Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
Isaías 53:6
Esto, por supuesto, es el corazón mismo del evangelio, las buenas nuevas. Jesús tomó nuestro lugar. Como dice Pedro: “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24a). Él tomó nuestros pecados y pagó el precio por ellos. No tenía pecados propios, y las Escrituras cuidadosamente hacen constar el hecho de que Jesús mismo era sin pecado. No estaba sufriendo por Sus propias transgresiones, sino por los pecados de otros. Un escritor lo dijo bastante bien: “Fue por mí que Jesús murió, por mí y por un mundo también así de pecaminoso y así de lento en devolver Su amor. Y Él no esperó a que yo fuera a Él; me amó cuando estaba yo en lo peor. Nunca tuvo que haber muerto por mí si yo le hubiese podido amar primero”.
Ése es el problema, ¿no es cierto? ¿Por qué no le amamos primero? ¿Por qué es que sólo podemos aprender a amar a nuestro Señor una vez que hemos presenciado Su sufrimiento, Su intensa agonía en nuestro lugar? Es por causa de nuestras transgresiones, como declara este pasaje. Nos han impedido el reconocer el obsequio divino de amor que debería estar en cada corazón humano.
El pecado es una enfermedad que ha afligido a toda la humanidad. No podemos entender la profundidad de la depravación humana hasta que no vemos la terrible agonía por la cual pasó nuestro Señor, contemplar las horas de oscuridad y oír el terrible gemido huérfano: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Todo esto nos presenta lo que realmente somos. Muchos de nosotros pensamos que somos gente decente, gente buena. No hemos hecho, quizás, algunas de las terribles cosas que han hecho otros. Pero cuando vemos la cruz de Jesús, nos damos cuenta de la profundidad del mal en nuestros corazones y entendemos que el pecado es una enfermedad que se ha infiltrado a toda nuestra vida. El hombre, que fue creado a la imagen de Dios y vivió una vez la gloria de su madurez, está ahora magullado y deteriorado, enfermo y quebrantado, su conciencia arruinada, su entendimiento defectuoso y su voluntad debilitada. La integridad genuina y la resolución a hacer lo correcto han sido completamente socavadas en todos nosotros. Sabemos que esto es verdad. No es de sorprendernos, entonces, que este versículo sea la mejor noticia: “Mas él fue herido por nuestras rebeliones”. Los cardenales que Él sufrió fueron el escarmiento que nosotros merecíamos, pero fue puesto sobre Él.
No hay forma de leer esto y no ver que nuestro Señor es el gran Sustituto divino por la maldad del corazón humano. Sólo podemos apropiarnos esto personalmente por la admisión honesta declarada en el versículo 6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”. ¡Qué cierto es esto de cada uno de nosotros! ¿Quién puede declarar algo al contrario? Yo me crié en Montana y sé algo sobre las ovejas. Las ovejas son unas criaturas estúpidas y obstinadas. Pueden encontrar un agujero en la valla y salirse, pero no lo pueden encontrar de nuevo para volver a entrar. Alguien tiene que ir a buscarlas cada vez. Qué ciertas son las palabras: “cada cual se apartó por su camino”.
Frank Sinatra tenía una canción que era muy famosa hace algunos años: “Lo hice a mi manera”. Cuando lo oyes, suena como algo admirable, algo que todo el mundo debería imitar. Nos sentimos tan orgullosos cuando “lo hacemos a nuestra manera”. Pero cuando te vuelves a las crónicas de las Escrituras, encuentras que eso es el problema, no la solución. Todo el mundo está haciendo las cosas “a su manera”, así que tenemos una raza que está en conflicto continuo, siempre luchando los unos con los otros, incapaz de lograr una resolución, porque todos lo hicimos “a nuestra manera”.
La forma de apropiarse la redención de Jesús es admitir que “todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”, y después creernos la siguiente línea: “mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Él llevó nuestro pecado y tomó nuestro lugar.
Gracias, Señor, por tomar mi propio castigo sobre Ti mismo. Perdóname por aquellas ocasiones en las que todavía busco hacer las cosas a mi manera en vez de a Tu manera.
Aplicación a la vida
El problema del pecado nos pone a todos en la misma necesidad de redención. Jesús murió por todos nosotros, para que pudiéramos ser libres de no vivir más por nosotros mismos sino con alabanza y gratitud por Su muerte expiatoria. ¿Despreciamos con nuestras vidas esta asombrosa gracia?