Man Pondering in Search for Meaning
Cosas que no funcionan

¿Quién dijo que la vida era justa?

Autor: Ray C. Stedman


El libro de Eclesiastés es la investigación más exhaustiva jamás hecha en cuanto al valor y beneficio de diversos estilos de vida. El investigador es el rey Salomón, quien recoge para nosotros un fiel, objetivo y relevante informe de lo que encontró en esta búsqueda extensa que le llevó años en su vida. Hacia la mitad del capítulo 7, al cual llegamos hoy, él puede decir: “Lo he visto todo”. De hecho, abre esta sección con esas mismas palabras. Verso 15:

Todo esto he visto en los días de mi vanidad. Justo hay que perece pese a su justicia, y hay malvado que pese a su maldad alarga sus días. (Eclesiastés 7:15)

Esta sección central de Eclesiastés trata de cómo evaluar de forma realista y adecuada la vida. Ya hemos visto que la prosperidad no siempre es buena; ser rico y bien acomodado en lo material no es, ni mucho menos, la respuesta al hambre del corazón humano. También hemos visto la verdad que se infiere, que la adversidad no siempre es mala. Algunos de nuestros mejores tiempos son aquellos en los que no tenemos mucho, cuando las cosas son difíciles. En esta sección, empezando con el verso 15, aprendemos aun otra verdad concurrente, y es que los justos no son siempre justos. De hecho, esta sección afirma dos grandes verdades: primera, que en el mundo real hay un montón de justicia falsa; y segundo, que la verdadera sabiduría, por tanto, es difícil de encontrar.

En el verso 15, el Buscador dice que nadie puede distinguir al justo en base a si vive largo tiempo o no. En otras palabras, como dice el proverbio: “Los buenos a menudo mueren jóvenes”. Pero el malvado puede vivir una buena vejez. ¡Existen los viejos verdes asquerosos! Sí que existen, y las pegatinas de los coches nos dicen que necesitan amor como los demás.

Los versos 16 al 19, donde esta verdad se desarrolla, es un pasaje muy malinterpretado. El Buscador dice:

No seas demasiado justo, ni sabio en exceso; ¿por qué habrás de destruirte? No quieras hacer mucho mal, ni seas insensato; ¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo? Bueno es que tomes esto, sin apartar de aquello tu mano; porque el que teme a Dios saldrá bien de todo. La sabiduría fortalece al sabio más que diez poderosos que haya en una ciudad. (Eclesiastés 7:16-19)

Este debe ser el pasaje de las Escrituras favorito de muchos, porque parece abogar por la moderación tanto en lo bueno como en lo malo. Parece que el Buscador está diciendo: “No seas demasiado justo, y no seas demasiado malvado tampoco, pero un poco de cada cosa no hace daño”. Todos hemos oído a alguien decir: “La religión está muy bien en su sitio, pero no la dejes interferir con tu placer”. Moderación en todas las cosas, en otras palabras. Al intentar entender esto, sin embargo, debemos fijarnos muy cuidadosamente en lo que el Buscador está diciendo. Lo que realmente dice es que no seas sabio a tus propios ojos.

Esto es un aviso contra la autojustificación, y con razón. La autojustificación es la actitud de las personas que se consideran a sí mismas justas por las cosas que no hacen. Esa es, a mi juicio, la maldición de la iglesia actual. El Nuevo Testamento llama a esto fariseísmo; el Buscador correctamente lo califica como maldad. En nuestro estudio del libro de Job aprendimos que la maldad se expresa no sólo por los asesinatos, robos e inmoralidad sexual, sino también por el fanatismo, el racismo, la ostentación, el frío desdén; por las actitudes críticas y condenatorias, por las palabras duras y sarcásticas, por las acciones vengativas. ¡El santurrón evangélico, sea hombre o mujer, es una persona malvada!

No sólo es malvada la autojustificación, sino que lo es también el extremo opuesto, sigue diciendo el Buscador. Desechar insensatamente todas las restricciones morales, el abandono de la autodisciplina y el embarcarse en una vida salvaje y desenfrenada también es maldad.

