Que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. La Ley constituye sumos sacerdotes a hombres débiles; pero la palabra del juramento, posterior a la Ley, constituye al Hijo, hecho perfecto para siempre.
Hebreos 7:27-28
El escritor junta dos frases para conseguir el pensamiento principal: “ofreciéndose a sí mismo”, y “hecho perfecto”. Como Sacerdote, no había ningún sacrificio inmaculado que pudiera ofrecer excepto Él mismo, así que se ofreció a Sí mismo. No se encontró ningún otro sacerdote digno de ofrecer tal sacrificio, así que Cristo se convirtió en tanto Sacerdote como Víctima.
Esto nos recuerda las palabras de Cristo desde la cruz. Al pronunciar las tres primeras palabras desde la cruz, Jesús es un Sacerdote: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Está intercediendo por los sangrientos asesinos que le han clavado al madero. Entonces se vuelve al ladrón a Su lado y dice: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). Está ministrando gracia a este revolucionario que admitió su necesidad. Entonces a Su madre y a Juan el discípulo, que estaban al pie de la cruz, dijo: “Mujer, he ahí tu hijo”. Después dijo al discípulo: “He ahí tu madre” (Juan 19:26-27). Todavía es un Sacerdote, ministrando consolación a sus corazones, dándoseles la una al otro para cumplir la necesidad de la vida. Pero en este momento un cambio ocurrió. El sol fue escondido, y una extraña oscuridad cayó sobre la tierra.
La primera palabra desde la cruz en medio de esa oscuridad es el terrible grito de abandono, el primer llorar huérfano de Emanuel: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Ahora ya no es un sacerdote; es la Víctima, ofrecida como un sacrificio en el altar de la cruz. Entonces de en medio de ese infierno ardiente de dolor, y la todavía más intensa angustia de espíritu, vienen las palabras: “¡Tengo sed!” (Juan 19:28).
Esto es seguido por los dos últimos gemidos desde la cruz, cuando con una gran voz al final de tres horas gritó: “¡Consumado es!” (Juan 19:30); y entonces: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). Inmediatamente, entregó el espíritu. En esas últimas palabras todavía es un sacrificio, habiendo completado la obra que el Padre le dio para hacer.
Si unes dos frases más de este pasaje, obtienes el pensamiento completo del autor. No sólo se ofreció Cristo a Sí mismo como el sacrificio perfecto, sino que lo hizo “una vez para siempre”, ¡para siempre! La cruz es un acontecimiento intemporal. No es simplemente un incidente histórico el cual podemos ver al mirar hacia atrás y estudiar como haríamos con la batalla de Gettysburg. Es una intrusión de la eternidad en el tiempo. Es intemporal. Es como si estuviera ocurriendo para siempre y hubiera estado ocurriendo desde la fundación del mundo. Es, por lo tanto, una experiencia eternamente contemporánea.
Cada edad puede saber por sí misma el significado de esta cruz. Alcanza hacia atrás para abarcar toda la historia, para que se pueda decir que Jesús es “el Cordero que fue inmolado” desde el principio del mundo (Apocalipsis 13:8). Por tanto, todos aquellos del Antiguo Testamento que todavía no habían conocido la presentación histórica de Cristo podían ser salvos, tal y como somos salvos hoy en día, ya que la cruz alcanzó hacia atrás en el tiempo así mismo como para adelante. La cruz de Jesucristo, desde el punto de vista de Dios, es el acto central de la historia; todo fluye desde eso. Desde ese gran acontecimiento toda esperanza está fluyendo, toda luz está emanando; es a ello que todos los acontecimientos deben mirar para encontrar significado.
Señor Jesús, gracias por no sólo ser mi gran Sumo Sacerdote sino también la Víctima dispuesta de la crueldad del hombre, para que yo pueda conocer el perdón y la esperanza.
Aplicación a la vida
El punto de vista de Dios pone la cruz de Cristo como el acto central de la historia. ¿Es el enfoque central para nosotros, aquellos para quienes el Señor Jesús se volvió tanto Sacerdote como Víctima? ¿En qué maneras comprometemos la sabiduría de la cruz con la sabiduría mundanal?