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Antiguo Testamento

Joel: La revelación de la intervención divina

Autor: Ray C. Stedman


El breve libro de Joel no tiene más que tres capítulos, y todos deberíamos leerlo. Deberíamos dedicarnos a la lectura de la Palabra de Dios, como le escribió el apóstol Pablo a Timoteo para animarle. Si bien la profecía de Oseas revela el corazón de Dios, la profecía de Joel revela la mano de Dios, la mano que controla el destino, la mano que mueve la historia.

Durante siglos enteros los hombres han estado buscando el principio alrededor del cual giran los acontecimientos de la historia, y desde el amanecer de la historia se ha intentado repetidamente adivinar cuál es ese principio. Hace mucho tiempo, a los grandes filósofos griegos se les ocurrió la idea de que la historia se mueve en ciclos, y uno de los actuales historiadores, Arnold Toynbee, está de acuerdo con este concepto. Aristóteles dijo también que la historia sigue esta clase de curso. Dijo que primero surge un tirano, un hombre de hierro, que ejerce el control sobre una nación o un grupo de personas y gobierna hasta que termina la dinastía. Entonces el control se transfiere gradualmente a una familia de aristócratas que gobiernan, y su poder se deteriora gradualmente hasta que el control pasa al pueblo, y esto es lo que se conoce como democracia. Pero una democracia también sufre un deterioro y cede gradualmente al colapso del poder, y a esto sigue la anarquía. Y de la anarquía surge un tirano que de nuevo se apodera del control, y así sigue el ciclo de la historia. Hay mucho de verdad en esta teoría.

A través de los siglos otros hombres han contribuido con sus conjeturas acerca del principio de control de la vida. Thomas Jefferson consideró que era político, y cuando escribió la Declaración de la independencia, incorporó la idea en el prólogo de que los gobiernos humanos reconocen que a los hombres se les han concedido ciertos derechos inalienables y que, para conservar estos derechos, se han instituido los gobiernos entre los hombres. Sentía que las fuerzas que dan forma a la historia humana y forman las naciones de la tierra son de naturaleza política.

En el siglo pasado, Karl Marx metió su pluma en el ácido de su propio espíritu amargado y escribió la gran obra que ha influenciado de manera dramática a nuestros tiempos modernos. Su idea fue que la fuerza controladora de la historia era la economía, que es la necesidad de suplir las exigencias materiales de la vida lo que da forma al curso de la historia. A esta fuerza la llamó materialismo dialéctico, el principio del materialismo al que se llega a través del debate, mediante la discusión de estos temas. Y esta idea se ha apoderado de tal modo de las mentes de los hombres hoy que por toda la tierra hay millones que sienten que la economía es el interés que controla la vida.

Otros han dicho que el principio es sociológico. Por ejemplo, H.G. Wells fue uno de entre un gran número de pensadores que dijeron que la evolución da forma al curso del destino humano. En la actualidad se enseña con frecuencia en la escuela que tras todos los acontecimientos de la historia humana que aparecen en nuestros periódicos, y de los que dejan constancia los historiadores, hay un principio evolutivo que tiende cada vez a elevarse más y más, haciendo que la vida sea cada vez mejor.

Pero la Biblia dice que todos estos conceptos son equivocados. La Biblia dice que detrás de todo el curso de la historia humana está Dios. El punto esencial sobre el cual gira la historia es espiritual, el Espíritu de Dios que obra a través de los hombres, y no se pueden entender los acontecimientos humanos si primero no reconocemos este hecho.

