Oseas fue el primero de los profetas "menores". Su nombre está relacionado con el nombre de Josué, que significa "salvación". Oseas era un joven predicador en la nación de Israel, el reino del norte, y fue contemporáneo de los profetas Isaías y Amós. Vivió, como se nos dice en el primer versículo, durante los reinados de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías (reyes de Judá, el reino del sur) y durante el reino de Jeroboam, hijo de Joas, rey de Israel. Jeroboam fue uno de los reyes malvados de Israel, y la nación estaba pasando por un tiempo difícil cuando Oseas estaba predicando. Había gente que estaba "pasándoselo de maravilla", como podríamos decir, y no les quedaba demasiado tiempo para Dios, aunque, como es lógico, ellos no lo hubiesen expresado de ese modo; nadie lo dice cuando es verdad. En lugar de ello, hubieran dicho algo parecido a lo que decimos nosotros: que sencillamente no tenían el tiempo necesario como para cumplir con las exigencias que Dios les hacía, porque estaban terriblemente ocupados en otras cosas importantes. Su espíritu estaba dispuesto, pero la carne estaba lista para el fin de semana.
Asi que, como de costumbre, la gente no le prestaba demasiada atención a Oseas, que les hablaba acerca del juicio y del castigo. Les dijo que Dios iba a levantar a la nación asiria para castigar a Su pueblo y que un ejército fiero e implacable asolaría la tierra como un azote; pero el pueblo le prestaba muy poca atención y decían que el Dios de Oseas debía ser bastante vengativo para hablar de ese modo, aunque Oseas intentó decirles que no era así. Les dijo que Dios era un Dios de amor y que el que les tratase de ese modo era parte de Su amor, que Dios quería que se diesen cuenta de lo que se estaban haciendo a sí mismos y que la única manera que podía conseguir que le escuchasen era poniendo grandes dificultades en el camino del pueblo; pero ellos no le prestaron más atención de la que prestan actualmente las personas a cosas como estas. Lo que hicieron fue echarle la culpa a Dios y dijeron: "Si Dios es realmente un Dios de amor, ¿por qué permite que las cosas se tuerzan de este modo? ¿Cómo puede un Dios de amor enviar a un pueblo implacable como los asirios a que ataquen a nuestra tierra?".
De modo que el joven Oseas se encontró con que el número de sus oyentes era cada vez menor. Me imagino que debían de ser educados delante de él, pero que se burlarían a sus espaldas y que le tratarían con amabilidad, como si fuese una persona inofensiva, que es lo que normalmente hace la gente con los predicadores. En una ocasión, cuando estuve en Inglaterra, conocí a un clérigo anglicano que me contó que lo que más le había molestado, tanto antes como durante la batalla de Gran Bretaña, eran los carteles en las plazas públicas en los que se decía: "Todas las personas deben inscribirse para el reclutamiento menos las mujeres, los niños, los retrasados mentales y los clérigos". Dijo que no era tanto el que le incluyesen en esa lista, pero que hubiera deseado al menos que le hubiesen colocado antes de los retrasados mentales.
Por lo que Oseas se siente bastante desanimado, y en el primer capítulo de este breve libro de profecía leemos una nota personal acerca de él. Acudió a Dios, y este le dijo algo muy extraño. Dios le dijo: "Quiero que te cases". Creo que Oseas debió de animarse al oír eso, porque era soltero, y Dios le dijo: "Te he eligido a una amiga". Cuando mencionó el nombre de la muchacha, a Oseas le latió el corazón con fuerza, porque el nombre de la joven era Gomer, la muchacha más hermosa de Israel, y Oseas estaba realmente interesado.
Pero Dios le dijo: "Quiero que sepas la historia entera de esta joven. Quiero que te cases con ella, pero ella te va a ser infiel; de hecho se convertirá en nada menos que en una vulgar prostituta. Pero a pesar de todo quiero que te cases con ella. No cabe duda de que Oseas debió sentirse profundamente intrigado por el extraño mandato de Dios, de igual manera que se debió sentir Abraham cuando Dios le mandó que agarrase a su hijo y le matase, que matase a su propio hijo. En ocasiones Dios hace cosas extrañas, cosas que nosotros no entendemos, que no podemos clasificar, cosas que no parecen encajar con lo que creemos que sabemos acerca de Él. Y esa es una de esas cosas extrañas. Dios le dijo a Oseas: "Quiero que te cases con esta muchacha, que se convertirá en una ramera, en una prostituta común y corriente, pero tendrás tres hijos, dos niños y una niña. Y cuando nazcan quiero que me dejes que sea yo quien les ponga los nombres. Tal vez en esos momentos Oseas comenzaría a entender algo de lo que Dios estaba haciendo. Sabía que en Israel era la costumbre enseñar por medio de señales, que Dios usaba con frecuencia este método para instruir a Su pueblo, y que los nombres eran muy importantes. Dios usaba con frecuencia los significados de los nombres para enseñar a Israel ciertas verdades, y en aquellos momentos Dios planeaba usar a este profeta y a su familia como una lección práctica para Su pueblo.
