El libro de Lamentaciones se encuentra entre los libros de Ezequiel y de Jeremías. Este libro extraordinario sigue adecuadamente al del profeta y sacerdote Jeremías porque fue escrito por él. Son las "Lamentaciones de Jeremías", que lloró sobre la ciudad de Jerusalén después de su desolación y cautividad llevada a cabo por Nabucodonosor. En la versión de la Septuaginta, que es la traducción griega del hebreo sobre este suceso, hay una breve anotación en el sentido de que Jeremías subió a la colina y se sentó contemplando la ciudad arruinada, y fue entonces cuando pronunció estas lamentaciones.
Al leer este libro, se encontrará usted con muchas figuras de lo que habría de hacer posteriormente el Señor, que lloraría sobre la ciudad de Jerusalén. Vimos la semana pasada que el Señor, al ascender al monte de los Olivos, se sentó y contempló la ciudad, llorando y diciendo:
"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus pollitos debajo de las alas, pero no quisiste!". (Mateo 23:37)
Mientras el Señor contemplaba la ciudad que le había rechazado, caían las lágrimas por sus mejillas, pues aquel pueblo no había conocido la hora de su visitación y le había dado la espalda a Aquel que era su Mesías y su libertador.
Encontrará usted además varias figuras del ministerio que habría de llevar a cabo nuestro Señor en el libro de las Lamentaciones de Jeremías. Por ejemplo, nos dice en el capítulo 1:
¡Qué sola ha quedado la ciudad populosa! La grande entre las naciones se ha vuelto como una viuda... (Lamentaciones 1:1a)
Esto es altamente sugestivo de cuando el Señor lloró sobre la ciudad, y más adelante leemos:
¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad y ved si hay dolor como el dolor que me ha venido... (Lamentaciones 1:12a)
Esto sin duda traería de inmediato a la memoria y al corazón del creyente la cruz y a aquellos que contemplaron al Señor colgado en ella. En el capítulo 2, versículo 15, dice:
Cuantos pasan por el camino baten palmas al verte, silban y mueven despectivamente la cabeza sobre la hija de Jerusalén... (Lamentaciones 2:15a)
Esto nos recuerda las burlas de las multitudes cuando Él estaba en la cruz. En el capítulo 3, versículos 14 y 15, dice:
Soy el escarnio de todo mi pueblo, el objeto de su burla día tras día. Me ha llenado de amargura, me ha embriagado de ajenjo. (Lamentaciones 3:14-15)
Una vez más dice en el versículo 19 del capítulo 3:
Acuérdate de mi aflicción y de mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel. (Lamentaciones 3:19)
Y el versículo 30 de ese mismo capítulo dice:
Dé la mejilla al que lo hiere... (Lamentaciones 3:30a)
Esto nos recuerda la profecía de Isaías: "Di mi cuerpo a los heridores y mis mejillas a los que me mesaban la barba" (Isaías 50:6a). Esto se cumplió cuando los soldados golpearon al Señor y Jesús fue llevado ante Pilato para ser juzgado. De modo que este pequeño libro capta la agonía y el sufrimiento que formaban parte del ministerio llevado a cabo por nuestro Señor en la cruz, hasta el punto de que le concedieron el título de "varón de dolores, experimentado en sufrimiento" (Isaías 53:3).
El libro de Lamentaciones es además extraordinario por la manera en que ha sido recopilado. En el alfabeto hebreo hay veintidós letras, y comienza por la aleph, que es la equivalente a nuestra letra "a", y acaba con la tau, que es equivalente a nuestra letra "t" (por cierto que la letra "z" aparece a la mitad de su alfabeto). En este libro de las Lamentaciones de Jeremías, los capítulos uno, dos y cuatro forman un acróstico, y cada uno de estos capítulos tiene veintidós versículos, empezando cada uno de ellos con una de las letras del alfabeto hebreo, es decir, comenzando por la aleph y acabando con la tau. El capítulo tres es interesante porque consta de sesenta y seis versículos, formando tríadas, o tercetos, comenzando con la misma letra del alfabeto, de manera que hay veintidós grupos de tres en total, uno por cada letra del alfabeto. Estos capítulos han sido escritos con sumo cuidado, según las normas de la poesía hebrea. El capítulo cinco no sigue el plan acróstico, a pesar de que tiene veintidós versículos.