Una de las declaraciones más significativas que jamás se han escrito en la Biblia, y una de las cosas más aterradoras que jamás han oído los hombres, fue algo que se dijo en el tiempo del diluvio, cuando Dios dijo a Noé: "No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre" (Génesis 6:3a). Y siempre que se ha hecho esa declaración, ha significado que el juicio de Dios estaba cercano. Porque el Espíritu de Dios contiende con el hombre, pacientemente limitando el mal, de manera que la vida humana pueda continuar. Dios intenta ganarse a los hombres reteniendo las fuerzas destructivas de los acontecimientos humanos, pero al final la paciencia de Dios se acaba, y llega un momento, algo que se ha venido repitiendo a lo largo de la historia humana, en el que Dios le dice a una nación o a una persona: "No contenderá mi espíritu para siempre con el hombre". Y cuando Dios deja de lado a Su Espíritu, es decir, la fuerza que controla la vida, todo se colapsa, y entonces es cuando tienen lugar las catástrofes, y Su juicio cae sobre la humanidad, que es precisamente el mensaje esencial del libro de Joel.

El joven Joel era un profeta en el reino de Judá, el reino del sur. Seguramente fue contemporáneo de Isaías, de Oseas y de Amós. No sabemos mucho acerca de Joel, pero fue uno de los hombres que más visión del futuro tuvo de entre todos los que nos han dejado sus escritos, que vio mucho más allá de nuestros tiempos hasta las etapas finales de la intervención de Dios en los acontecimientos humanos, y esto es algo que enlaza con los grandes sucesos dramáticos de su propia época.

El libro comienza con el llamamiento que hace al pueblo a considerar algo tremendo que ha sucedido en la tierra. Dice:

"Oíd esto, ancianos, y escuchad, todos los moradores de la tierra... ". (Joel 1:2a)

Siempre que leo estas palabras me recuerda la época que estuve en la marina. Siempre que la marina hacía un anuncio importante, comenzaba diciendo: "Oíd esto", y así es como empieza Joel:

"Oíd esto... ¿Ha acontecido algo semejante en vuestros días o en los días de vuestros padres? De esto contaréis a vuestros hijos, y vuestros hijos a sus hijos, y sus hijos a la siguiente generación". (Joel 1:2-3)

Va a tener lugar un acontecimiento de una importancia y de tal trascendencia que las gentes hablarán sobre él durante años y años. ¿Y de qué está hablando Joel? La verdad es que está hablando acerca del gran día del Señor. En los días de la segunda guerra mundial hablábamos acerca del día D y luego del día V-J, esperando con anhelo que se acabase la guerra, dándole un nombre. Pues bien, Dios tiene un día, lo que él llama el día del Señor, y se le concedió a Joel que describiese este gran día.

Pero el día del Señor no es solo un acontecimiento en la historia humana. Nos daremos cuenta en esta profecía que el día del Señor es un suceso en el que Dios se manifiesta por medio de Su juicio en cualquier momento, pero el juicio culmina y va intensificándose en ciclos hasta que llegue el día grande y terrible del Señor, al que se refiere Joel en los capítulos 2 y 3.

El día grande y terrible del Señor es ese período que describe el Señor Jesucristo como un tiempo en el que habrá una tribulación como nunca se ha visto desde la creación del mundo ni nunca más se verá, y le fue dado al profeta Joel ver a lo largo de los siglos que iban a mediar, describirlo y ofrecer ejemplos de él por medio de los acontecimientos que sucederían durante su propia época.

El suceso que había tenido lugar en su día fue una invasión de langostas. Me pregunto si ha visto usted alguna vez una invasión de langostas. Yo estaba hace ya muchos años en Minnesota cuando hubo una invasión de saltamontes, unos insectos bastante parecidos a las langostas, y aún recuerdo cómo se oscureció el cielo con una gran nube de estos insectos. Se les podía oír descender sobre el grano en los campos como si hubieran sido granizo en la tierra, y había un continuo crujido, que era el ruido que producían sus alas al pasar por los campos. Momentos después de haberlos descendido sobre un campo, cada hoja y cada pedazo de vegetación había desaparecido, y los campos se quedaban como si nunca hubieran sido plantados; y eso fue lo que sucedió en Israel. Un enjambre de langostas había descendido sobre la tierra y habían devorado toda cosa viviente. La cosecha se había arruinado y había hecho que apareciese el hambre, y Joel está llamando la atención del pueblo a este suceso, que no necesitaba que pasase algo así en aquellas condiciones. No cabe duda de que todos serían conscientes de lo que había sucedido, pero de lo que no se daban cuenta era de dónde venía.

