No os habéis acercado al monte que se podía palpar y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad,… Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos. Os habéis acercado a Dios, Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús, Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.
Hebreos 12:18, 22-24
El escritor aquí está hablando de aquello que nos motiva en la vida cristiana. No hemos de ser motivados por el temor. No por la Ley y sus demandas sobre nosotros: “¡Haz esto, o verás!”. No por el esfuerzo propio, no por los dientes rechinantes y los puños cerrados y una determinación de que vamos a servir a Dios. Si servimos porque tenemos miedo, como atemorizó la Ley a Israel en esa terrible escena en el monte Sinaí, nos perderemos algo de Dios. No es el temor que es nuestra motivación; es la plenitud; es lo que Dios nos ha dado.
No os habéis acercado a este monte Sinaí, sino al monte Sión, el sitio de gracia: “a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial”. Estás bajo un nuevo gobierno y “a ángeles”. Los ángeles son espíritus que ministran, mandados para ministrar a aquellos que han de ser herederos de la salvación, es decir, los cristianos. Y “a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos”, esto es, aquellos que son nacidos en Cristo, compartiendo Su vida, con sus nombres “inscritos en los cielos”. “Os habéis acercado a Dios, Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos”. Estos son santos del Antiguo Testamento, hombres y mujeres de Dios que vivieron y que nos están esperando ahora. “A Jesús, Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”. Un mediador no es alguien en los cielos, en algún sitio, en algún lugar distante del espacio; es el Cristo que mora en nosotros. Está disponible para nosotros. Está aquí mismo para ser nuestra fuerza, nuestra justicia, nuestra sabiduría, lo que sea que necesitemos. Cuando la sangre de Abel fue derramada, gimió por venganza, como nos dice el libro de Génesis, pero la sangre de Jesús no habló de venganza; habla de acceso, de vindicación, del hecho de que no hay ningún problema entre nosotros y Dios que no se resuelve por Su sangre. Ya no hay ninguna cuestión de culpa. Podemos venir completamente aceptados en el Amado.
Por lo tanto, con todo esto de nuestra parte no hay necesidad de fallar, ¿no es así? Eso es lo que está sacando a relucir. Ciertamente las cosas se ponen difíciles; ciertamente nos desanimamos; seguramente hay tiempos cuando las presiones son intensas, ¿pero has contado con tus recursos? ¿Te has olvidado de ellos?
Padre misericordioso, estoy tan agradecido que por la gracia me has guiado al monte Sión. Ayúdame a mantenerme firme y a ser Tuyo en todas las circunstancias de la vida.
Aplicación a la vida
¿Hemos entrado en el monte Sión, donde el gozo y la libertad del temor es nuestra herencia espiritual? ¿Están nuestra alabanza y nuestras obras motivadas por la gracia de Dios y Su amor, que echa fuera todo temor?