Con amor eterno te he amado; por eso, te prolongué mi misericordia... ¿No es Efraín un hijo precioso para mí? ¿No es un niño en quien me deleito? Desde que hablé de él, lo he recordado constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él, y ciertamente tendré de él misericordia, dice Jehová.
Jeremías 31:3b, 20
Como un padre que no puede olvidarse de su hijo ―sin importar cuán bruscamente haya de regañarle, pero cuyo corazón es tierno hacia él― así Dios es tierno hacia Su pueblo. Y detrás de la oscuridad y la aflicción está el amor eterno de Dios. Esta frase, “con amor eterno te he amado”, es muy bella. La palabra “eterno” es una de esas palabras que nos desconcierta. Incluso en el idioma original es difícil de definir. “Eterno” connota más que duración, significa más que meramente “eternal”; tiene un elemento de misterio. Deja que tu mente vaya al pasado a todos los años de historia, y llegarás al sitio donde finalmente no puedes pensar más. Sin embargo, la lógica afirma que incluso más allá de ese punto ha habido existencia y tiempo. Esto es lo que significa “eterno”. Deja que tu mente vaya hacia el futuro, y llegas al mismo tipo de nubosidad, un sitio donde ya no puedes comprender lo que significan las edades, donde los tiempos y las duraciones parecen insignificantes. Ése es el punto de fuga en el futuro más allá del cual se extienden experiencias para el pueblo de Dios, pero que no podemos comprender. Ése es el misterio de esta palabra “eterno”. Es una palabra que significa “más allá de dimensión”, “más grande de lo que podemos pensar”. Esto es lo que Pablo está expresando en Efesios: “… a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:17b-19).
Así que, cuando llegues al sitio donde los pecados del pasado, y aquellos de tus antepasados antes de ti, estén cobrando un precio sobre tu vida, y tengas la tentación de clamar y decir: “¿Por qué? ¿Por qué me debe ocurrir esto? ¿Qué he hecho para merecerme esto?”. Cuando esto ocurra, Dios se toma la molestia de recordarnos que lo que estamos experimentando es Su amor eterno y misterioso.
Ése es Él diciéndonos: “Mira, quizás te traiga dolor, pero no te hará daño. Este mismo dolor por el que estás pasando producirá en ti el carácter que ambos tú y yo queremos. Esto es lo que te va a hacer más dulce, refinarte, suavizarte, abrirte, te va a hacer un ser humano. En vez de ser duro, insensible, resistente, egoísta, te convertirás en una persona abierta y receptiva y desinteresada”. Eso es lo que Dios está diciendo. Ésa es la calidad misteriosa de este amor que nos atrae. “Con amor eterno te he amado; por eso, te prolongué mi misericordia.” En otras palabras: “No te he dejado perderte una sola cosa que es el resultado del ejercicio de la carne en tu vida”. Eso nos suena extraño, ¿no es cierto? Queremos escaparnos de las consecuencias. En lugar de ello, Dios nos lleva a través de ellas.
Gracias, Padre, por Tu amor eterno que perdura para siempre.
Aplicación a la vida
¿Estamos aprendiendo a ver el amor de padre de Dios en Sus disciplinas? ¿Estamos maravillados por la inmensidad de Su amor eterno incomprensible por Sus hijos?