Joel les dijo: "Dios está detrás de este suceso". Él les describe cómo "el campo está asolado y se enlutó la tierra, porque el trigo fue destruido, el mosto está pasado y se perdió el aceite" (Joel 1:10), y luego dice:

"Proclamad ayuno, convocad asamblea, congregad a los ancianos y a todos los moradores de la tierra en la casa de Jehová, vuestro Dios, y clamad a Jehová. ¡Ay del día!, porque cercano está el día de Jehová; vendrá como destrucción de parte del Todopoderoso". (Joel 1:14-15)

Dios se hallaba tras ese suceso; no fue algo que pasó por casualidad. No es sencillamente un capricho de la naturaleza. Esto sucedió en obediencia al mandato dado por Dios, que obra por medio de las leyes naturales que gobiernan la vida humana, y en esto hallamos una lección. "No paséis por alto esta lección", les dice el profeta, "porque si aprendéis la lección ahora, que no es otra cosa que un sencillo ejemplo del día del Señor, os ahorraréis el terrible sufrimiento que vendrá por fin en el día grande y terrible del Señor. Joel está sencillamente dejando muy claro que la mano de Dios está permitiendo que sucedan catástrofes como esta para que el pueblo sea consciente de que la vida tiene un fundamento espiritual. La vida no es sencillamente un ciclo en el que comer, beber y conseguir el dinero para poder hacerlo. Porque detrás de todas las cosas corrientes de la vida se encuentra la mano controladora del Espíritu de Dios. Es preciso que el hombre despierte al hecho de que Dios le está hablando, que tiene algo que decirle. Dios desea bendecir al hombre, pero éste no está dispuesto a escuchar, y ese es el problema. Por lo tanto, Dios le sacude con algo que le obligue a escucharle. ¿Le ha pasado eso a usted alguna vez? ¿Le ha hecho Dios algo, mientras estaba usted tranquilamente tomando sus cereales y todo le iba bien, de manera que de repente tuvo usted que tomar conciencia? Tal vez le sucediese algo terrible, para que se diese usted cuenta de que las cosas no iban tan bien como a usted le parecía, y comenzó usted a prestar atención, dándose cuenta de que había algo a lo que era preciso que prestase usted atención. Eso fue lo que hizo Dios en el primer capítulo de Joel.

En el capítulo 2, el profeta salta, por así decirlo, por encima del transcurso del tiempo hasta los días del fin, usando esta invasión de langostas como una imagen de la invasión por parte de un gran ejército en la tierra de Israel durante los últimos días. Solo al examinar todo el curso de la profecía podemos entender que Joel está hablando acerca del futuro. Cualquiera que leyese este libro por sí solo no notaría la diferencia, solo que ahora el profeta está describiendo la invasión por parte de un ejército de hombres en lugar de un enjambre de insectos, pero describe esto y lo llama una vez más el día del Señor:

"... Tiemblen todos cuantos moran en la tierra, porque viene el día de Jehová, porque está cercano: día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra. Como sobre los montes se extiende el alba, así vendrá un pueblo grande y fuerte; semejante a él no lo hubo jamás, ni después de él lo habrá en los años de muchas generaciones". (Joel 2:1-2)

Eso es algo que nos suena familiar, ¿no es cierto? De nuevo este es el lenguaje que usaba el Señor Jesús: "porque habrá entonces gran tribulación", dice, "cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá" (Mateo 24:21). Entonces el profeta describe de qué modo la tierra queda abrasada tras ellos al avanzar por ella este enorme ejército, y describe el ejército mismo: "Su aspecto, como aspecto de caballos" (Joel 2:4a). En esos momentos el temor se apodera de los corazones del pueblo al ver a este ejército invasor prepararse para la batalla, pues no hay nada que se les pueda resistir y nada puede detener su avance. La tierra tiembla ante ellos y hasta los cielos se conmueven. Y a continuación nos encontramos ante un pasaje muy importante:

