Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.
1 Juan 1:9
La palabra confesar no significa “pedir perdón”. La obra que realizó Cristo en la cruz por nosotros ya ha hecho todo lo que era necesario para perdonarnos. Lo que Dios quiere que hagamos es que examinemos el pecado ante nosotros y que lo llamemos lo que Él lo llama. Estar de acuerdo con Dios sobre esto, eso es lo que significa la palabra confesar. La última parte de la palabra viene de una raíz que significa “decir”, y con significa “con”. “Decir con Dios” lo que Él dice acerca de algo es confesar el pecado. Hay una canción popular que se oye a veces en los círculos cristianos: “Si fui motivo de dolor, oh Cristo; si por mi causa el débil tropezó; si en tus pisadas caminar no quise, perdón te ruego, mi Señor y Dios”. Eso no es una confesión ni mucho menos. No diga usted “si”, diga: “Señor, he causado al débil tropezar; no quise en tus pisadas caminar”. Eso es confesar, estar de acuerdo con Dios.
La limpieza no se basa en la misericordia de Dios o Su amabilidad o Su amor o, después de todo, Su capricho; se basa en la obra de Jesucristo. Sobre esa base Dios es fiel y justo para perdonar, y sería totalmente injusto si se negase a perdonar a un pecador penitente. Dios mismo sería malvado si se negase, sobre la base de la obra de Cristo, a perdonar al pecador arrepentido. Así es cómo podemos sentirnos seguros de la limpieza que se produce cuando estamos de acuerdo con Dios acerca de estas cosas.
Siempre que somos conscientes de haber seguido una reacción carnal, detengámonos de inmediato y estemos de acuerdo en nuestros corazones con Dios acerca de ello, de modo que podamos experimentar de nuevo esta maravillosa limpieza, esta limpieza fiel y justa en nuestras vidas que nos purifica “de toda maldad”.
¿Sabe usted lo que sucede cuando no confiesa? Resulta muy desagradable vivir con usted. Cuando yo era un estudiante en Montana, soporté muchos inviernos duros, durante los cuales las temperaturas llegaron a descender a veces hasta sesenta grados bajo cero durante una semana entera. En nuestros hogares, donde no teníamos agua corriente, no teníamos un sistema de cañerías interiores ni electricidad, de modo que el darse un baño era algo que se podía comparar con una operación quirúrgica de gran envergadura. En esa penosa situación hacíamos nuestras abluciones. Resultaba suficientemente difícil como para que algunas personas pensasen que no era necesario bañarse durante los meses de invierno. Si se entraba en la sala caldeada de una escuela en un frío día de invierno, con otros cincuenta o sesenta cuerpos sudorosos, éramos muy conscientes de este hecho.
La verdad es que a mí no me molesta vivir con alguien que sabe que está sucio y que, por lo tanto, se baña con frecuencia, pero resulta terriblemente desagradable vivir con alguien que cree que nunca está sucio. Eso es lo que está diciendo Juan. Si decimos que no podemos ensuciarnos, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Pero si nos enfrentamos con ella y lo confesamos, entonces la limpieza que ha provisto el Señor Jesús en la cruz, de manera total y abundante, nos pertenece de inmediato, y es como si nunca hubiésemos pecado.
Padre, esto nos revela con términos muy prácticos la tendencia de nuestro propio corazón a engañarse a sí mismo, y además el que Tu corazón está dispuesto a limpiarme. Ayúdame a caminar de acuerdo contigo.
Aplicación a la vida
Aunque podemos ser libres del pecado, no podemos decir que no tenemos pecado. ¿Cuál es la diferencia entre pedir perdón y confesar nuestro pecado?