Aun más, cada uno de estos estilos de vida es igualmente destructivo; ambos resultan en la misma cosa: “¿Por qué habrás de destruirte?”, pregunta al justo a sus propios ojos; “¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo?”, le dice al permisivo. En ambos casos ellos destruyen algo de su humanidad. Esto puede ser verdad incluso físicamente. El permisivo puede morir en una pelea de borrachos, o un accidente de tráfico, mientras que el que es santurrón probablemente morirá de úlcera, o de un ataque al corazón, como resultado de su vida blandengue.

La actitud adecuada hacia la vida se encuentra en el verso 18:

Bueno es que tomes esto, sin apartar de aquello tu mano; porque el que teme a Dios saldrá bien de todo. (Eclesiastés 7:18)

Esa es la postura constante de las Escrituras, tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento. No hemos de retirarnos del mundo en un intento de escaparnos de su maldad; no hemos de envolvernos en nuestras capas de santurrones y mirar por encima del hombro con desdén a aquellos que viven vidas inmorales. Es bueno aferrarse a la verdadera justicia, pero también es bueno no apartarse del mundo. Permanezca en él; viva en él; esté en contacto con él. No procure evitarlo o esconderse en una cápsula espiritual, pero no consienta con sus actitudes y prácticas injustas y dañinas.

La manera devota de vivir, por supuesto, es “el que teme a Dios saldrá bien de todo”. Hemos visto la frase “el que teme a Dios” muchas veces en este libro. “Temer a Dios” es una verdad que lo abarca todo. No sólo significa respetar a Dios, sino también aceptar Su presencia en nuestra vida; no meramente algún día, al final de la vida, sino también ahora. Temer a Dios es saber que Él ve todo lo que hacemos, y que es Su mano la que manda las circunstancias de nuestra vida. El conocimiento del poder, sabiduría y amor de Dios, Su disposición a aceptarnos, a cambiarnos, a perdonarnos, a restaurarnos y a apoyarnos, todo ello es parte de temer a Dios. Temer a Dios es saber cómo vivir en medio del mundo y, sin embargo, no ser mojigato, puritano, engreído y pedante. Esa clase de sabiduría “fortalece al sabio más que diez poderosos que haya en una ciudad". Es mejor aprender a vivir de esa manera que tener diez amigos influyentes con altos cargos que puedan sacarle de un apuro.

Esta semana pasada los medios de comunicación nos han dado diariamente información sobre DeLorean, el magnate de la industria del automóvil que se ha metido en problemas traficando con drogas. He aquí el que fue una vez uno de los hombres más ricos del mundo, con amigos influyentes por todo el país, pasando sus días en la cárcel porque nadie quiere pagar la fianza para sacarlo. Eso es una ilustración de lo que el Buscador descubrió. El hombre o mujer que aprende a temer a Dios, en el sentido íntegro de la frase, es más solvente que uno que tiene un aluvión de amigos influyentes.

Salomón ahora aborda la verdad de que vivimos en un mundo caído. No hay justicia, aparte de la que Dios regala. Todo se ha infectado con el virus del mal. Versos 20 al 22:

Ciertamente no hay en la tierra hombre tan justo, que haga el bien y nunca peque. (Eclesiastés 7:20)

No añada “excepto yo” a esa afirmación. Las Escrituras dicen esto una y otra vez. El Buscador sigue diciéndonos cómo sabremos la verdad de esto:

Tampoco apliques tu corazón a todas las cosas que se dicen, para que no oigas a tu siervo cuando habla mal de ti; porque tu corazón sabe que tú también hablaste mal de otros muchas veces. (Eclesiastés 7:21-22)

La inalterable postura de las Escrituras es, como Pablo declara en Romanos 3:23: “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Isaías lo pone de esta forma: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). En lo profundo de nuestro corazón sabemos esto. Podemos oírlo si escuchamos lo que dice la gente, sobre todo cuando están enojados, frustrados o alterados por algo. ¡Escuche lo que los cristianos murmuran por lo bajo cuando les pillan en un atasco de tráfico! Por eso el Buscador dice que no nos lo tomemos muy a pecho.