"... el sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas perderán su resplandor". (Joel 2:10b)

Cualquiera que dedique bastante tiempo a estudiar los pasajes proféticos de las Escrituras aprende a buscar señales interpretativas. Ciertos símbolos proféticos se repiten una y otra vez en los distintos libros proféticos, para servir de señal a fin de que sepamos dónde nos encontramos. Este oscurecimiento del sol y de la luna y el que las estrellas pierden su resplandor es una de estas señales. Recordemos que esto también forma parte del gran discurso de Jesús en el monte de los Olivos. Se refiere a este tiempo en el que "el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo" (Mateo 24:29), y esto aparece también en el libro de Daniel, y luego en Isaías y en Apocalipsis. Aparece en diferentes lugares de las Escrituras y refleja siempre el mismo acontecimiento en la historia humana. Es una señal interpretativa que apunta a los últimos días, antes de lo que se ha llamado el día grande y terrible del Señor. Esta sección parece describir la invasión de Israel que también ha sido anunciada y descrita por el profeta Ezequiel en los capítulos 38 y 39: un gran ejército invade la tierra procedente del norte, extendiéndose por toda la tierra, destruyendo todo lo que halla a su paso y capturando la ciudad de Jerusalén.

Pero Dios promete que Él se ocupará de este ejército procedente del norte. Isaías lo dice, al igual que Ezequiel y Daniel, y ahora Joel también añade su voz al coro de los profetas de Dios, para revelar el propósito tras esta gran invasión:

"Ahora, pues, dice Jehová, convertíos ahora a mí con todo vuestro corazón, con ayuno, llanto y lamento. Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová, vuestro Dios; porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y se duele del castigo. ¡Quién sabe si volverá, se arrepentirá y dejará bendición tras sí; esto es ofrenda y libación para Jehová, vuestro Dios!". (Joel 2:12-14)

Después de todo, Dios no se deleita en juzgar; no es eso lo que Él pretende. No goza nunca teniendo que juzgar a nadie. Lo que Él busca es un corazón que esté dispuesto a escucharle, a prestarle atención y a abrir la puerta a las bendiciones que Dios desea derramar. A fin de conseguir que esa persona o nación escuche y se vuelva, Dios permite toda clase de situaciones difíciles que obstruyan su camino de desobediencia. Pero todo lo que Él busca es un corazón arrepentido: "Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos".

Cuando nos damos cuenta de que Dios nos está tratando de este modo, nos es fácil pensar: "Está bien, no voy a darme por vencido en el fondo, pero por lo menos lo haré exteriormente". La mayoría de nosotros somos así, ¿no es verdad? Nos parecemos mucho a aquel niño pequeño al que la madre le dijo: "Siéntate". Pero él no quería hacerlo. La madre volvió a decirle: "¡Siéntate!" Y él niño le contestó: "No quiero". Así que la madre le agarró por los hombros y le sentó en la silla. Entonces él miró a la madre con mirada desafiante y le dijo: "¡Estoy sentado por fuera, pero por dentro estoy de pie!".

¿Actúa usted de ese modo alguna vez? ¿Se rasga usted las vestiduras pero no rasga su corazón? Dios está diciendo: "No intentéis engañarme con lo que hacéis exteriormente. Eso no me interesa; así que no os molestéis en adoptar actitudes hipócritas y actuar como tales, porque no me impresionan para nada. Lo que quiero es ver un corazón contrito". Esa es la cuestión. A Dios no le impresiona para nada nuestra hipocresía. Puede que engañemos a otros, y hasta nos podemos engañar a nosotros mismos, pero a Él no le engañamos. A menos que nuestro corazón se muestre realmente contrito ante Él, el rasgarse las vestiduras no sirve para nada. El profeta dice:

"Y Jehová, solícito por su tierra, perdonará a su pueblo". (Joel 2:18)

