Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne.
Efesios 5:31
Este versículo no es simplemente un ejemplo de un lenguaje hermoso y poético. Hay una realidad fundamental tras este concepto: el marido y la mujer no son sencillamente dos personas que están viviendo juntas. De hecho sus vidas se fusionan, convirtiéndose en una. Por lo tanto, es verdad que lo que perjudica a la esposa, perjudica al marido, y no se puede evitar que sea así. Si él se siente amargado con ella, le corroerá como un cáncer en su propia vida y en su corazón. Es por eso que si ha tenido usted una disputa con su esposa, es muy posible que descubra usted que ese día es incapaz de realizar bien su trabajo.
En el gran libro de ayuda The Struggle for Peace (La lucha por la paz), el Dr. Henry Brandt cuenta el caso de una mujer que acudió a él debido a un gran temor que sentía al ir a los supermercados. Acudió a él para que le ayudase con este problema, y él confió, como lo hace siempre, en la sabiduría de las Escrituras. Recordando el versículo: “El perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18b), empezó a buscar una violación del amor en la vida de ella, porque el temor se pone de manifiesto cuando hay algo que impide que el amor fluya. Él le dijo a la mujer: “¿Con quién está usted enojada?”. Finalmente pudo darse cuenta de que estaba enojada con su marido por un incidente que había sucedido unos cuantos años antes en un supermercado cuando tuvieron una desagradable discusión. Como resultado de ello, ella se sentía emocionalmente inquieta siempre que iba a un supermercado. Cuando ella se enfrentó con su falta de amor, su temor desapareció. Lo que había sucedido por lo herida que se había sentido con él, se reflejó en ella misma. Esto también es cierto en el caso del marido respecto a la esposa. Si entendiésemos esto y nos diésemos cuenta de que el herir a nuestro cónyuge es lo mismo que coger un martillo y golpearnos con él sobre la cabeza o descuidar alguna parte de nuestro cuerpo, dejaríamos de intentar hacernos daño el uno al otro. Cuando herimos a nuestro cónyuge, normalmente eso vuelve de alguna manera sobre nosotros.
El punto final que suscita aquí el apóstol es el que aparece en el versículo 33: “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido”. Fíjese usted que la base para realizar esto es que los dos compañeros del matrimonio cumplan con sus responsabilidades para con Cristo, sea lo que fuere lo que haga el otro; ésa es la clave. No es “espera hasta que él empiece a amarme y entonces me someteré a él”, o “espera hasta que ella se someta a mí y entonces la amaré”, sino que es esencial para su responsabilidad ante Cristo, sea lo que fuere lo que haga el otro. El hacerlo de este modo rompe el círculo vicioso del conflicto en el matrimonio y sirve para restablecer la paz y permite al otro cumplir con su responsabilidad.
Yo he visto cómo la obediencia unilateral hace maravillas en las relaciones matrimoniales. Los maridos y las mujeres se han unido; se ha restaurado la harmonía en los hogares amargamente divididos; la gracia y la paz han comenzado a reinar donde antes había batalla y conflicto, violencia y toda una situación fea. Por lo tanto, maridos, amen a su mujer como a sí mismos, y que la esposa se asegure de respetar a su marido.
Dios, concédeme el deseo y el que esté dispuesto a ser obediente al Señor Jesús, que está conmigo en todas las circunstancias y en cada relación en mi vida, sea cual sea la manera de actuar de la otra persona.
Aplicación a la vida
La obediencia a Cristo restablece la gracia y la paz en las relaciones conflictivas. ¿Reconocemos nosotros la verdadera sumisión como el reconocimiento profundo del significado de Su presencia?