Esto es una revelación del hecho de que todos nosotros vivimos en un mundo caído; todos luchamos contra una naturaleza caída que se manifestará a sí misma en cualquier posible momento de debilidad, frustración e ira. Por eso es por lo que, si oye a su siervo maldecirle, dese cuenta de que está sufriendo el mismo problema que usted. No se lo tome tan en serio que se trastorne y amenace con despedirlo, sino recuerde que usted está en el mismo barco. De hecho el Buscador le invita a que recuerde que en su propio corazón usted ha hecho lo mismo muchas veces. ¡Qué sinceridad tan refrescante tienen las Escrituras! Ellas nos confrontan con la realidad de la vida.

Por la misma razón que no hay nadie justo sobre la tierra, el Buscador concluye en la última mitad de este capítulo que, efectivamente, la auténtica sabiduría divina es muy difícil de encontrar. Él la buscó:

Todas estas cosas probé con sabiduría, diciendo: «¡Seré sabio!»; pero la sabiduría se apartó de mí. Ya está lejos lo que fue; y lo muy profundo, ¿quién lo hallará?

Me volví entonces, y apliqué mi corazón a saber, examinar y buscar la sabiduría y la razón, para conocer la maldad de la insensatez y el desvarío del error. (Eclesiastés 7:23-25)

Hemos visto antes cómo describía la búsqueda, la ferviente y larga búsqueda que emprendió para investigar las filosofías, indagando cómo descubrir el secreto de la vida. El decía que había buscado dentro de sí mismo antes que nada. Recuerde que esto fue escrito por el rey Salomón, quien fue considerado en su tiempo como el hombre más sabio del mundo. Con esa reputación de sabiduría buscó en su propia vida para encontrar el secreto. Como pone aquí, él dijo: “¡Seré sabio!; pero la sabiduría se apartó de mí”. ¡Qué confesión tan sincera! Se encontró defraudado, incapaz de entenderse a sí mismo.

Probablemente no haya nada en que tengamos más confianza que en la idea de que nos conocemos a nosotros mismos. ¿Cuántas veces ha oído usted decir a alguien: “Nadie me entiende”? La clara implicación es: “Sólo yo me entiendo”. La revelación de las Escrituras, sin embargo, es que si hay una persona en el mundo a quien usted no conoce, es precisamente usted mismo; usted no se entiende a sí mismo. Estaremos perplejos y confusos si intentamos resolver los enigmas de la vida pensando que nos entendemos a nosotros mismos. “Ya está lejos lo que fue; y lo muy profundo, ¿quién lo hallará?”, pregunta Salomón. Se da cuenta de que el problema subyace muy profundo dentro de sí mismo. Intentar entenderse a uno mismo es muy difícil. Es como un hombre que intenta mirarse la cara sin usar un espejo. El Buscador encontró imposible resolver los misterios de sus propios sentimientos, porque no se entendía a sí mismo.

Prosigue para contarnos que mientras investigaba se dio cuenta de que lo que estaba buscando era el secreto del misterio del mal. ¿Se ha debatido usted interiormente alguna vez con eso? ¿Ha luchado alguna vez con esa idea? ¿Se ha dicho alguna vez a sí mismo después de haber hecho algo: “¿Por qué hice eso? Yo sabía que estaba mal; sabía que haría daño a alguien. ¿Por qué dije eso?"? Usted estaba luchando con el mismo problema al que se enfrentaba el Buscador: la gran pregunta, el misterio del mal. El Buscador dice que no encontró la respuesta con la sabiduría, o intentando razonarlo. Lo que sí encontró fue muy revelador. Lo primero que descubrió fue lo que la mayoría de nosotros encuentra cuando buscamos la clave de nuestra vida sin contar con Dios: amargura y muerte.

Y más amarga que la muerte he hallado a la mujer cuyo corazón es trampas y redes, y sus manos ligaduras. El que agrada a Dios escapará de ella, pero el pecador queda en ella preso.