Y finalmente, Dios dice:

"Haré alejar de vosotros al del norte, y lo echaré en tierra seca y desierta: su faz hacia el mar oriental [es decir, el mar Muerto], y su final hacia el mar occidental [el Mediterráneo]. Exhalará su hedor y subirá su pudrición, porque hizo grandes cosas". (Joel 2:20)

Eso es algo que puede usted comparar con la profecía que se encuentra en Ezequiel 38 y 39, la destrucción de los ejércitos invasores en las montañas de Israel y en el desierto de Judea, que se refiere al mismo acontecimiento.

Algo que sucede con frecuencia en la profecía pasa ahora. Después de saltar por encima de los años hasta los días del fin, el profeta vuelve a lo que está pasando en esos momentos, a la plaga de langostas que ha caído sobre la tierra. Le dice al pueblo que de la misma manera que en el gran día futuro Dios librará a Su pueblo y alejará a los ejércitos del norte, en ese momento, en la catástrofe que ha sucedido, restaurará a la tierra de su situación de aridez y de su desolación.

"Tierra, no temas; alégrate y gozate, porque Jehová hará grandes cosas. Animales del campo, no temáis, porque los pastos del desierto reverdecerán; y los árboles llevarán su fruto; la higuera y la vid darán sus frutos". (Joel 2:21-22)

Y describe la restauración de la tierra, usando un lenguaje precioso:

"Las eras se llenarán de trigo, y los lagares rebosarán de vino y aceite". (Joel 2:24)

Y Dios promete:

"Yo os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta... ". (Joel 2:25a)

No olvidaré nunca la agonía en los ojos de un joven que hace unos años me miró y me dijo: "¿Sabe usted una cosa? Me he hecho cristiano, y es algo maravilloso, pero cuando pienso en todo lo que me he perdido y los años de mi vida que he desperdiciado, me siento angustiado al recordarlo. Si hubiera tenido suficiente sentido como para venir al Señor antes de haber hecho todas las cosas tan terribles que hice". Y tuve el gozo de decirle: "Hijo, Dios dice: ꞌYo te restituiré los años que se comieron las langostasꞌ". Esa es una promesa hecha por Dios. El restituirá la improductividad de nuestras vidas cuando nos volvamos a Él.

"Yo os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros. Comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jehová, vuestro Dios... ". (Joel 2:25-26a)

Y eso fue lo que sucedió en Israel.

Pero ahora, como sucede con frecuencia en el caso de estos profetas, Joel salta de repente hacia adelante y escribe el maravilloso pasaje que el apóstol Pedro citó el día de Pentecostés, que fue un día de gran dramatismo. De repente, un viento de gran velocidad y potencia visitó a los cristianos cuando estaban reunidos en el atrio del templo, y lenguas de fuego aparecieron sobre sus cabezas, y empezaron a hablar en lenguas. Reunidos a su alrededor había una gran multitud de personas, que contemplaban a estos cristianos y les estaban oyendo alabar a Dios en diferentes idiomas. Estas personas, que venían de todas las partes de la tierra, se decían entre sí: "¿Qué es esto? He aquí estos sencillos pescadores galileos, hablándonos en nuestro propio idioma y alabando a Dios. ¿Qué significa todo esto? ¡Estos hombres deben de estar borrachos! Nunca he visto a nadie portarse antes de este modo". En ese momento, Pedro se puso en pie y, guiado por el Espíritu de Dios, les dijo: "Judíos y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras, pues estos no están borrachos, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día [es decir, las 9 de la mañana]. Pero esto es lo dicho por el profeta Joel". (Hechos 2:14-16)

Y luego citó este pasaje:

"Después de esto [es decir, una vez que Dios ha restablecido los años que se comió la langosta], derramaré mi espíritu sobre todo ser humano, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. También sobre los siervos y las siervas derramaré mi espíritu en aquellos días". (Joel 2:28-29)

"Haré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día, grande y espantoso, de Jehová. Y todo aquel que invoque el nombre de Jehová, será salvo". (Joel 2:30-32a)

Pedro termina de citar aquí. ¿De qué trata todo esto? Aquí tenemos al profeta Joel, que ha visto ya más allá del tiempo de la invasión de Israel. Y ahora ve algo diferente, un misterio sobre su visión que aún está un tanto sin definir. Dice que después del restablecimiento de Israel habrá un período indeterminado durante el cual Dios derramará de Su Espíritu sobre toda carne, sin que se hagan distinciones entre las clases o categorías de personas, cuando incluso los criados y los siervos hablarán como la voz de Dios. Hablarán la Palabra de Dios, que derramará Su Espíritu sobre toda clase de hombres por todas partes.

Pero no tenemos que albergar dudas con respecto a lo que estamos hablando, ¿verdad? Sabemos de qué día se trata. Es el día del Espíritu en el que vivimos, el día que empezó en Pentecostés, cuando por primera vez Dios derramó Su Espíritu, y ese mismo Espíritu está siendo derramado durante toda esta época. Pedro cita también a Joel en lo que se refiere a la señal del final de esa época: "El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día, grande y espantoso, de Jehová". Ese es el fin de la era, y tenemos, pues, la señal del principio y la señal del final. Nadie sabe cuánto tiempo durará esta era, pero durante este tiempo Dios está derramando de Su Espíritu sin distinción entre los hombres. La era del Espíritu es la era en la que estamos viviendo.

En el capítulo 3, el profeta vuelve a los tiempos del fin y más allá, y también otros profetas han hablado acerca del tema. Todo cuanto ve, en relación con la era del Espíritu, es la gran marca de la presencia del Espíritu, pero más allá de esto ve que Dios restaurará las fortunas de Judá y de Jerusalén:

"Reuniré a todas las naciones y las haré descender al valle de Josafat [de juicio]; allí entraré en juicio contra ellas a causa de mi pueblo". (Joel 3:2a)

Jesús dijo: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los santos ángeles con él... y serán reunidas ante él todas las naciones" (Mat. 25:31-32a), luego el Hijo del hombre les juzgará y dirá a los justos, como divide el hombre las ovejas de los cabritos: "¡Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino... y a los injustos: "Apartaos de mí". Este es el valle del juicio. En preparación para ello, Dios instruye a las naciones de la tierra con palabras asombrosas y sorprendentes:

"¡Proclamad esto entre las naciones, proclamad guerra, despertad a los valientes! ¡Acérquense, vengan todos los hombres de guerra! Forjad espadas de vuestros azadones, lanzas de vuestras hoces... ". (Joel 3:9-10a)

¿Sabía usted que la Biblia decía esto? Habrá oído usted citar muchas veces el versículo que dice: "convertirán vuestras espadas en azadones y vuestras lanzas en hoces". Esto se encuentra en el cuarto capítulo de Miqueas, pero en Joel se dice precisamente todo lo contrario. La profecía de Joel es la primera en aparecer, y el cumplimiento de la predicción de Joel viene primero; por eso es por lo que hay guerra entre las naciones. Esto es lo que está diciendo Dios hoy a las naciones, y permanecerán en guerra de una manera u otra hasta que Dios diga: "Convertid vuestras espadas en azadones y vuestras lanzas en hoces". Tal y como dijo Jesús: "Oiréis de guerras y rumores de guerras... Se levantará nación contra nación y reino contra reino" (Mateo 24:6-7a), y así es cómo será hasta el final, y es lo que dijo Joel.

