¿Qué sucedería si algún predicador actual se colocase detrás del púlpito y proclamase que Dios estaba de parte de los comunistas? ¿Si dijese que Dios estaba contra los Estados Unidos y que estaba levantando a los comunistas para que fuesen Su pueblo y Sus siervos? ¿Que no le importaba nada la Declaración de Independencia o la Constitución de los Estados Unidos, ni la extensa herencia de alabanza religiosa que existe en nuestra nación? ¿Que dijese, de hecho, que todas aquellas cosas que nosotros enfatizamos son una ofensa para Dios?
¿Y qué pasaría si este predicador incluso abogase porque los cristianos renunciasen a su lealtad hacia su país y se uniesen al partido comunista? ¿Y qué sucedería si el predicador, sujeto a arresto domiciliario, o estando en la cárcel, o abofeteado en público y sus escritos quemados, medio ahogado en un pozo de cieno, no solamente se negase tenazmente a retractarse ni una sola palabra de lo que hubiera dicho, sino que lo volviese a repetir? La verdad es que esta situación imaginaria se parece bastante a lo que nos cuenta el libro de Jeremías. Esto es exactamente lo que fue llamado a hacer Jeremías.
Imagínese a sí mismo como ese predicador. Imagínese cómo se sentiría si nadie le escuchase y le persiguiesen por todas partes, y si no pudiera usted hallar consuelo en el matrimonio porque los tiempos fueran demasiado difíciles y Dios le hubiera dicho a usted que debía permanecer soltero. Se sentiría usted abandonado y solo, y hasta sus amigos le darían la espalda.
Y si al intentar usted abandonar y negarse a ser esa clase de predicador, se encontrase con que no le era posible abandonar, que la palabra de Dios consumiese sus huesos, y se viese usted obligado a proclamar el mensaje tanto si quisiera como si no. Y a pesar del mensaje que le han pedido que proclame, el amor que siente usted hacia su país fuese sincero y profundo, al verlo rodeado por los enemigos, tomado por la fuerza y saqueado, y se sintiese usted abrumado por un profundo sufrimiento que se convirtiese en lamentaciones de dolor.
Tal vez ahora entienda usted por qué Jeremías, de entre todos los profetas, fue sin duda alguna el más heroico. Isaías escribió más pasajes exaltados y posiblemente más exactos acerca de la venida del Mesías y la plenitud de Su obra. Otros profetas hablaron con más exactitud con respecto a los acontecimientos futuros que habrían de cumplirse, pero Jeremías sobresale entre los profetas como un hombre heroico, de un valor intrépido. Durante muchos años tuvo que soportar esta clase de persecución en su vida sin poder abandonar. Ese es todo un récord, ¿no es cierto? Al leer este libro verá usted que fue realmente un hombre extraordinario.
Jeremías vivió durante los últimos días de una nación en decadencia. Fue el último profeta de Judá, el reino del sur. Judá continuó después de que las diez tribus del norte fuesen llevadas cautivas bajo Asiria. (Isaías lo profetizó unos sesenta años antes de Jeremías.) Jeremías aparece hacia el final del reinado del último rey justo de Judá, el rey niño llamado Josías, que dirigió el último avivamiento que experimentó la nación antes de ser llevada cautiva. (Este avivamiento bajo el reinado de Josías fue un asunto bastante superficial; de hecho, el profeta Hilquías le había dicho que a pesar de que el pueblo le seguiría en su esfuerzo por reformar la nación y regresar a Dios, lo harían solamente porque le querían a él, pero no porque amasen a Dios.)
Jeremías aparece, por lo tanto, a mediados del reinado del rey Josías, y su ministerio nos lleva a lo largo del reinado del rey Joacaz, que solo ocupó el trono durante tres meses. A continuación lo ocupó el rey Joacim, que fue uno de los reyes más malvados de Judá, y el reinado de tres meses de duración de Joaquín, que fue capturado por Nabucodonosor y llevado cautivo a Babilonia. Y Jeremías estaba todavía vivo cuando ocupó el trono el último rey de Judá, llamado Sedequías, al final de cuyo reinado regresó Nabucodonosor, destruyendo totalmente la ciudad de Jerusalén y llevando a toda la nación cautiva a Babilonia.
El ministerio de Jeremías abarca un período de cuarenta años, y durante todo este tiempo el profeta no vio ni una sola vez la más mínima señal de éxito en su ministerio. Su mensaje era de denuncia y reforma, y el pueblo nunca le obedeció. Los otros profetas vieron, en cierta medida, el impacto producido en la nación por su mensaje, pero no le sucedió así a Jeremías. Fue llamado a un ministerio de fracaso, a pesar de lo cual pudo seguir adelante durante cuarenta años y ser fiel a Dios, llevando a cabo Sus propósitos: el dar testimonio frente a una nación en decadencia.
En toda la trama de la profecía completa se entrelazan dos factores muy importantes. Uno de ellos está relacionado con el destino de la nación, y la otra tiene que ver con los sentimientos del profeta, y ambas son instructivas.
