Entonces Pablo, mirando fijamente al Concilio, dijo: “Hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy”. El sumo sacerdote Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él que lo golpearan en la boca. Entonces Pablo le dijo: “¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la Ley, y quebrantando la Ley me mandas golpear?”. Los que estaban presentes dijeron: “¿Al Sumo sacerdote de Dios insultas?”. Pablo dijo: “No sabía, hermanos, que fuera el Sumo sacerdote, pues escrito está: ‘No maldecirás a un príncipe de tu pueblo’”.
Hechos 23:1-5
¡Qué mal comienzo! Hay un tipo notable de osadía imprudente sobre el apóstol en su introducción. Parece ser descuidado, casi, de las consecuencias de lo que dice, como un hombre quemando sus puentes tras de sí. Mucho me sospecho que está consciente, a estas alturas, de que ha metido la pata y ha caído en una situación insostenible, así que está intentando empujar hacia adelante, sin importar cómo.
No comienza con su gentileza usual. La costumbre para dirigirse al sanedrín era una forma estandarizada que comenzaba con: “Gobernantes de Israel, y ancianos del pueblo…”. Pablo no utiliza esto, sino que se pone a sí mismo al mismo nivel que estos dirigentes, y se dirige a ellos simplemente con la forma familiar: “Hermanos”. Esto era una ofensa a estos judíos. También insinúa que no hay razón posible de queja en contra de él. Esto era ciertamente verdad. Sin embargo, parecía insinuar que no había razón alguna para esta reunión, que era absurdo el haber reunido al concilio.
Así que, por esta aparente insolencia e impertinencia, el sumo sacerdote ordena que sea golpeado en la boca. Esto era una forma de insulto inusualmente degradante para un israelita, y la ira de Pablo se enciende frente a esta ofensa. Responde con esta réplica punzante y cáustica: “¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada!”. Ésta era una forma típicamente judía de llamarle un maldito hipócrita. Ciertamente no es la forma más discreta para un prisionero de dirigirse a un juez. Es muy posible que Pablo reconociera quién era Ananías, pero que no supiera que Ananías había sido recientemente nombrado sumo sacerdote. El momento que es informado de que Ananías es, de hecho, el sumo sacerdote, Pablo es inmediatamente arrepentido, ya que reconoce que ha errado. Se disculpa, ya que la ley dice que ese puesto merece respeto, aunque el hombre no se lo merezca.
Esto no debería de sorprendernos. El apóstol ha ido a Jerusalén en desobediencia directa al Espíritu Santo. Por lo tanto, es un hombre que se ha puesto a sí mismo en una posición de ser dominado y controlado por la carne; el principio de maldad es inherente en cada uno de nosotros. Acuérdate de que el apóstol Pablo mismo es el que nos dice, en su carta a los romanos, que si nos sometemos como esclavos a la carne, nos convertimos en esclavos de aquello a lo que obedecemos (Romanos 6:16). En otras palabras, si cedemos a la carne en un área, entonces otras áreas de nuestra vida serán afectadas. La carne siempre nos lleva más allá de donde queremos ir. Está al mando de los controles de nuestra vida y nos gobierna, nos guste o no. Sin importar lo que intentemos hacer, todo lo que resulta es carnal.
Padre, revélame las áreas en las cuales he permitido que la carne esté en control. Enséñame a caminar no en la carne sino en el Espíritu.
Aplicación a la vida
¿Estamos reconociendo la realidad de los encuentros de por vida con “la carne”, ese “principio inherente de maldad”? ¿Estamos aprendiendo a reconocer sus sutilezas, invocando y sometiéndonos al poder de la vida de Cristo que mora en nosotros?