A continuación nos encontramos con otro versículo que se cita con frecuencia:

"Muchos pueblos en el valle de la Decisión, porque cercano está el día de Jehová en el valle de la Decisión. El sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas perderán su resplandor" [una vez más esa señal conocida]. (Joel 3:14-15)

Este es el día grande y temible del Señor que ha llegado. ¿Qué quiere decir eso de "muchos pueblos en el valle de la Decisión"? He oído muchos mensajes evangelísticos sobre este pasaje, que presentan una imagen de muchos miles esperando el momento de la decisión, dudando entre el cielo y el infierno. Tal vez se justifique interpretarlo de ese modo, pero no es eso lo que significa este versículo. No se está hablando acerca de la decisión del hombre, sino la decisión de Dios. Él entrará en el valle de la Decisión, y las multitudes de las naciones se reunirán ante Él. El mundo entero estará presente el día del juicio:

"Jehová rugirá desde Sion, dirá su voz desde Jerusalén y temblarán los cielos y la tierra; pero Jehová será la esperanza de su pueblo, la fortaleza de los hijos de Israel". (Joel 3:16)

Este es el día del Señor, el día final del juicio de las naciones que vivan en la tierra cuando regrese Jesucristo, y el efecto será tal y como describió el profeta:

"Entonces conoceréis que yo soy Jehová, vuestro Dios, que habito en Sion, mi santo monte. Jerusalén será santa... ". (Joel 3:17a)

Después de todo, eso es lo que siempre pretende Dios, porque es lo que Él desea para usted, y Dios le trata a usted por medio del juicio. Cuando las cosas empiecen a salirle mal, es la manera que tiene Dios de decirle: "Mira, no eres tu propio dueño. No te perteneces a ti mismo. Has sido comprado por precio. Yo soy Dios". Él está esperando que usted se dé cuenta de que Él es Dios y no usted. Usted no tiene derecho a gobernar su propia vida, ni a hacer con ella lo que usted quiera. Solo Dios tiene ese derecho.

"Jerusalén será santa y extraños no pasarán más por ella". (Joel 3:17b)

La escena final es realmente preciosa:

"Sucederá en aquel tiempo, que los montes destilarán mosto, de los collados fluirá leche y por todos los arroyos de Judá correrán las aguas. Saldrá una fuente de la casa de Jehová y regará el valle de Sitim". (Joel 3:18)

El agua es siempre una imagen del Espíritu Santo. Jesús dijo: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva" (Juan 7:38), ríos de bendición que satisfacen la sed que tiene el hombre en su alma.

¿El futuro está en las manos de Dios; no está en las manos de los hombres. Si así fuese, sería un verdadero lío. No está en manos del demonio; de ser así, iríamos camino a la destrucción, todos nosotros, sin falta. El principio ciego del determinismo histórico no guía el futuro; si lo hiciese, la vida no tendría significado. El futuro está en las manos de Aquel que está preparando algo que el ojo humano no ha visto nunca ni el oído humano ha escuchado jamás. Tampoco ha entrado en el corazón del hombre las cosas tan maravillosas que está preparando Dios para aquellos que le aman. Estoy convencido de ello.

Cada momento que pasa Dios tratándonos por medio del juicio, está llamando nuestra atención, despertándonos mediante todas estas dificultades. Dios, en Su gracia, le está diciendo a usted: "Mira y escucha. Párate y espera. Presta atención ahora, para que estés listo para las grandes cosas que aún han de suceder". De vez en cuando hay verdad en las palabras de los poetas. A mí siempre me han gustado estas palabras de Robert Browning, pero las palabras de las Escrituras les conceden un nuevo significado: "Envejece conmigo; lo mejor está aún por venir: lo último de la vida, para lo cual fue hecho lo primero".

Oración

Padre nuestro, te damos gracias por ofrecernos esta imagen de la vida y por dirigir, de manera visible, los asuntos de los hombres, tanto los destinos de las naciones como de las personas, de manera particular. Concédenos, tanto a pequeños como a mayores, la sabiduría de escucharte y de que dejemos de seguir nuestro propio camino. Ayúdanos a someter nuestras manos, nuestros corazones y nuestras vidas al que nos ama, al que se ha entregado por nosotros, al que está preparándonos para un futuro tan increíblemente maravilloso que hace que nos quedemos sin aliento. Te damos las gracias en el nombre de Cristo. Amén.