Para empezar, las profecías de Jeremías, que tienen que ver con la suerte que habrá de correr la nación, reflejan el conocido tema de todos los profetas. Jeremías le recuerda al pueblo que el principio del error en sus vidas ha sido que no se han tomado a Dios en serio, sino que han tomado Sus palabras a la ligera. No prestaron demasiada atención a lo que Él les dijo, haciendo lo que les parecía bien en su opinión en lugar de examinar su comportamiento a la luz de la revelación y la palabra de Dios.
Como leemos en los libros históricos, habían caído tan bajo durante los primeros días del reinado de Josías que hasta habían perdido el ejemplar que tenían de la Ley. Por lo que sabemos, no había ya en la tierra de Judá nadie que tuviese acceso a la Palabra de Dios, y el ejemplar que se encontraba en el templo, y que debería haber estado en el lugar central de la adoración, se encontraba perdido en algún lugar de una habitación en la parte de atrás, y solo lo encontraron por casualidad, y el haberlo descubierto sirvió para estimular el avivamiento dirigido por Josías.
Eso nos da una idea de lo lejos que habían llegado, hasta perder el contacto con la Palabra de Dios. Habían adoptado el peligroso principio de hacer lo que estaba bien a sus propios ojos. O al menos lo que creían que estaba bien. Son muchas las personas que hacen esto cuando saben que algo está mal a los ojos de Dios. Eso de por sí ya es malo, pero resulta igualmente peligroso juzgar por nosotros mismos lo que está bien, porque no tenemos la habilidad necesaria para juzgar como es debido, y eso era lo que estaba sucediendo en Israel.
Como resultado de ello, adoptaron los valores de las personas mundanas que les rodeaban y acabaron adorando a los dioses de otras naciones. Esto provocó, como sucede siempre, una serie de altercados y luchas, con un nivel moral muy bajo y pervirtiendo la justicia. Establecieron alianzas militares con naciones impías que estaban alrededor de Israel, y el país fue cayendo gradualmente cada vez más y más bajo en la escala moral.
Fue precisamente a esta nación a la que fue Jeremías, y el mensaje que le fue ordenado que proclamase fue de juicio: que la rebeldía nacional les conduciría a la ruina nacional. A lo largo de todo este libro encontramos estas profecías, que describen con exactitud la manera en que Dios estaba levantando a un pueblo terrible e impío, fiero y cruel, que barrería la tierra y destruiría todo cuanto hallase a su paso, mostrándose totalmente implacables, destruyendo las murallas y el templo, además de llevarse aquellas cosas que la nación valoraba; e Israel sería llevada cautiva. Dios juzgó de este modo a Israel.
Pero Jeremías también deja perfectamente claro a lo largo de todos estos pasajes que el juicio mediante el cual Dios juzga lo pronuncia con un corazón apesadumbrado y afligido, y el profeta mira más allá de los 70 años de cautividad que anunció. (Más adelante, al leer este mismo libro de Jeremías, el profeta Daniel se dio cuenta de que Dios había anunciado que la cautividad duraría exactamente 70 años. Así fue cómo Daniel supo que estaba llegando el fin del tiempo y podía esperar ver el restablecimiento de la nación y cómo ésta regresaba de nuevo a la tierra.) Jeremías ve más allá de la cautividad para contemplar la restauración del pueblo y, de esa manera tan particular que tienen de hacerlo los profetas, de repente su visión pasa de los acontecimientos inmediatos a los lejanos y luego a la reunificación de la nación a su tierra. Jeremías tiene una visión de los días en que comenzará el reinado del milenio, cuando Israel, restaurada y bendecida y llamada por Dios, se convertirá en el centro del mundo.
A mitad del libro, en los capítulos del 30 al 33, encontramos una asombrosa y preciosa profecía, que fue escrita cuando Jeremías estaba en la mazmorra. Se encontraba en un profundo pozo de cieno, con el barro a una altura de casi un metro, y solo entraba desde arriba un tenue rayo de luz. En medio de esa desalentadora y deplorable circunstancia, el profeta fue guiado por el Espíritu de Dios a escribir esta fulgurante visión de los días en que Israel sería llamada de nuevo, en los que Dios promete ser su Dios y caminar entre ellos, olvidándose de su pecado. A mitad del capítulo 31, nos encontramos con la gran promesa del nuevo pacto que será establecido con Israel.
Estas palabras las recoge el escritor de la epístola a los hebreos (Hebreos 8:8-12). Además el Señor mismo se refirió a esta misma profecía cuando se reunió con Sus discípulos la noche antes de ser crucificado e instituyó la Santa Cena. Al tomar la copa después del pan, la elevó y les dijo: "porque esto es mi sangre del nuevo pacto..." (Mateo 26:28a). Se estaba refiriendo a los días de la profecía de Jeremías relacionada con el pacto que Dios establecería con Su pueblo en aquel día lejano que aún había de venir.
