El séptimo día concluyó Dios la obra que hizo, y reposó el día séptimo de todo cuanto había hecho.
Génesis 2:2
Tenemos que reconocer que el sábado semanal no es el verdadero sábado. Es una imagen o un recordatorio del verdadero sábado. El verdadero sábado es un descanso; el sábado judío es una sombra, una imagen de ese reposo. Todas las sombras del Antiguo Testamento apuntan a Cristo. Cuando la obra de Jesucristo se terminó, las sombras ya no fueron necesarias.
Hace algunos años, cuando estaba haciendo mi servicio militar en el ejército en Hawai, me encontré prometido con una hermosa muchacha que vivía en Montana, a la que hacía tres o cuatro años que no había visto. Nos estábamos escribiendo en aquellos días solitarios, y ella me mandó su foto. Era todo cuanto yo tenía para acordarme de ella y me sirvió de manera moderadamente bien con ese propósito. Pero un día maravilloso ella llegó a Hawai, y pude verla cara a cara. Cuando llegó la cosa verdadera, ya no había necesidad de la foto.
Eso es lo que sucedió con estas sombras del Antiguo Testamento, incluso el sábado. Cuando vino el Señor y hubo acabado Su obra, ya no se necesitaba la imagen. El sábado semanal acabó en la cruz. En la epístola a los colosenses, Pablo nos lo confirma diciendo: “Por tanto, nadie os critique en asuntos de comida o de bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados. Todo esto es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Colosenses 2:16-17).
La sombra del sábado acabó en la cruz. El día siguiente fue el día de la resurrección, el día cuando el Señor Jesucristo salió de la tumba. Ése fue el principio de un nuevo día: el día del Señor. Los cristianos empezaron de inmediato a celebrar el día del Señor el primer día de la semana. Dejaron de observar el sábado, porque acabó con el cumplimiento de la realidad de la cruz, y empezaron a observar el primer día de la semana.
Aunque este sábado, a modo de sombra, acabó en la cruz, el verdadero sábado, el descanso de Dios, continúa hoy. El sábado ha sido definido para nosotros en Hebreos 4: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios, porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas” (Hebreos 4:9-10).
En esto consiste el verdadero sábado: en dejar de realizar nuestros propios esfuerzos y nuestras propias obras. “Bueno”, dirá usted, “si yo hiciese eso, no sería otra cosa que una gota”. Pero la implicación es que deja usted de realizar sus propios esfuerzos y depende usted de la obra de otro. Es por ello que Pablo exclama: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20b). Éste fue también el secreto de la vida de Jesús, como hemos visto. Él mismo dijo: “el Padre, que vive en mí, él hace las obras” (Juan 14:10b). Éste es el secreto del cristiano que aprende que “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). De manera que el secreto de la verdadera vida cristiana es dejar de depender de nuestra propia actividad y descansar en la dependencia de la actividad de Otro que habita en el interior. Eso es cumplir el sábado.
Señor, enséñame a entrar en Tu verdadero reposo del sábado, dejando de hacer esfuerzos por complacerte a Ti y para servirte conforme a mi propia fuerza.
Aplicación a la vida
Jesús puede hacer mucho más por medio de nosotros de lo que nosotros podemos hacer por Él. ¿Cómo cesamos nosotros en lo que se refiere a nuestros propios esfuerzos y nuestras obras? ¿Hemos hallado el verdadero reposo del sábado en Cristo?