En cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no le sea sujeto, aunque todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentara la muerte por todos.
Hebreos 2:8b-9
Este pasaje describe el estado presente de futilidad de la humanidad. He aquí la historia completa de la humanidad en resumen: Dios nos creó para ejercitar dominio, pero todavía no vemos que todas las cosas nos sean sujetas. Intentamos ejercitar nuestro dominio, pero ya no podemos hacerlo adecuadamente. Nunca hemos olvidado la posición que Dios nos dio. A través de la historia de la raza, hay una continua reafirmación de los sueños de la humanidad para el dominio sobre la tierra y el universo. Es por eso que no podemos evitar escalar la montaña más alta. Tenemos que explorar las profundidades del mar. Tenemos que salir al espacio. ¿Por qué? Porque está ahí.
Los humanos consistentemente manifiestan una notable memoria racial, una recolección vestigial de lo que Dios les dijo que hicieran. El problema es que, cuando intentamos conseguir esto ahora, creamos una situación extremadamente explosiva y peligrosa, ya que nuestra habilidad de ejercitar dominio ya no está ahí. Incluso en la vida individual esto es cierto. ¿Cuántos han realizado los sueños y los ideales con los que comenzaron? ¿Quién puede decir: “He hecho todo lo que quería hacer; he sido todo lo que quería ser”? Pablo en Romanos dice: “La creación fue sujetada a vanidad” (Romanos 8:20a).
“Pero vemos a Jesús”, dice el escritor. Ésta es nuestra esperanza. Con los ojos de la fe, vemos a Jesús ya coronado y reinando sobre el universo, el hombre Jesús cumpliendo el destino perdido de la humanidad. En el último libro de la Biblia hay una escena donde Juan observa a Aquel sentado sobre el trono del universo, mientras miles de ángeles están clamando alabanza sin fin frente a Él. Se hace un llamamiento para encontrar a uno que sea capaz de abrir el libro con los siete sellos, que es el título de propiedad de la tierra, el derecho a manejar la tierra. Se hace una búsqueda a lo largo de la historia humana por alguien que sea digno de abrir el rollo. Pero el ángel dice: “No llores, porque el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apocalipsis 5:5). Cuando Juan se volvió para ver al León, para su asombro vio un Cordero, un Cordero que había sido inmolado. Al observar como el Cordero subió al trono y tomó el libro, todos los cielos irrumpieron en aclamación, ya que aquí estaba por fin Aquel digno de poseer el título de propiedad de la tierra.
Esto es lo que el escritor ve aquí. Vemos a Jesús, quien Él solo ha roto a través de la barrera que nos mantiene separados de nuestra herencia. ¿Qué es esa barrera? ¿Qué es lo que nos mantiene separados de realizar nuestros sueños de dominio? Se expresa en una sola palabra lúgubre: ¡Muerte! La muerte es más que el final de la vida. La muerte significa inutilidad; significa desperdicio, futilidad. La muerte, en ese sentido, penetra toda la vida. Puedes ver los signos de ella todo el tiempo.
Pero Jesús cumplió los requisitos para realizar la herencia de la humanidad. Se volvió más bajo que los ángeles; se vistió de carne y sangre; entró a la raza humana, para convertirse en parte de ella, y experimentó la muerte. Probó la muerte para cada hombre, y al hacerlo tomó nuestro lugar. Fue así que hizo posible para aquellos que juntan su destino con Él encontrar que ha removido la cosa que le da su ardor a la muerte. En Jesucristo al hombre le queda un solo rayo de esperanza para realizar el destino que Dios ha proveído para él. Cristo ha venido para comenzar una nueva raza de gente. En esa raza se incluye a Sí mismo y todos aquellos que le pertenecen, y a esa raza la promesa es que entrarán a toda la plenitud que Dios tenía previsto que el hombre tuviera.
Gracias, Padre, que has mandado a Tu Hijo a morir para que yo pudiera ser restaurado a la experiencia del dominio que Tú creaste para mí. Abre mis ojos para que pueda verle más claramente.
Aplicación a la vida
El plan amoroso y soberano de Dios es que nosotros como sus súbditos reinemos en la vida. ¿Cómo ha proveído para esta posibilidad? ¿Estamos viviendo por medio del poder de la resurrección y el poder del Señor Jesucristo que mora en nosotros? Si no, ¿por qué no?