He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación.
Filipenses 4:11b
Hay tres cosas sobre esta declaración que nos enseñan sobre el contentamiento. Lo primero es algo que debemos aprender. No nacemos estando contentos. Nuestro espíritu natural es el de esforzarse por conseguir más. La perspectiva desde que somos jóvenes es el continuar buscando algo nuevo que, aunque sea temporalmente, excite nuestros sentidos y satisfaga nuestros deseos. Siempre nos estamos esforzando por algo. Creo que lo que el apóstol nos está diciendo aquí es que él no sólo había aprendido a experimentar contentamiento, sino aquello que es verdadero contentamiento. El proceso de aprender esto es el aprender una nueva definición de contentamiento.
No sé cómo definirías el contentamiento si tuvieras la oportunidad de hacerlo, pero sospecho que muchos de nosotros pensaríamos en alguna variación de la idea de que el contentamiento es tener todo lo que quieres. No creo que ésa sea la verdadera definición. El contentamiento no es tener todo lo que quieres. El verdadero contentamiento es el querer sólo lo que tienes. Esto es lo que Pablo había aprendido. Él había aprendido que Dios había creado al hombre para amar a la gente y utilizar las cosas. Pero en algún sitio a lo largo de la carrera de la vida le hemos dado la vuelta a esa verdad y hemos aprendido a utilizar a la gente y a amar las cosas. Pero, a lo largo de los años, el apóstol Pablo había sido enseñado por el Espíritu de Dios que las circunstancias son ilusorias. Ellas no ministran a las profundas necesidades del corazón, sea que tengamos necesidades o teniendo abundancia. El mayor valor de la vida es la habilidad de amar a la gente y utilizar las cosas. Éste era el enfoque de lo que finalmente había aprendido: el enfrentar la vida como realmente es.
La segunda cosa a notar es que él declara claramente que tanto la pobreza como la riqueza, ambas son consideradas como pruebas. Ésta no es la perspectiva usual, sino una vez más algo que ha de aprenderse. Tenemos una inclinación natural a ver la pobreza como una prueba severa pero la abundancia como una gran bendición, y estamos continuamente buscando un estado en el que tenemos todo lo que queremos. Esto indica que realmente no sabemos cómo definir el contentamiento. No es tener todo lo que quieres, sino querer lo que tienes. Somos continuamente asediados por la filosofía de esta época, como en la historia de Horacio Alger, el hombre joven que ascendió de las profundidades de la pobreza y, mediante sus propios esfuerzos, viene al final a la abundancia, siendo un magnate rico. Ésta es la forma de vida americana. Pablo dice que ése no es el caso. Tanto la pobreza como la riqueza son extremos difíciles. Ambos son severos pesos al espíritu humano. Ambos tienden a torcer, distorsionar y degradar la personalidad. Ambas son pruebas de severa intensidad y pueden ser destructivas para la vida humana.
La tercera cosa a notar es el secreto de la victoria sobre estos dos impostores: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (4:13). Éste es el tema que recorre casi cada versículo de esta carta, un continuo recordatorio por el apóstol de ese gran descubrimiento en su vida cuando aprendió que no tenía nada en sí mismo. Todo su trasfondo, ambición y habilidades, y todo lo que contaba por ganancia, era realmente inútil en cuanto a lo que él pudiera hacer por la causa de Cristo. Aprendió que no tenía nada, ni era nada, ni podía hacer nada; que era Dios expresando Su vida lo que constituía el secreto de la vida humana. Una vez más escribe acerca de una vida plenamente adecuada para suplir cualquier demanda puesta sobre ella, porque, en Cristo, era la manifestación exterior de Su presencia interior. Era el practicar esa confianza en que lo que una vez fuera Jesucristo en los días que estaba en Su cuerpo físico: suficiente para cada situación. Todavía lo es, y está disponible para nosotros continuamente. Éste es el secreto que el apóstol presenta aquí. Si no estás dispuesto a aprender el secreto, ciertamente no vas a disfrutar este contentamiento.
Padre, qué actitudes más estúpidas tomo a menudo hacia las circunstancias de mi vida. Qué prisa me doy en murmurar y quejarme, olvidándome que Tú eres el Alfarero y yo el barro. Enséñame a regocijarme, sabiendo que todas mis circunstancias fueron planeadas para ser medios mediante los cuales Tú expresas la suficiencia del Señor Jesús.
Aplicación a la vida
Los anuncios comerciales provocan nuestro deseo innato de reclamar la felicidad como nuestro derecho. ¿Cuáles son las tres alternativas para disuadirnos de esta atracción? ¿Estamos aprendiendo el secreto del verdadero contentamiento?