He aquí, dice el Predicador, que pesando las cosas una por una para dar con la razón de ellas, he hallado lo que aún busca mi alma, sin haberlo encontrado:

Un hombre entre mil he hallado, pero ni una sola mujer entre todas.

He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero él se buscó muchas perversiones. (Eclesiastés 7:26-29)

Esta es una revelación muy notable de lo que un hombre profundamente inteligente y capaz descubrió acerca de la vida. Debemos recordar que Salomón está recogiendo con honestidad su propia experiencia.

Encontró dos cosas: primera, encontró que estaba atrapado por la seducción sexual. Fue buscando amor. Muchos hombres y mujeres aquí esta mañana pueden hacerse eco de lo que él está diciendo. Él fue buscando amor y pensaba que lo encontraría en una relación con una mujer. Fue en busca de algo que lo sostuviera, lo fortaleciera y le hiciera sentir que la vida merece la pena vivirse, pero lo que encontró no fue más que una emoción sexual fugaz. Se encontró involucrado con una mujer que no le dio lo que estaba buscando en absoluto; aún seguía sintiendo la misma soledad vacía que antes.

Leí un artículo de una joven que contaba cómo buscó la respuesta a los anhelos de su vida en una relación tras otra con los hombres. Decía que una mañana se despertó en la cama con un hombre que acababa de conocer la noche anterior. Mirando a este hombre que dormía a su lado, dijo que sintió la soledad más intensa que había experimentado jamás. Se dio cuenta entonces que el sexo agravaba, no resolvía el vacío y la soledad de su vida. Siguió hablando sobre cómo encontró una relación con Dios a través del Señor Jesús y se convirtió al cristianismo, y testificó sobre la plenitud que encontró en esa relación. Este apunte es una maravillosa confirmación de lo que tenemos en este pasaje.

El Buscador también relata honestamente la manera de escapar: “El que agrada a Dios escapará de ella, pero el pecador queda en ella preso”. Debemos recordar que éste es el hombre que tenía setecientas esposas y trescientas concubinas; estaba sexualmente relacionado con mil mujeres. En toda esa experiencia, con todo lo atleta sexual que era, no encontró nada que satisficiera el escrutinio de su corazón. Pero dice que empezó a darse cuenta de que el hombre que teme a Dios, que entiende a Dios, cuyos ojos están abiertos y cuyo corazón está enseñado por la Palabra de Dios, escapará de esto. En los primeros nueve capítulos de Proverbios, que fueron escritos también por Salomón, transmite su experiencia sobre el mismo tema a los jóvenes, para mostrarles cómo escapar de esta clase de experiencia vacía de sus vidas.

No sólo estaba él atrapado por la seducción sexual, sino que también dice que estaba perplejo por un extraño enigma, recogido en los versos 27 y 28: “Un hombre entre mil he hallado, pero ni una sola mujer entre todas”. Tenemos que leer esto con cuidado. En su camino por la vida él encontró ocasionalmente algún hombre sabio, leal, confiable y devoto, que podía ser un amigo de verdad, un hombre íntegro, pero nunca encontró una mujer así; de entre todas las miles de mujeres con las que estuvo relacionado, nunca encontró una en la que pudiera confiar. ¿Por qué? Seguramente no era porque Salomón era un cerdo machista, como algunos de ustedes pueden estar tentado a pensar. En el capítulo 8 de Proverbios, él usa a una mujer para simbolizar la verdadera sabiduría divina, y en el capítulo 31 de Proverbios sostiene a una mujer como ejemplo supremo de alguien que vive complaciendo a Dios; ese capítulo es conocido en toda la tierra por su exaltación de la femineidad devota. Salomón no era un misógino; ese no era su problema.

Podemos entender por qué cuenta lo que honradamente recoge aquí de lo que estaba pasando en su búsqueda. Su problema era que cuando buscaba relacionarse con una mujer se bloqueaba por el hecho de la inminente relación sexual, y eso le impedía descubrir cómo era esa mujer realmente. Esa es la explicación de sus palabras aquí. Salomón no tenía un problema semejante con los hombres. No era gay. Cuando buscaba relacionarse con un hombre podía entenderlo, oírlo y darse cuenta de lo que pasaba en su interior, sin estar obstaculizado por ninguna distracción sexual, pero no era lo mismo con una mujer.