Esta es, sin duda, una estructura intrigante, pero el verdadero interés que tiene este libro se debe a su contenido. Es un estudio acerca del dolor, un himno a la aflicción. Es la clase de libro que debería usted leer cuando se siente apesadumbrado; y en ocasiones todos nosotros nos sentimos entristecidos. Al contemplar Jeremías la ciudad de Jerusalén, vio su desolación y se acordó de la terrible y sangrienta batalla en la que Nabucodonosor se había apoderado de ella y la había saqueado, destruyendo el templo y matando a sus habitantes.
Cada uno de los capítulos enfatiza y desarrolla un aspecto determinado del sufrimiento. El capítulo uno nos ofrece una descripción de la gran profundidad del sufrimiento, de la aflicción de espíritu que produce el dolor en el corazón humano, el sentimiento de abandono, de absoluta soledad. Aquí podemos ver la manera tan gráfica en que el profeta ha captado ese sentimiento al expresar los sentimientos de su propio corazón. El pueblo ha sido vencido y ha sido llevado cautivo; la ciudad ha sido incendiada y totalmente destruida. Dice el versículo 16:
Por eso estoy llorando; por eso de mis ojos fluyen lágrimas, porque de mí se ha alejado el que consuela y da reposo a mi alma. Mis hijos han sido destruidos, porque el enemigo prevaleció. (Lamentaciones 1:16)
El capítulo 2 describe el cumplimiento del juicio. Al principio de este capítulo tenemos una descripción de cómo los ejércitos de Nabucodonosor destruyeron totalmente la ciudad. Sin embargo, Jeremías no atribuye esta destrucción a los ejércitos de Nabucodonosor, sino al Señor. Mira más allá de las circunstancias inmediatas para ver lo que está haciendo Dios. Al leer el capítulo completo verá usted que hace notar que todo ha sido destruido, que no ha quedado nada. No hay nada que pueda tocar su mano, porque el juicio de Dios ha sido a conciencia.
A continuación el capítulo 3, un largo capítulo que tiene 66 versículos, en el que encontramos las tríadas del alfabeto, el profeta habla acerca de su propia reacción, su dolor personal como persona que contempla toda esa destrucción, comenzando con las siguientes palabras:
Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo el látigo de su enojo. Él me ha guiado, me ha llevado por tinieblas y no por la luz; ciertamente contra mí vuelve sin cesar su mano todo el día. Él hizo envejecer mi carne y mi piel y quebrantó mis huesos; levantó baluartes contra mí y me rodeó de amargura y trabajo. Me dejó en oscuridad, como los que murieron hace ya mucho tiempo. (Lamentaciones 3:1-6)
En el capítulo 4 tenemos lo que podríamos llamar lo increíble del juicio, una actitud de incredulidad al recordar el profeta todo lo que ha sucedido. Cualquiera que haya pasado por esto conoce los diferentes aspectos de los momentos de dolor. Primero, existe un sentimiento de absoluta desolación, luego la conciencia de la completa devastación y el profundo dolor personal, y después, como parece sentir Jeremías, una especie de incredulidad al pensar que algo así pueda haber sucedido, un sentimiento de incredulidad al contemplar la destrucción de Jerusalén. Dice en el versículo 2:
Los hijos de Sion, preciados y estimados más que el oro puro, ¡son ahora como vasijas de barro, obra de manos de alfarero! (Lamentaciones 4:2)
Al mirar y encontrarse con los cadáveres de los hijos de Israel, aquella preciada gente que había sido destruida convirtiéndose en barro y polvo en las calles, dice:
Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre [había habido una gran hambruna en la ciudad], porque estos murieron poco a poco por faltarles los frutos de la tierra. (Lamentaciones 4:9)
Y el sitio había sido tan devastador que:
Las manos de mujeres piadosas cocieron a sus hijos: ¡Sus propios hijos les sirvieron de comida en el día del desastre de la hija de mi pueblo! (Lamentaciones 4:10)
Aquel fue el más espantoso sitio de todos los tiempos. Como dice el relato a continuación, resultaba verdaderamente increíble (versículo 12):
Nunca los reyes de la tierra ni ninguno de los habitantes del mundo habrían creído que el enemigo y el adversario entraría por las puertas de Jerusalén. (Lamentaciones 4:12)
En el capítulo 5 nos encontramos con la terrible humillación del juicio, el sentimiento de que Jeremías ha quedado en la más absoluta vergüenza, por lo que apenas si se atreve a levantar la cabeza. Dice (en los versículos 1 al 5):
Acuérdate, Jehová, de lo que nos ha sucedido; mira, y ve nuestro oprobio. Nuestra heredad ha pasado a los extraños, nuestras casas a forasteros. Huérfanos somos, sin padre; nuestras madres son como viudas. Por dinero bebemos el agua; por la leña pagamos un precio. Padecemos persecución, caen sobre nosotros, nos fatigamos y no hay para nosotros reposo. (Lamentaciones 5:1-5)
Describe cómo en el versículo 13:
Llevaron a los jóvenes a mover el molino, y los muchachos desfallecían bajo el peso de la leña. Ya no se ven los ancianos en la puerta, y los jóvenes han dejado sus canciones. Cesó el gozo de nuestro corazón, y nuestra danza se cambió en luto. La corona ha caído de nuestra cabeza. ¡Ay ahora de nosotros, porque hemos pecado! (Lamentaciones 5:13-16)
¡Qué descripción de la absoluta desesperación del espíritu humano sumido en la más profundo aflicción y dolor! A pesar de lo cual, cada uno de estos capítulos revela un discernimiento especial, una lección que Dios nos enseña por medio del sufrimiento que de lo contrario no habríamos aprendido. Esto es precisamente lo que debemos buscar en este libro.
El libro fue escrito con el propósito de enseñarnos por medio de lo que podríamos llamar la terapia para la aflicción, lo que nos enseña el sufrimiento. En todas las Escrituras se nos dice que el dolor y el sufrimiento son los instrumentos de los que se vale Dios para enseñarnos. Mediante el sufrimiento se consigue la fortaleza de carácter; y no les sorprenda que esto sea verdad. Leemos en Hebreos acerca del Señor Jesús: "Y, aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió lo que es la obediencia" (Hebreos 5:8). Hay cosas que el Señor Jesús tuvo que aprender y que solo podía aprender viviendo como un hombre y pasando por momentos de sufrimiento y de dolor. Si Él no quedó exento, ¿por qué hemos de quedar nosotros?
Por eso es por lo que nunca está bien que un cristiano diga, como hacemos tantos de nosotros cuando estamos pasando por sufrimientos: "¿Por qué tiene que pasarme esto a mí?". Bien, ¿por qué no iba a sucedernos? Como nos recuerda Hebreos 12:10, es una señal del amor de Dios, y Él envió el sufrimiento con el fin de disciplinarnos, de enseñarnos y de capacitarnos.
Cada uno de los capítulos revela además un aspecto concreto del sufrimiento como algo que enseña una lección determinada acerca de la gracia. En el capítulo 1 está el sentido de desolación y abandono de espíritu, cuando de repente dice el profeta en el versículo 18:
Pero Jehová es justo, pues yo me había rebelado contra su palabra. (Jeremías 1:18a)
Mientras contemplaba a Jerusalén y sentía esa sensación de terrible desolación, de repente se dio cuenta de que aquella era una indicación de que Dios tenía razón. Por lo que dice: "me había rebelado contra su palabra".
