Someteos unos a otros en el temor de Dios.
Efesios 5:21
Al decir esto, el apóstol está tratando acerca del remedio básico para todos los conflictos en nuestros días. Pablo aplica este principio al tema de la relación entre el marido y la mujer, que introduce a su vez todo el tema del matrimonio y el divorcio, así como los problemas que se producen como resultado de ellos. A continuación habla acerca del tema de los hijos y los padres, lo cual introduce además todo el tema de la delincuencia juvenil, sus causas y lo que se puede hacer al respecto. Después habla acerca del tema del gobierno o administración y el trabajo. En cada caso, el remedio es siempre el mismo: “Someteos unos a otros en el temor de Dios”.
Si nosotros sentimos el menor deseo de ser parte de una solución en relación con los temas que nos rodean actualmente, es preciso que lo hagamos entendiendo lo que Dios ha revelado acerca del centro mismo del problema. Debemos regresar a la causa de todas las disputas humanas. No hay nadie que no haya hecho en un momento u otro la pregunta: “¿Cómo puedo tener la máxima satisfacción en la vida? ¿Cómo puedo alcanzar la máxima expresión de mi potencial? ¿De qué manera puedo sentirme realizado?”. No tiene nada de malo hacer estas preguntas, porque Dios ha hecho que sintamos estos anhelos en nuestro interior, pero lo que está muy mal es hacerlas de esta manera.
Cuando hacemos estas preguntas de este modo, estamos preguntando como si fuésemos la única persona en el mundo, como si fuésemos responsables de nuestro propio desarrollo. Antes o después, en mis esfuerzos por desarrollarme y para obtener satisfacción, me encuentro en una trayectoria de colisión con alguna otra persona que está intentando conseguir lo mismo. Descubro que mis esfuerzos por satisfacerme a mí mismo están siendo continuamente saboteados por otros que están intentando conseguir la satisfacción de la misma manera. Yo insisto en mis derechos y otros insisten en los suyos, de manera que nos convertimos en obstáculos los unos para con los otros.
Pero Pablo cambia todo el patrón para los cristianos, introduciendo dos factores radicales que alteran toda la situación. Para empezar, el cristiano no debe nunca olvidar que en cada una de las relaciones en la vida, se halla presente otra persona, de manera que no se trata sencillamente de un problema sobre lo que yo quiero contra lo que quiere usted. En cada relación, nos recuerda el apóstol, está presente una tercera Persona, el Señor Jesucristo.
Con esto llegamos a la segunda cuestión. Cuando yo me encuentro en disparidad de condiciones con otra persona, el ver que Cristo también se encuentra presente es hacer que sea consciente de inmediato de lo que Él me ha enseñado. Es sólo cuando me olvido de mí mismo y me dedico a que otra persona se sienta realizada, que descubriré que en mi corazón abundan la gracia y la satisfacción. Éste es uno de los misterios fundamentales de la vida y es algo que vemos confirmado cada día. Aquellos que intentan desesperadamente satisfacerse a sí mismos son aquellos que acaban sintiéndose interiormente vacíos. Nuestro Señor lo explicó de la siguiente manera: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25).
Se convierte, pues, en una cuestión de prioridades. No puede usted defender sus derechos insistiendo en ellos. Sólo los conseguirá cuando se esfuerce por defender los derechos de otros. ¿Se atreve usted a poner en práctica este principio allí donde vive?
Padre, te doy gracias por una palabra que llega a lo más hondo de mi ser, que es penetrante y deja todo al desnudo, sin que nada permanezca oculto. Sé que ésta es una dulce operación del Espíritu Santo que sana, perdona, limpia y restaura.
Aplicación a la vida
Cuando nosotros insistimos en nuestros derechos y otras personas insisten en los suyos, nos convertimos en obstáculos los unos para con los otros. ¿Cuál es uno de los misterios básicos en la vida que evita que se produzca el conflicto humano?