Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo. Él es la propiciación por nuestros pecados.
1 Juan 2:1-2a
No hay nunca necesidad de pecar, pero si nos damos cuenta de que lo estamos haciendo, tenemos una defensa perfecta a nuestro alcance, una defensa que el Padre recibirá con sumo gozo, una que ya nos ha dicho que será bienvenida. Tenemos un Abogado para con el Padre, que acudirá de inmediato en nuestra defensa, pero Su defensa no sirve de nada si todavía nos estamos defendiendo a nosotros mismos. Usted puede o bien depender de Su manera de defenderle a usted, mediante la manifestación de Su obra a su favor, que ha eliminado todas las manchas y todos los pecados que jamás cometerá, o tendrá que depender de su propia defensa. Aquí está usted, delante de Dios, diciéndole a Él de manera desafiante que usted no es culpable, que tiene una defensa. Usted puede explicar todo esto diciendo que actuó bajo la presión de las circunstancias o afirmando que su pecado no es lo que Dios dice que es.
Siempre que se muestre usted desafiante o evasivo, usted siga justificándose y excusándose a sí mismo y, por lo tanto, el Juez sólo puede permitir lo inevitable, permitiendo los juicios intrínsecos que le siguen para que se sienta turbado, que le derroten, que le atormenten, que le hagan sentirse desconcertado, dejándole debilitado e insensato. Pero si deja usted de justificarse, Él le justificará a usted. La sangre de Jesucristo no puede limpiar excusas, sólo limpia pecados. Si está usted dispuesto a decir: “Sí, no fue la presión, no fueron las circunstancias, no fue que estas cosas no son tan malas como dice usted que son; es por lo que he decidido mostrarme impaciente y resentido. He decidido preocuparme y dejar que la ansiedad se apodere de mí”. Si llegamos a ese lugar, descubriremos que hay Uno que está ante la presencia del Padre y le revela a Él la justicia de Su vida, de modo que podamos ser limpiados y aceptados. La fuerza vuelve a fluir de nuevo en nosotros; sentimos de nuevo la paz en nuestros corazones; somos limpios de nuestros pecados, limpios y restaurados por la gracia de Dios. Entonces podemos regresar a las mismas circunstancias, bajo la misma presión, descubriendo que nuestros corazones están siendo protegidos por la gracia y la fortaleza de Dios.
¿Por qué dice Juan: “Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”? La respuesta es la siguiente: Es para ayudarnos a que nos veamos a nosotros mismos. ¿Por qué es que estas otras personas, cuyos pecados han sido ya expiados en la cruz, están viviendo apartadas y actuando con hostilidad hacia el Dios que las ama y que las busca? La respuesta es, como es natural, porque esas personas no quieren creer en Él y no están dispuestas a aceptar Su perdón. Ésa es la misma razón por la que nosotros los cristianos no estamos disfrutando el fluir absoluto del Espíritu de poder, de vida, de amor y de sabiduría como parte de nuestra experiencia. Todas estas cosas están a nuestra disposición, pero no las recibiremos. Al igual que el mundo, les estamos dando la espalda. Le estamos diciendo a Dios: “No estoy interesado en la limpieza, porque no la necesito en realidad. Después de todo, esto no es un pecado, es sencillamente una debilidad, y no lo puedo evitar”. Esa clase de cosa está destruyendo la base de toda la obra redentora de Jesucristo a nuestro favor. Aunque Su poder está enteramente a nuestra disposición, no lo experimentamos por esa actitud.
Padre, examina mi corazón. Haz que yo esté abierto y sea sincero. Enséñame a dejar de poner excusas y a aceptar totalmente la obra de mi Abogado, Jesucristo.
Aplicación a la vida
Cuando pecamos, ¿qué sucede si justificamos nuestras acciones o ponemos excusas por nuestra desobediencia? ¿Tenemos el perdón de Dios por los pecados que cometimos en el pasado, en el presente y en el futuro?