Ese es el problema y la lección. La mayoría de nosotros tenemos la costumbre de echarle la culpa a Dios, ya sea directa o indirectamente, de todo lo que nos pasa, y normalmente nuestra actitud es: "¡La verdad es que no sé por qué me tiene que suceder esto! Después de todo, he hecho todo cuanto podía, me he estado esforzando, a pesar de lo cual me siguen pasando estas cosas". Y nuestra implicación es que Dios es injusto y que no tiene razón.
El apóstol Pablo dice: "... sea Dios veraz y todo hombre mentiroso... " (Rom. 3:4). Es imposible que Dios no tenga razón, y también es imposible que el hombre sea más justo que Dios, porque nuestro sentido de la justicia se deriva de Él. Es imposible que el hombre sea más compasivo que Dios, porque nuestros sentimientos de compasión proceden de Él. Como ve usted, es imposible para nosotros pretender juzgar a Dios. Dios es justo. Cuando Jeremías contempló la ruina total que le rodeaba, aprendió esta lección. Siempre que tuvo algo sobre lo que apoyarse, pudo sacarle alguna falta a Dios, pero cuando se quedó totalmente desolado, se dio cuenta de que el Señor tenía razón.
En el capítulo 2, comprende aun más a fondo esta verdad. Dios hace que Jeremías sea consciente de lo absoluto del juicio, de lo meticuloso que ha sido Dios al usar los ejércitos de Nabucodonosor para dejar la ciudad en la más absoluta ruina. De hecho, qué implacable ha sido el Señor. Pero luego aprende algo más (versículo 17):
Jehová ha hecho lo que tenía determinado; ha cumplido su palabra, ordenada por él desde tiempo antiguo. Destruyó y no perdonó; hizo que el enemigo se alegrara sobre ti y exaltó el poder de tus adversarios. (Lamentaciones 2:17)
En otras palabras, Dios es fiel. De repente, Jeremías se da cuenta de que esto es consistente con el carácter de Dios. Si dice que va a hacer algo, lo hace, y no hay nada que pueda hacerle cambiar. Si echamos un vistazo atrás, a la historia de Israel, esto es algo que descubrimos en el libro de Deuteronomio. Dios le había dicho a Moisés: "Moisés, si mi pueblo anda en obediencia a mí, me aman y me siguen, derramaré sobre ellos bendiciones sin límite. Abriré las ventanas del cielo y les bendeciré hasta que no puedan soportarlo más. Pero si se vuelven y se desvían, les suplicaré y les enviaré a profetas, y obraré con ellos y tendré paciencia con ellos". (Y el relato ha dejado constancia de que durante cuatrocientos años Dios estuvo soportando la intransigencia de Israel.) Pero Dios había prometido también que si Israel seguía a otros dioses, levantaría a una nación para que viniese y destruyese la tierra. Eso fue exactamente lo que dijo Dios, y es exactamente lo que hizo.
Resulta interesante que Jeremías anunciase el tiempo que habría de durar aquella cautividad. Habría de durar setenta años (Jeremías 25:11). ¿Por qué setenta? Pues, porque según la ley Dios requiere que Israel deje descansar la tierra cada siete años. No debían arar la tierra ni usarla, sino que debían dejarla sin plantar. (Este es un principio muy práctico de la conservación agraria.) Durante el sexto año, para compensar la falta de alimento, el Señor les bendeciría con una sobreabundancia de cosechas, de manera que tuviesen suficiente alimento como para que cubriese sus necesidades durante el séptimo año.
Pero Israel no obedeció nunca ese mandamiento, y continuaron usando la tierra desde el momento en que llegaron a ella. En cierto sentido le estaban robando a Dios los setenta años de descanso que le correspondía a la tierra, habiendo usado dicha tierra durante 490 años continuos, por lo que Dios les envió fuera de ella, y la tierra descansó durante 70 años.
