Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo, como hijo, sobre su casa. Y esa casa somos nosotros, con tal que retengamos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.
Hebreos 3:5-6
Seis veces en esta corta sección aparece la palabra casa, “la casa de Dios”. Hay un malentendido extensamente común en nuestro día, especialmente entre cristianos, que utiliza el término “la casa de Dios” para significar un edificio de iglesia. ¡No hay nada más destructivo al más grande mensaje del Nuevo Testamento que esa creencia! Un edificio nunca es verdaderamente llamado “casa de Dios”, ni en el Nuevo Testamento ni el Antiguo Testamento, en el presente o en el pasado. Ciertamente ningún edificio de iglesia, desde los días de la iglesia primitiva, pudiera ser propiamente llamado “la casa de Dios”. La iglesia primitiva nunca se refirió a ningún edificio de esa forma. De hecho, la iglesia primitiva no tuvo edificios durante dos o trescientos años. Cuando se referían a la casa de Dios, para ellos eso significaba la gente. ¡La iglesia no es un edificio; es la gente!
Incluso el templo o el tabernáculo de la antigüedad no eran realmente la casa de Dios. Si alguien saca a relucir el hecho de que ningún edificio hoy en día puede ser propiamente llamado “la casa de Dios”, algún cristiano instruido en la Biblia que está cerca asentirá y dirá: “Sí, tienes razón. El único edificio propiamente llamado ‘la casa de Dios’ fue el templo”. Es cierto que estos edificios fueron llamados así en las Escrituras, pero es sólo en un sentido figurativo. Nunca se tuvo la intención de que Dios morara en ellos.
En el capítulo sesenta y seis de su magnífica profecía, Isaías apunta las palabras del Señor, diciendo: “El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies. ¿Dónde está la casa que me habréis de edificar? ¿Dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas” (Isaías 66:1-2a). Pablo, al predicarles a los atenienses, les recordó que Dios “no habita en templos hechos por manos humanas” (Hechos 17:24). En el momento en que pronunciaba esas palabras, el templo todavía permanecía parado en Jerusalén. No, Dios no mora en edificios.
Entonces, ¿cuál es la casa de Dios que se menciona aquí? La respuesta está muy claramente expresada en el versículo 6: “Esa casa somos nosotros”. Nosotros. Dios nunca tuvo la intención de morar en ningún edificio; Él mora en la gente, en los hombres y las mujeres, en niños y niñas. Ésa era la intención divina al crear al hombre: que fuera el tabernáculo de Su morada. Pablo se refiere a esto en 1ª de Corintios: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19). El propósito de Dios es habitar en tu cuerpo y hacer que tú seas la manifestación de Su vida, la morada de todo lo que Él es.
En esta casa de Dios que siempre es el pueblo, Moisés ministró como siervo, pero Cristo como Hijo. Por lo tanto, el Hijo ha de ser obedecido mucho más, ha de ser escuchado mucho más, ha de ser honrado mucho más y prestado atención, más que el siervo. Moisés sirvió fielmente como un siervo. ¿Cuál es el ministerio de un siervo? Un siervo siempre está preparando cosas. Debe preparar comidas, debe preparar habitaciones, debe preparar el jardín. Siempre está trabajando en anticipación de algo que todavía ha de venir. Su obra es en vista a aquello que es todavía futuro: “pero Cristo, como hijo, sobre su casa”. ¿Cuál es el papel de un hijo en una casa? El tomar cargo de todo, el poseerlo, el utilizarlo para lo que sea que guste. La casa fue hecha para Él.
Gracias, Señor, que has venido a morar en mí. ¡Qué privilegio es ser Tu casa!
Aplicación a la vida
¡Increíblemente, el Espíritu de Dios ha elegido al cuerpo de creyentes como Su templo! ¿Quién, entonces, ha de ser alabado? ¿Para qué propósito nos honra el Cristo resucitado con todos los recursos y poder de Su presencia?