Una de las más importantes lecciones que debemos aprender sobre la vida es que el sexo fuera del matrimonio frena el proceso de descubrimiento mutuo. Usted no puede descubrir quién es usted mismo o quién es otra persona si están envueltos en una relación sexual ilícita. He visto ocurrir esto muchas veces con jóvenes parejas en esta congregación, las cuales estaban evidentemente creciendo en el Señor y empezaron a conocerse el uno al otro, a amarse el uno al otro, a descubrir las cosas que les gustaban o disgustaban, y de repente la relación se agriaba; sobrevenía una rara extrañeza, las cosas iban mal, y empezaban a discutir y pelearse. Invariablemente resultaba ser que habían cedido a sus tentaciones y habían tenido experiencias sexuales juntos, anulando totalmente todos los intentos de descubrir quién era el otro. Las Escrituras nos advierten prudentemente contra el sexo prematrimonial. Por eso el Buscador tiene que dar cuenta de que “un hombre entre mil he hallado, pero ni una sola mujer entre todas”. Estoy seguro de que había mujeres así entre todas las que conoció, pero nunca pudo encontrar una.

Finalmente, resume todo esto en el verso 29:

He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero él se buscó muchas perversiones. (Eclesiastés 7:29)

Los problemas de este mundo no son con Dios, sino con el hombre. Por no hacer caso de la sabiduría de Dios y de la Palabra de Dios, procuramos encontrar formas de esquivar lo que nos está diciendo, formas de encontrar las riquezas de la vida apartados o a pesar de las reglas del vivir que Él ha establecido. Eso no se puede hacer. El descubrimiento inevitable de una búsqueda honesta es que la vida nunca puede encontrarse excepto donde Dios dice que se encuentra: en una relación con Él.

Así que el Buscador concluye esta sección en el verso 1 del capítulo 8, con una descripción del valor de la verdadera sabiduría divina. Aquí tenemos otra de esas mal colocadas divisiones de capítulos. Deberíamos leer esto como el verso que debería cerrar el capítulo 7.

¿Quién como el sabio? ¿Quién como el que sabe interpretar las cosas? La sabiduría del hombre ilumina su rostro y cambia la tosquedad de su semblante. (Eclesiastés 8:1)

Hay una maravillosa descripción en cuatro partes de lo que le ocurre a quien descubre la verdadera sabiduría de la justicia como un don de Dios, del que camina con Dios, en el temor de Dios.

Primero, hará a esa persona un ser humano único: “¿Quién como el sabio?”. Una de las insensateces de la vida es tratar de imitar a otro. Los medios de comunicación constantemente nos bombardean con sutiles invitaciones a tener el aspecto, la ropa o la forma de hablar de algún ídolo popular. Si usted tiene éxito en eso, por supuesto, no será más que una imitación barata de otra persona. La gloria de las buenas noticias es que, cuando usted se convierte en una nueva criatura en Jesucristo, usted será único. No habrá nadie como usted. Se parecerá más y más a Cristo, pero diferente de los demás en personalidad. Usted será únicamente usted mismo. No será una copia, una imitación barata, sino un original salido del Espíritu de Dios. Esa es la primera y más maravillosa cosa de la salvación.

Segundo: El Buscador dice que la sabiduría divina le dará un conocimiento secreto: “¿Quién como el que sabe interpretar las cosas?”. Lo que implica esa pregunta es que el hombre sabio sabe. Esto es lo que Pablo declara en 1ª de Corintios 2:15a: “El espiritual juzga todas las cosas”. El hombre espiritual está en posición de hacer un juicio moral sobre el valor de todo, no porque sea muy inteligente, sino porque Dios, que le enseña, es sabio.