¡Cuán fiel es Dios a Su promesa! Él es absolutamente fiel. Hay una difundida creencia, según la cual Dios es tan amoroso, tiene un corazón tan tierno, que sencillamente cede cuando le presionamos un poco, que no va a hacer lo que ha dicho que haría; pero esa idea ha sido descartada para siempre, gracias a uno de los más importantes versículos de la Biblia (Romanos 8:32): "El que no escatimó ni a su propio Hijo... ". Piense usted en eso. Cuando Él fue hecho pecado por nosotros, Dios no le eximió. Así es Dios de decidido a la hora de cumplir con lo que ha dicho. "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros... ". Pero con todo y con eso, el versículo termina en gloria, ¿verdad? "... ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8:32). Un aspecto es tan cierto como el otro. Jeremías aprendió que Dios es fiel por lo absoluto de Su juicio.
Y en el capítulo 3, cuando leemos acerca del sufrimiento personal de Jeremías, llegamos a un pasaje impresionante. De repente, en medio de aquel lamento, dice (en los versículos 22 al 33):
Que por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias; nuevas son cada mañana. ¡Grande es tu fidelidad! "Mi porción es Jehová; por tanto, en él esperaré", dice mi alma. Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que lo busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová. Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud. Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso; ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza; dé la mejilla al que lo hiere y sea colmada de afrentas. El Señor no rechaza para siempre; antes bien, si aflige, también se compadece según su gran misericordia, pues no se complace en afligir o entristecer a los hijos de los hombres. (Lamentaciones 3:22-33)
Este es, en muchos sentidos, uno de los más preciosos pasajes de la Biblia. Revela la compasión del corazón de Dios. El juicio, como dice Isaías, es Su extraña obra. Es algo que no le gusta hacer. Él no aflige ni entristece de buena gana a los hijos de los hombres. Nuevas son cada mañana Sus misericordias. En su propio dolor, Jeremías recuerda lo siguiente: que detrás de toda aquella destrucción se hallaba la obra de amor. Dios destruyó Jerusalén porque estaba siguiendo el camino equivocado. La destruyó para poder restaurarla más adelante, y la reconstruyó con gozo, paz y bendición. El Señor no desecha para siempre, y aunque nos causa dolor, Él tendrá compasión.
Al final del capítulo 4, el profeta dice en el versículo 22:
Ya está cumplido tu castigo, hija de Sión. Nunca más hará él que te lleven cautiva. Castigará él tu iniquidad, hija de Edom, y descubrirá tus pecados. (Lamentaciones 4:22)
La hija de Sión se refiere a Israel. La hija de Edom se refiere al país que tiene frontera con Israel y que fue siempre un aguijón en la carne. Edom se usa siempre en las Escrituras como una imagen de la carne. Los edomitas estaban relacionados con Israel y eran los hijos de Esaú, que es una imagen de la carne. El profeta está diciendo: "Dios le pondrá un límite al castigo al que someterá a los suyos. Nunca les lleva demasiado lejos, nunca los disciplina con demasiada dureza, porque hay un límite. El castigo se ha cumplido, y él no va a permitir que continúen en el exilio, pero, en lo que se refiere a la carne, ha sido totalmente dejada de lado, y Edom será castigada".
El capítulo 5 describe la humillación del juicio, pero al final, Jeremías entiende de repente algo de suma importancia (versículo 19):
Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre; tu trono, de generación en generación. (Lamentaciones 5:19)
¿Qué quiere decir esto? Bueno, lo que quiere decir es que, aunque el hombre perezca en el dolor, Dios permanece, y, debido a ello, el gran propósito y la obra de Dios perduran. Dios no hace nunca las cosas de manera temporal; todo cuanto hace permanece para siempre. Jeremías se da cuenta de que lo que Dios le ha enseñado por medio de su dolor tendrá un uso práctico. Aunque tuviese que morir en medio de su sufrimiento, los propósitos de Dios perdurarían. Dios está sencillamente haciendo los preparativos para una obra que está por manifestarse, y Él no está limitado por el tiempo, porque es eterno. Su trono y Su autoridad permanecen durante todas las generaciones. En términos prácticos, se da cuenta de que después de haber tenido que pasar por un tiempo de sufrimiento, habrá aprendido una verdad acerca de Dios que hará que sea totalmente insensible a cualquier clase de prueba. Una vez que ha pasado por esto, no hay nada que le pueda tocar, nada que le moleste, nada que le preocupe, nada que le desasosiegue ni le venza. Está listo para afrontar cualquier cosa.