Esto era algo que también le pasaba a Isaías en el reino del sur, y también Isaías tenía dos hijos. Los nombres de sus hijos son realmente difíciles de pronunciar, pero tienen un significado. El nombre del más pequeño era Sear-jasub, que significa "volverá un remanente". Esa era la promesa que Dios le había hecho a Israel: que aunque iban a ser llevados cautivos, volvería un remanente. El nombre del mayor era Maher-salal-hasbaz. No tengo ni idea cómo debían de llamarlos a la hora de comer en aquellos tiempos. Maher-salal-hasbaz significa "apresurarse a la presa" o "apresurarse al saqueo", que era una manera profética de decirle Dios al pueblo que se habían metido en un gran problema, pero también les consolaba mediante las palabras "volverá un remanente".
Así que Oseas fue a hacerle la corte. Y, ¿cómo no? Gomer se sintió atraída por aquel muchacho tímido, y al final él se armó de valor y le pidió que se casase con él. Ante su gran alivio, la muchacha accedió, y se casaron. Al principio su unión fue como el cielo en la tierra. Oseas amaba a esta muchacha; no se puede leer esta profecía sin darse uno cuenta de ello. Debieron de ser inmensamente felices juntos, y luego tuvieron a su primer hijo, que era un niño, tal y como Dios les había dicho. Oseas rebosaba de felicidad y acudió a Dios para que le dijese qué nombre debía ponerle a su hijo: "¿Cómo debemos llamarle?". Ante su sorpresa, Dios eligió el nombre Jezreel, que quiere decir "desechado", que era un nombre vergonzoso en Israel. ¿Recuerda usted la sangrienta historia de la reina Jezabel y de Acab? Acab engañó a su vecino, le quitó su propiedad y le robó su viñedo, y Jezabel fue la reina malvada que le indujo a hacerlo, y por eso Dios la juzgó. Un día estaba ella mirando por la ventana, desde el piso alto, cuando Jehu, un general, que estaba en el patio, ordenó a los criados que tirasen a Jezabel por la ventana, cosa que hicieron. Ella quedó muerta en el suelo, y los perros se la comieron, y desde entonces ese patio fue conocido con el nombre de Jezreel (2 Reyes 9:30-37).
Sin embargo, ese fue el nombre que eligió Dios para el hijo mayor de Oseas, su primogénito, y ese fue el nombre que le dio Oseas a su bebé, porque entendió que Dios estaba advirtiendo a Su pueblo y que también ellos serían echados si no reconocían lo insensato de sus acciones, si no abandonaban a los ídolos y dejaban sus costumbres abominables, intentando ser como el resto de los pueblos que les rodeaban. Dios les estaba advirtiendo por medio del nombre del bebé.
Con el paso del tiempo le nació otro niño a Oseas, una hija, a la que pusieron por nombre Lo-ruhama, que significa "una persona a la que no se le tiene compasión". Imagínese lo que es ponerle un nombre así a una hija suya. Quería decir que Dios ya no tendría más compasión de Su pueblo si seguían en su postura de rebeldía obstinada, porque se le estaba acabando la paciencia. Después de haberse tirado varios cientos de años intentando llegar a Su pueblo obstinado, les estaba advirtiendo que estaban llegando al final, que llegaría un momento en que Dios ya no se compadecería más de ellos, sino que los entregaría en mano de los ejércitos invasores.
Cuando la niñita fue destetada, Gomer concibió de nuevo y tuvo un hijo, un tercer hijo, otro niño, y a este niño Dios le puso por nombre Lo-ammi, "no es mi pueblo", porque Dios les estaba diciendo "no sois mi pueblo, y yo no seré vuestro Dios". Dios había dicho que pondría nombres a estos niños que servirían de señal al pueblo, pero habría de venir el día de la restauración:
... tendré misericordia de Lo-ruhama y diré a Lo-ammi: "¡Tú eres mi pueblo", y él dirá: "¡Dios mío!". (Oseas 2:23)
Así que, aunque en esos momentos Dios estaba pronunciando juicio, Su gracia también se estaba poniendo de manifiesto.
