Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue llevado al matadero; como una oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca.
Isaías 53:7
Las Escrituras preservan cuidadosamente el hecho de que Jesús era inmaculado. Él era sin pecado, pero llevó los pecados de otros. Fue por eso que lo hizo en silencio. No tenía ningún interés en defenderse a Sí mismo, así que nunca habló en Su propia defensa. Es una cosa sorprendente que en los relatos de los evangelios de los juicios de Jesús, Él nunca habló a Su favor o intentó escapar la sanción. Esto asombró tanto a Pilato como a Caifás. Cuando nuestro Señor estuvo ante el sumo sacerdote, estuvo en silencio hasta que el sumo sacerdote le puso bajo juramento para decirles quién era. Cuando estuvo frente a Pilato, estuvo en silencio hasta que mantenerse en silencio hubiese sido negar Su majestad. Entonces habló brevemente, admitiendo quién era. Cuando estaba con los soldados, le pegaron, le escupieron y le pusieron la corona de espinas en la cabeza, pero aun así no dijo ni una palabra. Pedro dice: “Cuando lo maldecían, no respondía con maldición” (1 Pedro 2:23a). Cuando fue frente al despectivo y burlón Herodes, se mantuvo totalmente en silencio. No le diría ni una sola palabra. Le devolvieron al final a Pilato porque Herodes no podía encontrar ningún cargo contra Él.
Es muy obvio para cualquiera que lea los relatos de los evangelios que los juicios por los que pasó Jesús eran una farsa. El juicio judío frente al sumo sacerdote era ilegal. Se llevó a cabo de noche, lo cual era contrario a la ley. Pilato admitió varias veces que no encontraba ningún cargo en contra de Él, y sin embargo pronunció sobre Él la sentencia de muerte. Qué ciertas son estas palabras en el versículo 8: “Por medio de violencia y de juicio fue quitado”. Acuérdate que mientras la multitud gritaba: “¡Sea crucificado! ¡Sea crucificado!”, añadieron estas significantes palabras: “Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mateo 27:25). De este modo reconocieron que era de hecho “herido por la rebelión de mi pueblo”.
Pero cuando la acción final fue hecha y clamó con una gran voz: “¡Consumado es!” (Juan 19:30b), Sus amigos vinieron a bajarle de la cruz. No fue tocado por manos enemigas después de Su muerte, tan sólo por aquellos que le querían. Al retirar Su cuerpo ensangrentado, los amados labios callaron, la maravillosa voz enmudeció, la luz se había ido de Sus ojos, y el gran corazón ya no latía. Pero en vez de tirarle a un montón de basura, como era la intención de las autoridades, “le hicieron su sepulcro con los ricos”, tal y como Isaías había predicho años antes del acontecimiento. José de Arimatea, un hombre rico, se ofreció a poner el cuerpo de Jesús en su nueva tumba, que nunca había sido utilizada. Alguien lo dijo muy notablemente: “Aquel que vino de una matriz virgen debe ser puesto en una tumba virgen”.
Es con asombro y maravilla, Señor, que pienso sobre todo lo que tuviste que pasar para asegurar la salvación de Tu pueblo. Gracias, Señor.
Aplicación a la vida
Jesús se mantuvo en silencio frente a los que le acusaban, ya que no tenía ningún pecado que confesar. Llevó un castigo inimaginable por nuestro pecado. ¿Cómo podemos hacer menos que confesar nuestros pecados y alabar al que pagó por nuestro perdón?