Las palabras de los sabios son como aguijones, y como clavos hincados las de los maestros de las congregaciones, pronunciadas por un pastor.
Eclesiastés 12:11
Salomón describe el valor de las Escrituras: es como un “aguijón”. Es algo que nos obliga a ir a lugares a los cuales normalmente no iríamos y nos libera animándonos a seguir adelante.
Recuerdo a un hombre que llevaba más de un año sumido en una profunda depresión, pero se vio liberado de ella meditando a diario acerca de la sencilla afirmación que encontró en las Escrituras, en las palabras de Jesús: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). El hecho de que estuvo meditando en estas palabras día tras día le estimuló y le animó a pensar acerca de su vida en esos términos. Logró dejar de sentirse deprimido en un tiempo relativamente corto y nunca más volvió a sentirse deprimido.
Las Escrituras son además “como clavos hincados”. Usted puede aferrarse a ellas en los tiempos de peligro y de tentación. Una vez en mi propia vida, cuando me sentí profundamente angustiado en mi corazón, me vino una y otra vez a la mente una frase de Jesús. Fue cuando Jesús les dijo a Sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón” (Juan 14:1a). Me sentí profundamente conmovido por estas palabras: “no se turbe”. Eso me hizo pensar que un corazón turbado en el caso del creyente es algo que hace que éste se vea sujeto a esa voluntad. Puede sentirse turbado en su corazón o puede no sentirse turbado. El motivo para no sentirse turbado se encuentra en las palabras a continuación: Jesús dijo: “creéis en Dios, creed también en mí” (Juan 14:1b). Cuando por fin logré tomar conciencia de que mi Señor viviente estaba ahí, con sabiduría y poder para ocuparse de la situación, sentí como si se hubiese eliminado la carga que había llevado en mi corazón. Ése es el poder de las Escrituras.
¿Por qué tienen este poder único? El motivo, según el versículo 11, es debido a que “las palabras de los sabios son... pronunciadas por un pastor”. Éstas son palabras inspiradas y transmitidas por Dios. El corazón de Dios es el corazón del pastor, que nos ve como ovejas errantes que necesitan el cuidado del pastor. El hecho de que el Señor es nuestro pastor es probablemente el motivo por el que los pastores de Belén fueron escogidos con el propósito de que fuesen los primeros hombres que escuchasen las maravillosas palabras de los ángeles: “que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11). Pero en la esperanza que fue manifestada aquella mañana, quedó clara la idea de que Aquél que había nacido en el pesebre era Aquél acerca del cual se había dicho: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6b).
“Ahora, hijo, a más de esto acepta ser amonestado” (12:12a), dice el Buscador. Ésta es la palabra de sabiduría para los que buscan conocimientos: “No tiene objeto el escribir muchos libros” (12:12b). Está perfectamente bien leer y buscar, saber y aprender, pero ándese el lector con cuidado, para que esto no le lleve más allá del sencillo hecho de que este libro afirma con toda claridad que Dios es la respuesta al motivo de la existencia. Hasta que no le descubramos a Él, el estudio y los libros no serán nunca de un valor continuado para nosotros.
Amado Señor, te doy gracias por Tu Palabra. Permite que realice su obra en mi vida como un aguijón que me anime y me lleve hacia Ti, como un clavo firmemente clavado al que me pueda aferrar, dado por Ti, que eres el Gran Pastor.
Aplicación a la vida
La verdad es siempre atacada por una gran cantidad de mentiras. ¿Nos hemos guiado nosotros por la Palabra de Dios? ¿Hemos descubierto nosotros la sencilla, ponderosa y reposada verdad en Cristo?