Después de esto ya no hubo más niños en la casa de Oseas, y Gomer comenzó a cumplir la triste predicción que había hecho Dios cuando le dijo a Oseas que se casase con ella. Qué terrible sufrimiento debió causarle a este joven predicador escuchar los rumores que comenzaron a circular acerca de su esposa y sobre lo que sucedía cuando él se ausentaba y se iba a predicar a otros lugares. Hasta es posible que sus propios hijos hiciesen inconscientemente algún comentario acerca de los hombres que iban de visita a la casa cuando el padre estaba ausente, y no pasó mucho tiempo antes de que los niños quedasen sin atender mientras Gomer se pasaba todo el tiempo acostándose con todos aquellos hombres.
Un día Oseas llegó a su casa y se encontró una nota de Gomer: había decidido buscar la felicidad que se merecía, y le dejaba a él y a sus hijos para seguir al hombre al que realmente amaba. Ya saben ustedes cómo son esas notas: "Querido Juan... ".
Para entonces un nuevo tono se manifestó en la predicación de Oseas. Seguía aún advirtiendo acerca del juicio y el hecho de que Dios iba a enviar a los asirios sobre la tierra, pero ya no lo anunciaba con voz tronante, sino que les hablaba con lágrimas. Y comenzó a hablar acerca de un día en el que el amor triunfaría por fin, cuando, la amarga lección aprendida, dejaría claro que la manera de actuar del transgresor es dura, e Israel aún habría de regresar al Dios que la amaba. Entonces, en lugar de ser llamada "la ciudad de la que no se tiene compasión", sería llamada "la ciudad de la que se tiene compasión", y en lugar de ser conocida como "no es mi pueblo", volvería a ser llamada "mi pueblo".
Pero la pobre Gomer iba pasando de un hombre a otro, hasta que cayó por fin en manos de un hombre que pudo pagarle su alimento y su ropa. Su primer amante le había regalado una estola de visón, pero éste hacia que se tuviese que vestir con la ropa que encontraba en la beneficencia. Al profeta le llegaron noticias de la vida tan desgraciada que llevaba su mujer, y fue a buscar al hombre con el que estaba viviendo. Sabía dónde le encontraría, en la taberna de la ciudad, y cuando se encontró con él, es muy posible que la conversación se pareciese a esta: "¿Eres tú el hombre que estás viviendo con Gomer, la hija de Diblaim?". El hombre debió de contestarle: "Si es que es asunto tuyo, lo soy efectivamente". Oseas le dijo: "Pues yo soy Oseas, su marido", a lo cual siguieron unos momentos de profunda tensión. Pero el hombre le preguntó: "¿Qué quieres? Yo no he hecho nada malo". Oseas le dijo: "Escucha, no es mi intención causar ningún problema, pero sé que tienes dificultad para que te llegue el dinero. Quiero que tomes este dinero y que le compres a Gomer algo de ropa y que te asegures que tenga toda la comida que necesite. Si necesitas más dinero te lo daré". Es posible que aquel hombre pensase: "No hay peor tonto que un tonto de nacimiento. Si este cretino quiere ayudarme a pagar los gastos, mejor para mí". De modo que tomó el dinero, le compró algunos alimentos y volvió a su casa.
Puede que piense usted: "¡Vaya, una locura, que un hombre haga semejante cosa!". Pero ¿quién puede explicar las locuras que comete el amor? El amor existe aparte de la razón y según su propia naturaleza, y lo que hizo Oseas lo hizo por amor. No cabe duda de que debió de observar a distancia para ver si podía contemplar durante unos segundos a la mujer que amaba mientras ella acudía apresuradamente a la puerta para tomar los alimentos que llevaba el hombre en sus manos y darle las gracias por lo que le había traído, por los regalos que había hecho posible el verdadero amor, que la infamia había ofrecido y que la insensatez había aceptado.