Ahora bien, en el sentido definitivo, el cumplimiento de ese pacto se encuentra aún en un futuro distante. Dios lo está cumpliendo hoy entre los gentiles en la iglesia (que se compone tanto de judíos como de gentiles), pero el cumplimiento definitivo de la misma en cuanto a la nación de Israel permanece en el futuro, como anunció Jeremías:
"Vienen días, dice Jehová, en los cuales haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día en que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la inscribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: ꞌConoce a Jehováꞌ, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová. Porque perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado". (Jeremías 31:31-34)
¡Qué imagen tan maravillosa es esa! Es el cumplimiento de la visión que le fue concedido tener a Jeremías, en el capítulo 18, cuando Dios le dijo que descendiese a la casa del alfarero. Ese es un extraño lugar para que vaya un profeta, pero fue allí donde le envió Dios.
Al contemplar Jeremías al alfarero trabajando, le vio haciendo recipientes en su rueda, y al dar vueltas la rueda, el alfarero le iba dando forma a la vasija. Y mientras Jeremías lo estaba viendo, la vasija que estaba en la mano del alfarero se estropeó y se rompió. Entonces el alfarero agarró la vasija y una vez más unió el material, formando un montón con la masa y dándole forma por segunda vez, haciendo la vasija como a él le gustaba.
A lo largo de todo este libro encontrará usted ayudas visuales o lecciones objetivas. A los profetas se les da bien dar esta clase de lecciones, y eso es justo lo que hace Jeremías. Esta es la gran lección objetiva de Dios sobre lo que hace con una vida destrozada. La toma y le vuelve a dar nuevamente forma, no según los fracasos y los disparatados sueños de la persona, sino de acuerdo con los deseos del Alfarero, porque el Alfarero tiene poder sobre el barro para darle la forma que Él quiera. Jeremías habla acerca de una profecía de ruina, de devastación, de destrucción y de juicio, pero más allá de eso está la esperanza y la gloria de los días en los que Dios habrá de dar nueva forma a la vasija, y esto es algo que se aplica no solo a una nación, sino a la persona de modo individual.
Ahora bien, el segundo tema de Jeremías está relacionado con los sentimientos del profeta. Las honestas reacciones de Jeremías frente a las situaciones con las que se enfrenta encierran una gran lección para nosotros. Se dará usted cuenta de que tiene que luchar constantemente contra el desánimo. ¿Quién no tendría que hacerlo con semejante ministerio? No ve ni la más mínima señal de éxito, y el sombrío espectro de la decepción y la depresión sigue sus pasos de cerca durante estos cuarenta años.
Una de las cosas más asombrosas acerca de este profeta es que cuando se encuentra en público, se muestra tan intrépido como león. Habla a los reyes, a los asesinos y a los capitanes que le amenazan enfurecidos, pero no muestra el más mínimo temor. Les mira fijamente a los ojos y transmite el mensaje de Dios acerca de la destrucción de ellos. Pero cuando se encuentra a solas, a solas con Dios, se siente dominado por el desaliento, la depresión, el resentimiento y la amargura, y todo sale a la superficie. El profeta se vuelve a Dios y clama, diciendo:
"¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida incurable, que no admitió curación?". (Jeremías 15:18a)
Es decir: "Este problema me persigue todo el tiempo, no desaparece nunca, y nunca mejoran las cosas; no cesa y se niega a resolverse". Y luego dice a Dios:
"¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables?". (Jeremías 15:18b)
Le está acusando a Dios de ser mentiroso y de no poder depender de Él. Esas palabras son realmente fuertes, ¿verdad? No hay duda de ello. ¿Son palabras sinceras? Absolutamente. Está expresando exactamente lo que siente y ha comenzado a preguntarse si el problema realmente consiste en que no se puede uno fiar de Dios. Al echar un vistazo atrás a este relato, verá usted que lo que primeramente le preocupa al profeta es la persecución:
"Tú lo sabes, oh Jehová; acuérdate de mí, visítame y véngame de mis enemigos". (Jeremías 15:15a)
Aquí tenemos el caso de un hombre que se ve acosado por dondequiera que va. No solamente padece persecución, sino que se le burlan y le ridiculizan, despreciándole:
"No me reproches en la prolongación de tu enojo; sabes que por amor de ti sufro afrenta". (Jeremías 15:15b)
El tercer elemento de su problema es la soledad:
"No me senté en compañía de burladores ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo, porque me llenaste de indignación". (Jeremías 15:17)
¿No son estos generalmente los ingredientes del desánimo con el que nos enfrentamos nosotros? Sentimos que han abusado de nosotros y nos han perseguido. Sentimos que hemos intentado hacer lo correcto, pero todo el mundo o bien lo pasa por alto o vuelve para causarnos problemas. O se burlan de nosotros y ridiculizan, y nos sentimos abrumados por la soledad y la depresión de espíritu. Nos sentimos incluso abandonados.
Puede que diga usted: "Ya sé lo que le pasa a este hombre. