No seas demasiado justo, ni sabio en exceso; ¿por qué habrás de destruirte?
Eclesiastés 7:16
Éste debe ser un pasaje favorito de muchas personas, debido a que parece defender la moderación en lo que se refiere tanto al bien como al mal. El Buscador parece estar diciendo: “No seas demasiado justo ni tampoco seas demasiado malvado, pero un poco de ambos no hace daño”. Todos hemos oído decir a alguien: “La religión está bien en su propio lugar, pero no permitas que interfiera con el placer”. En otras palabras, es preciso ser moderados en todo.
Sin embargo, a fin de poder entender esto debemos fijarnos en lo que está diciendo el Buscador. La frase en el versículo 16, “no seas sabio en exceso”, es la clave para entender el versículo. Lo que está diciendo realmente el Buscador es: “No seas sabio en tus propios ojos en lo que se refiere a tu propia justicia”.
Esto nos advierte en contra del concepto de la propia justicia, la cual es la actitud de las personas que se consideran justas debido a las cosas que no hacen. Esto es, según mi propio juicio, la maldición de la iglesia en la actualidad. El Nuevo Testamento llama a esto fariseísmo, y el Buscador lo llama apropiadamente maldad. La maldad no sólo se expresa en el asesinato, en los robos y en la conducta sexual inapropiada, sino además en el fanatismo, en el racismo, en la pomposidad y en el frío desprecio expresado mediante actitudes críticas de juicio, por el uso de palabras duras y sarcásticas, por las palabras y las acciones de venganza. ¡El evangélico presuntuoso, ya sea hombre o mujer, es una persona malvada!
No sólo es la propia justicia algo malvado, sino que el extremo contrario es también algo malvado, continúa diciendo el Buscador. La insensata actitud de eliminar todas las limitaciones morales, el abandonar la propia autodisciplina, dedicándose a llevar una vida salvaje y desenfrenada, también es algo malvado.
La manera santa de vivir es: “Él que teme a Dios saldrá bien de todo” (v. 18b). El “temer a Dios” es una verdad que todo lo abarca. Significa no sólo respetar a Dios sino además reconocer Su presencia en nuestra vida, no sencillamente algún día, al llegar al final de la misma, sino ahora mismo. El temer a Dios es saber que Él sabe todo lo que hace usted y que es Su mano la que envía las circunstancias en su vida. El conocer el poder, la sabiduría, el amor de Dios, y el hecho de que Él está dispuesto a aceptarle a usted, a cambiarle, a perdonarle, a restaurarle y a estar junto a usted, forman todos ellos parte del concepto de temer a Dios. “Temer a Dios” es saber cómo vivir en el mundo, sin estar convencido de la propia justicia, sin ser pedantes, satisfechos o pagados de nosotros mismos y complacientes. Esta clase de “sabiduría fortalece al sabio más que diez poderosos que haya en una ciudad” (v. 19). ¡Es mejor aprender a vivir de esta manera que tener diez amigos influyentes en puestos importantes que le puedan rescatar a usted!
Enséñame a temerte a Ti, Señor, y a alcanzar la justicia que sólo Tú me puedes dar a través de Cristo.
Aplicación a la vida
Salomón meditó con gran sabiduría por qué tenemos que esforzarnos, con frecuencia con desesperación, por prolongar nuestras vidas para siempre. ¿Acaso hay algo que está al revés en nuestra existencia humana?