No sabemos con seguridad cuánto tiempo duró esta situación, pero por fin llegó la noticia de que la mujer a la que amaba Oseas iba a ser vendida como esclava. El marido con el que se encontraba en aquellos momentos se había cansado de ella, y debía de ser vendida como esclava. El profeta, con el corazón destrozado, no sabía qué hacer, y acudió a Dios llorando. Dios le dijo: "Oseas, ¿amas a esta mujer a pesar de lo que te ha hecho?". Oseas asintió con la cabeza mientras le caían las lágrimas, y Dios le dijo: "Entonces ve y muéstrale tu amor por ella de la misma manera que yo amo a esta nación de Israel".
De manera que Oseas fue al mercado y se quedó mirando a Gomer mientras la traían y la colocaban en el banquillo; y allí estaba aquella mujer, a la que habían despojado de su ropa, totalmente desnuda ante la multitud. El subastador la pellizcó, la tocó y mostró lo fuerte que era, y entonces comenzó la puja. Alguien ofreció tres piezas de plata, y Oseas subió a cinco. Alguien subió la oferta a ocho, y Oseas a diez. Otra persona ofreció once, y él ofreció doce. Entonces Oseas ofreció quince piezas de plata y una medida de cebada; cayó el martillo del subastador, y Oseas recuperó a su mujer.
Se acercó a ella, la vistió y se la llevó de la mano a su casa. Y a continuación aparece el que es posiblemente el versículo más hermoso de toda la Biblia. Al llevársela Oseas consigo, le dijo:
"Tú serás mía durante muchos días; no fornicarás ni te entregarás a otro hombre, y yo haré lo mismo contigo". (Oseas 3:3)
El volvió a prometerle su amor, y fue todo cuanto pudo resistir esta mujer, que había caído y se había arrastrado en el pozo de la desgracia y de la vergüenza; pero el amor de este hombre quebrantó su corazón, y a partir de ese momento Gomer le fue fiel a Oseas y se convirtió en una esposa honesta, trabajadora y fiel, y el resto del libro de Oseas sencillamente nos cuenta el efecto de esta historia sobre la nación de Israel, a la que Dios le había dicho: "¿Cómo puedo abandonarte?". Les recordó Su amor por ellos a lo largo de todos aquellos años, les recordó Su bondad para con ellos y cómo una y otra vez le habían vuelto la espalda a Dios. La imagen final del libro es de gran belleza y gloria, porque es la esperanza del día en el que Israel habrá de volver a Dios, que es su verdadero Esposo, y dirá: "¿Qué tengo yo que ver con los ídolos? Le he visto, le he escuchado, y se ha ganado mi corazón".
Algunos de los más destacados pasajes del libro de Oseas son predicciones asombrosas. Una de ellas aparece al final del capítulo 3 y encaja perfectamente con la historia de la vida personal de Oseas, cuando Dios dice acerca del pueblo de Israel:
"Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin estatua, ni efod ni terafines". (Oseas 3:4)
La profecía se está cumpliendo en la actualidad. Los hijos de Israel vivirán durante mucho tiempo sin rey, sin que exista un gobierno abiertamente y de manera reconocida. Desde la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. a manos del general Tito de los ejércitos romanos, Israel ha estado sin rey o príncipe, sin nadie que haya disfrutado del derecho reconocido como para reinar sobre Israel. Y vivirán sin sacrificio. Cuando los judíos del mundo celebran la cena de la Pascua están acordándose de la cena instituida en Egipto cuando Israel fue librada de la mano del faraón. Y Dios le había dicho a Israel que cada vez que comiesen la Pascua debían matar un cordero, pero durante dos mil años los judíos no han matado nunca a un cordero. ¿Por qué no? ¿Por qué ofrecen un hueso, un hueso quemado, como holocausto? Dios les había dicho que vivirían durante muchísimo tiempo sin sacrificio, y desde la destrucción del templo nunca ha habido un sacrificio en Israel, ni piedras rituales, ni efod ni ídolos domésticos, y han vivido sin idolatría. Vivirán como un pueblo religioso, pero sin entregarse a los ídolos.
Y cuando estos días lleguen a su fin:
Después volverán los hijos de Israel, buscarán a Jehová, su Dios, y a David, su rey; y temerán a Jehová y a su bondad al fin de los días. (Oseas 3:5)
¡Qué profecía tan maravillosa es esta! Y encontramos otra muy parecida a esta al final del capítulo 5:
"Volveré luego a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro. ¡En medio de su angustia me buscarán!".
