Honroso sea en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios. Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora, pues él dijo: “No te desampararé ni te dejaré”. Así que podemos decir confiadamente: “El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”.
Hebreos 13:4-5
La inconformidad al mundo ciertamente debe involucrar estas áreas. Las sueltas normas sexuales de nuestra generación y el intenso espíritu materialista de esta edad constituyen una constante amenaza a nuestros corazones, y debemos estar al tanto de ellas. Debemos darnos cuenta de lo que Dios ha llevado a cabo para sostener la santidad del matrimonio, y que Él incesantemente, continuamente juzga las violaciones de ello. Por lo tanto, no nos atrevemos a poner atención a las declaraciones que suenan tan bien que se hacen hoy en día sobre la “nueva moralidad”, como si hubiéramos pasado más allá de normas antiguas y que ya no tuvieran significado.
Como nos recuerda el escritor, Dios juzga a los inmorales y a los adúlteros. No quiere decir que Dios suelte relámpagos desde los cielos contra ellos, o que les cause terribles enfermedades; estas no son formas de juicio. Pero podemos ver el juicio de Dios en la angustia y el dolor que se extienden a través de esta nación. Son debidas a la descomposición de las normas morales. La cierta deterioración de la vida es el juicio de Dios. Es la brutalidad de la humanidad, de forma que los hombres se vuelven más como animales y viven al nivel de animales. Esto es tan aparente en nuestro día.
Luego, está el peligro del materialismo. Debemos nadar en contra de las fuertes corrientes de una edad que ama el lujo. No debemos rendirnos a las presiones de afanarnos por tener todo lo que el mundo a nuestro alrededor tiene. La debilidad de la iglesia se debe en gran parte al fallo de los cristianos de estar contentos con lo que Dios les ha dado.
Esto no significa que todos los cristianos han de tomar un voto de pobreza. No hay nada como eso en el Nuevo Testamento. Dios permite niveles de prosperidad que son distintos los unos a los otros. El punto que saca a relucir el autor no es que haya nada mal con las riquezas, pero debemos aprender a estar contentos con lo que Dios nos ha dado. El estar contento no es tener lo que quieres; es querer sólo lo que tienes.
Es difícil saber dónde debemos trazar la línea entre un incremento apropiado en las normas de vivir y el lujo innecesario que es realmente un desperdicio, pero el secreto se da en la última parte del versículo: “pues él dijo: ‘No te desampararé ni te dejaré’ ”. Ésa es la promesa de Dios. Él es nuestro gran e infinito recurso, y nunca nos fallará. Aquí hay la negativa más fuerte en el Nuevo Testamento. El original conlleva el pensamiento: “Nunca, nunca, bajo ninguna circunstancia, te dejaré”. Es una poderosa declaración, y en base a eso el escritor dice que debemos declarar: “El Señor es mi ayudador; no temeré (la pérdida ni la pobreza ni ninguna otra cosa) lo que me pueda hacer el hombre”. Si tengo a Dios, ¿qué me puede hacer el hombre? El punto es que debemos estar contentos de tomar sólo lo que Dios nos da.
Señor, ayúdame a no conformarme a este mundo, siempre siendo avaro de más. Enséñame a estar contento y a creer que Tú nunca me dejarás ni me abandonarás.
Aplicación a la vida
¿Nos están inquietando y descontentando o la abundancia o la pobreza? ¿Qué efecto tiene nuestro descontento en nuestro matrimonio? ¿En quién o en qué confiamos para determinar y proveer nuestras necesidades esenciales?