Entonces dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra”.
Génesis 1:26
Al hombre le fue dado el dominio sobre todo el universo creado. Fue creado para que gobernase y dominase el mundo en el que había sido colocado. A pesar de que el hombre ha caído, no se ha olvidado nunca de este mandamiento, lo cual explica su interminable persistencia en intentar dominar las fuerzas de la tierra, subir a las más elevadas montañas y explorar los más profundos mares, utilizando a la creación animal para sus propios propósitos. Pero además, la realidad de la caída se ve en el hecho asombroso de que el hombre, que fue colocado en este mundo para gobernarlo, se encuentra ahora a punto de destruirlo todo.
A pesar del hecho de que el hombre ha perdido su habilidad para tener el señorío, el deseo de hacerlo sigue siendo una especie de recuerdo racial en nuestro interior. Y ese deseo mismo es una imagen a nivel físico de lo que el hombre redimido ha sido llamado a ser a nivel espiritual. Llegamos aquí al gran propósito de este pasaje. Está aquí para ilustrar para nosotros el hecho de que cuando somos redimidos somos llamados a reinar en la vida y a dominar en la vida.
Permítame el lector explicarle esto directamente, como fue escrito por mano del apóstol Pablo. En Romanos 5:17, dice: “Si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”.
Reinar en la vida, no en el cielo, sino en la vida ahora, en este tiempo presente. Eso significa controlar los acontecimientos, gobernando los efectos de la vida a nuestro alrededor, cumpliendo con el programa del Padre y moviéndonos en la dirección que Dios determine. El hombre redimido no debe ser nunca una víctima impotente de las circunstancias. No se suponía que el mundo cause estragos en la iglesia, sino que sea la iglesia la que haga estragos en el mundo.
Si lee usted los sucesos acerca de la última semana de nuestro Señor en Jerusalén, verá usted exactamente lo que quiero decir. Ahí está, yendo hacia la meta que el Padre ha ordenado, teniendo que morir en la cruz. Afirma Su rostro para subir a Jerusalén y está constantemente poniendo la vista en ese momento que sabe que es el programa que tiene el Padre para Él. Pero fíjese usted en que va adelante, teniendo control absoluto de las circunstancias. Manda a los discípulos a realizar la obra que lleva a Su arresto. Despide a Judas para que se pierda en la noche. Cuando vienen los soldados a prenderle, les reprende, y caen en tierra atemorizados. Él podría fácilmente haberse dado la vuelta y salido huyendo, pero esperó tranquilamente a que le arrestasen. La única persona tranquila en todo este relato inquietante es la persona del Señor Jesús, que camina con majestad solitaria durante estos acontecimientos tumultuosos. Estaba reinando en vida, y eso es a lo que ha sido llamado a hacer el cristiano. Las circunstancias de nuestras vidas son enviadas por el Padre; son el programa que Dios ha escogido para nosotros, pero nuestra actitud en ellas es la que domina en cada suceso, no el dejarnos llevar por la sorpresa.
Padre, con cuánta frecuencia vivo como una persona derrotada e inutilizada por los desafíos de la vida. Enséñame a reinar en vida por medio de Jesucristo.
Aplicación a la vida
El haber sido hechos a la imagen de Dios nos hace ser seres espirituales. ¿Estamos dejando al Señor reinar en y por medio de nuestras vidas? ¿Nos hemos apropiado de Su justicia por la fe, a fin de poder hacerlo?