Venid y volvamos a Jehová, pues él nos destrozó, mas nos curará; nos hirió, mas nos vendará. Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos delante de él. Esforcémonos por conocer a Jehová: cierto como el alba es su salida. Vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprano viene a la tierra. (Oseas 5:15-6:3)
Esa es la esperanza de Israel, que su Mesías ha de venir aún a ellos y les regará y les devolverá la vida, levantándoles de nuevo.
En los últimos capítulos, después de todo el sufrimiento que ha sentido Dios en Su corazón, nos encontramos con la imagen final:
¡Vuelve, Israel, a Jehová, tú Dios, pues por tu pecado has caído! (Oseas 14:1)
Después de todo, la culpa no la tenía Dios. Él estaba sencillamente intentando conseguir que ellos comprendiesen la verdad, y lo único que puede aliviar su agonía es regresar a Él, y ese es siempre el caso. Dios no nos puede bendecir ni restaurar hasta que no regresemos, por lo que dice:
Llevad con vosotros palabras de súplica, volved a Jehová y decidle: "Quita toda iniquidad, acepta lo bueno, te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios [eso es alabanza]. No nos librará el asirio; ya no montaremos a caballo [de nada nos servirá la potencia militar], ni nunca más diremos a la obra de nuestras manos: "Dioses nuestros" [idolatría], porque en ti el huérfano alcanzará misericordia". (Oseas 14:2-3)
Dios responde:
"Yo los sanaré de su rebelión, los amaré de pura gracia, porque mi ira se apartó de ellos. Yo seré a Israel como rocío: él florecerá como lirio y hundirá sus raíces como el Líbano. Se extenderán sus ramas, su gloria será como la del olivo y perfumará como el Líbano. Volverán a sentarse a su sombra; serán vivificados como el trigo y florecerán como la vid; su olor será como de vino del Líbano. Efraín dirá: '¿Qué tengo que ver con los ídolos?'. Yo lo oiré y velará por él; yo seré para él como un pino siempre verde; de mí procederá tu fruto". (Oseas 14:4-8)
Y el profeta añade esta lección de su propio sufrimiento, pero al mismo tiempo con el gozo del amor restaurado:
¿Quién es sabio para que sepa esto, y prudente para que lo comprenda? Porque los caminos de Jehová son rectos, por ellos andarán los justos, mas los rebeldes caerán en ellos. (Oseas 14:9)
¿Puede usted ver en esta preciosa historia todos los elementos del eterno triángulo? Tenemos a un Dios de amor, al corazón humano infiel y el engañoso atractivo del mundo.
Esta es su historia y la mía, ¿no es cierto? En cuántas ocasiones intentamos satisfacernos a nosotros mismos con ídolos engañosos como la propia importancia, la riqueza o pasándonoslo bien. La nuestra es una ceguera que al igual que la de Gomer no sabe distinguir entre la lujuria y el amor.
Intentamos huir de Dios y ahogar nuestras desgracias en los placeres vacíos, en la bebida, en el trabajo o en la vida social, pero tan pronto como creemos haber escapado y haber ido suficientemente lejos, Dios nos da un golpecito en la mano con Su amor y nos dice: "Hijo mío, mi nombre y mi naturaleza son amor, y debo actuar de acuerdo a lo que soy. Cuando te canses de huir, de ir de un lado a otro, y de todos tus sufrimientos, estaré ahí para traerte de nuevo a mí".
Esta es la historia de la Biblia, ¿no es así? Dios se introdujo en Belén en el mercado de esclavos, donde toda la raza humana estaba siendo vendida en una subasta, prostituyéndose a sí misma y sometiendo su humanidad a una vida inferior, pero el Señor Jesús pagó el precio en la cruz, y el corazón de Dios mostró Su amante deseo de convertir a Su pueblo en las personas íntegras que siempre había querido que fuesen.
Oración
Padre nuestro, te damos gracias por esta preciosa historia del Antiguo Testamento, y te pedimos que toque nuestro corazón y nos enternezca. Vemos la ternura de Tu amor, la irresistible naturaleza de un amor que espera, que sufre, que anhela y que nos sigue. Señor, te pedimos que nos hagas reaccionar, que podamos entender que no hay ninguna otra respuesta que nos pueda satisfacer, ningún otro poder que pueda suplir nuestra necesidad, ningún otro amor que pueda sanarnos. Ayúdanos a regresar a Ti, Señor, al igual que un día Israel volverá a Ti, recordando que si caminamos en luz como Él es luz, la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpiará de todas nuestras injusticias y nos restaurará por medio de Tu gracia. Te lo pedimos en Su nombre. Amén.