enfrentarnos a la vida bajo esos términos.
Y si eso no fuera lo bastante malo, hay otra calidad de ello: es engañoso sobre todas las cosas. Nunca parece malo, como realmente es. Tiene un poder asombroso para disfrazarse y parecer bueno y lleno de esperanza y justo, incluso admirable. Eso es lo que lo hace engañoso. Esto explica el porqué, a través de todos los siglos, los hombres continuamente intentan hacerlo mejor. Parece como si estuviera a unos pocos pasos del éxito. Es por esto que las aproximaciones humanas son el equivalente de tomar un pozo de agua envenenada, ¡e intentar mejorarlo al pintar el surtidor!
El corazón es listo, astuto; puede aparecer de una forma cuando es de otra enteramente. Sabemos que tenemos una habilidad espantosa para esconder un corazón lleno de odio bajo palabras halagadoras, o podemos hablar suavemente y cariñosamente a alguien a quien odiamos completamente. Lo hacemos todo el tiempo. Podemos utilizar un tono dulce, y actuar y sonar como si estuviéramos perfectamente cómodos, cuando interiormente estamos hirviendo con revuelta y rebelión. Ése es el corazón. Tiene esa habilidad. Puede aparecer justo. Puede hacer los más impresionantes juramentos de que va a mejorar. Puede prometer reforma y pasar apuros.
Ése es el corazón, y el único libro en el mundo que te dice eso es la Biblia, y aquellos que están basados en ella. Nunca encontrarás esa información en ninguna otra fuente. Todos los estudios de la humanidad nunca te llevarán a esta revelación. Éste es Dios mismo, abriendo una verdad que divide al mundo, y que los hombres deben conocer si van a enfrentar la vida como realmente es.
Precioso Señor, cómo te doy las gracias que proveíste una forma para que fuera liberado de esta naturaleza, que es “engañosa más que todas las cosas, y perversa”, en la cruz del Señor Jesucristo.
Aplicación a la vida
¿Nos aferramos al mito de nuestra propia perfectibilidad, o estimamos nuestro viejo ser crucificado con Cristo para que ya no tengamos que estar esclavizados a él? ¿Estamos cambiando la vida del viejo ser por la vida de Cristo que mora en nosotros?