Y en el gran propósito de Dios habrá una oportunidad para usar su fuerza. Pienso con frecuencia acerca de aquellas palabras que dijo nuestro Señor en el capítulo catorce de Lucas, cuando contó a Sus discípulos las dos parábolas acerca de tener en cuenta el costo. Una de ellas era acerca de un hombre que salió al campo de batalla y se encontró con un rey y su ejército viniendo en contra suya. Jesús dijo: "Qué hombre de vosotros hará eso y no se sentará primero a calcular el gasto?". O en otra parábola acerca de edificar una torre, ¿quién no calculará el gasto para ver si tiene suficiente para acabar de construirla?
Normalmente interpretamos esto como que el Señor nos está diciendo: "Si vas a hacerte cristiano, debieras pensártelo a fondo. Deberías tener en cuenta lo que te va a costar. Tendrás que pensar si realmente hablas en serio y si vas a ir adelante con tu propósito". Nada más lejos del significado de Sus palabras. Lo que está diciendo es: "Yo soy el que tiene que tener en cuenta el gasto. Yo, como vuestro Señor y Amo, no salgo a construir una torre sin sentarme primero a calcular el gasto. Tampoco salgo a la batalla contra un rey fiero sin estar antes seguro de lo que necesito para poder ganar la batalla".
En este pasaje, Jesús está explicando por qué dijo a Sus discípulos: "A menos que el hombre abandone a su madre y a su padre, a su hijo o hija, no puede ser mi discípulo". Mientras ellos se quedaban extrañados por estas palabras, les dijo: "Os preguntáis por qué soy tan severo con vosotros, y os lo voy a decir. Es porque voy a salir a realizar una gran obra de edificación. Edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Voy a batallar contra un gran enemigo, un enemigo inteligente e implacable, y tengo que estar seguro de que los hombres que me siguen son hombres de los que pueda depender. Tengo que calcular el costo".
En otras palabras: "Tengo que prepararos para la batalla que irá más allá de esta vida. De modo que quiero hombres que me pertenezcan, que sean total y absolutamente míos, para poder enseñarles, prepararles y conseguir que salgan victoriosas de las pruebas y las dificultades, enseñándoles los grandes principios. Cuando finalmente nos enfrentemos con ella, cuando nos hallemos ante el gran conflicto, tendré hombres de los que podré depender, pero habré calculado el costo".
Es de eso de lo que está hablando. Cuando nosotros aprendemos nuestras lecciones aquí, cuando aprendemos cómo enfrentarnos con el dolor, el sufrimiento, la aflicción de espíritu de este modo limitado aquí, estaremos preparados para que nada nos pueda derrotar, para que nadie nos pueda conquistar en la batalla con la que se enfrenta Dios para someter a todo el universo.
Pienso con frecuencia en esto: ¿Qué es lo que hay más allá? ¿No nos está preparando Dios para una obra mucho más poderosa en el futuro? ¿No nos está capacitando para afrontar un conflicto que se extenderá a los confines de este vasto universo nuestro? Claro que sí. Dios no hace nunca nada sin un propósito y no crea nunca nada sin que tenga un uso para ello. Y todo esto es algo que nos espera. Por eso es por lo que es importante que aprendamos cómo enfrentarnos con el sufrimiento y lo que Dios quiere que aprendamos en medio de todo ello.
Oración
Padre nuestro, gracias por este libro de Lamentaciones, por las lecciones que tiene para nuestros corazones, para que aprendamos a ser fuertes por causa de Tu nombre. Ayúdanos a ser fuertes en el Señor y en la fortaleza de Su poder, para que estemos preparados para ese gran día y ese conflicto aun mayor con el que nos tendremos que enfrentar. En el nombre de Cristo. Amén.