Tercero: Tal hombre experimentará un gozo visible: “La sabiduría del hombre ilumina su rostro”. La gracia es lo que hace brillar el rostro, no la grasa. Grasa es lo que ponen en los cosméticos para hacer que la cara brille o para quitar el brillo, según convenga, pero es la gracia la que lo hace desde dentro; la gracia hace brillar el rostro, porque es gozo visiblemente expresado en la cara humana.

Finalmente, cambia la misma disposición interior de una persona: “cambia la tosquedad de su semblante”. ¿Ha observado usted alguna vez que una persona se suaviza, dulcifica y es más fácil convivir con ella cuando está bajo el impacto del Espíritu de Dios en su vida? Esa es la obra del Espíritu de Dios.

Podríamos corroborar esa verdad con mil personas que están aquí esta mañana, pero prefiero acabar con un famoso cristiano de hace unas cuantas generaciones. Todos nosotros, sabiéndolo o no, hemos cantado los himnos de John Newton. Uno de nuestros himnos favoritos fue escrito por él, “Oh gracia admirable, dulce es, que a mí, pecador, salvó”. Esa es la historia de John Newton. Él fue criado por una madre devota, que oró por él toda su vida. Tan pronto como alcanzó la mayoría de edad, se metió en el comercio de esclavos desde África hasta Inglaterra. Cayó en una vida salvaje y desenfrenada, enredándose en peleas de borrachos. Al final, acabó, como él mismo confiesa, siendo un “esclavo de esclavos”, realmente sirviendo a algunos de los esclavos que escaparon en la costa africana, desdichado, miserable, y vivo a duras penas.

Entonces encontró un viaje en un barco de vuelta a Inglaterra. En medio de una tormenta terrible en el Atlántico, cuando temía por su vida, se convirtió; recordó las oraciones de su madre, y se acercó a Cristo. Uno de sus famosos himnos es su propio testimonio:

Por largos años me complací vivir en la maldad, sin temor ni vergüenza,
hasta que algo nuevo vieron mis ojos, y detuve mi salvaje carrera.
Vi a Alguien colgado de un árbol, sangrando en agonía.
Sus lánguidos ojos fijó en mí al acercarme a Su cruz.
Ni en mi último aliento olvidaré aquella mirada;
Parecía cargarme con Su muerte, sin decirme una palabra.
Con otra mirada me habló: “Lo perdono todo a cambio de nada.
Mi sangre tu rescate pagó; morí para que tú vivieras”.

¡Y vaya si vivió! Él llegó a ser uno de los grandes cristianos de Inglaterra, autor de muchos himnos, en los cuales trataba de explicar el gozo, el resplandor, la alegría de su vida que encontró en Jesucristo.

Espero que este pasaje nos ayude a entender de nuevo que lo que consideramos a menudo como restricciones y limitaciones de la vida que Dios nos pone por delante, no están designados para privarnos del gozo. La felicidad es el propósito de Dios para nosotros. Estas restricciones aparentes están diseñadas para protegerla, de modo que podamos encontrarla a su tiempo, y entonces la vida empezará a desarrollarse en plenitud y alegría ante nosotros. Aquí el Buscador ha expuesto claramente lo que enfatiza por todo el libro de Eclesiastés: que es el hombre o mujer que encuentra al Dios viviente quien descubre la respuesta a los misterios de la vida.

Oración:

Padre nuestro, qué agradecidos estamos por la sinceridad de Tu Palabra, por sus advertencias claras y prudentes contra los caminos retorcidos que muchos de nosotros estamos tentados a seguir, y aun así, sin rencor ni amenazas, estas palabras vienen a nosotros ofreciéndonos una vía de escape, un modo de vida que satisface de verdad. Aunque puedan traer dolor y dificultades a veces, vendrán de la mano de un Padre amoroso. Concédenos que nos tomemos estas palabras en serio y empecemos a hallarlas cumplidas en nuestra propia experiencia. Lo pedimos en el nombre de Jesús nuestro Señor, quien nos amó y se dio a Sí mismo por nosotros, para que pudiéramos encontrar vida en Su nombre. Amén.