Todo aquel que odia a su hermano es homicida y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
1 Juan 3:15
¿Está su corazón lleno de odio hacia otra persona hoy, o le ha sucedido durante esta semana? Usted no puede soportarle. ¡De hecho, si las circunstancias fuesen idóneas y pudiese evitar el castigo, le asesinaría usted si pudiese! Este versículo revela las implicaciones del odio. Todo lo que le impide a usted cometer el asesinato es el temor a las represalias por parte de Dios o de los humanos. Si pudiese usted salirse con la suya de alguna manera, el odio se manifestaría siempre y de manera invariable por medio del asesinato, como sucedió en esa primera escena entre Caín y Abel. Dondequiera que haya odio, el asesinato es siempre una posibilidad y, a los ojos de Dios, es como si nosotros lo hubiésemos cometido. Dios lee el corazón, de modo que no necesita esperar las acciones. Esto es lo que el Señor Jesús mismo enseñó en Mateo 5:21-22, en el sermón del monte.
¿Qué es lo que revela cuando el cristiano odia? Seamos sinceros y admitamos que esto es algo que por desgracia sucede con demasiada frecuencia. Los cristianos se odian los unos a los otros y muestran ese odio hacia otras personas aparte de Cristo. Pero Juan nos dice: “sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”, queriendo decir que la vida eterna que ha dado Cristo ya no controla a esa persona, ya no “permanece” en ella.
La relación de permanecer ha sido añadida a la vida de Dios que está en nosotros. El odiar no significa que las personas dejen de ser cristianas, pero sí que dejan de actuar como cristianas. No están viviendo ya como las personas cristianas en las que se habían convertido. La vida eterna ya no permanece en ellas, y estas personas se encuentran bajo el control del demonio. No es que el amor no esté disponible a estas personas, sino que no permanece en ellas. Si odiamos a alguien, nos hemos convertido en esclavos temporales de Satanás. Somos el hijo o la hija de Dios haciendo la obra del demonio, de manera que necesitamos enfrentarnos con esa situación a ese nivel.
¿Cómo podemos controlar el odio? Para el mundo en general, no puede haber respuesta aparte de la obra regeneradora del Señor Jesucristo y la cruz del Calvario. Es preciso el poder de Dios para quebrantar el poder del odio. ¿Pero qué sucede en el caso de los cristianos? ¿Recurre usted a la insensatez de intentar suprimirlo? ¿Se muerde usted el labio y no dice nada, marchándose con el corazón ardiente, dominado por la ira, sintiéndose desgraciado y desventurado? Usted se encuentra aún bajo el control del maligno y, antes o después, él le llevará a usted más lejos de donde quiere ir. El único control es lo que leemos aquí en la epístola de Juan. Llámelo usted como lo que es: odio, que tiene su origen en el demonio. A continuación, confiéselo usted, esté de acuerdo con Dios al respecto y dígaselo. Entonces recibirá usted como respuesta el poder del amor del Hijo de Dios que mora en su corazón. La fuente del Espíritu Santo está siempre dispuesta a derramar nuestras palabras de amor, de aprecio, de aprobación y aceptación en lugar del odio. Hasta que no vivamos bajo estos términos, no habremos empezado a demostrar la vida que está en Jesucristo. Es por eso que se hace la exhortación: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).
Señor, permite que sea atraído a Ti, para que pueda entender de nuevo el poder del amor sobre el odio y la necesidad de ser abierto y honesto conmigo mismo en estos sentidos. Ayúdame a no excusar estas actitudes, sino a recordar que cada manifestación de odio es un ataque en Tu contra y en contra de Tu norma para mi vida.
Aplicación a la vida
En el tiempo que pasemos aquí en la tierra, todo el mundo se sentirá en alguna ocasión dominado por el odio hacia otra persona, y el suprimirlo sencillamente hace que aumente el odio. ¿De qué manera devolvemos el control a Aquel que es Amor?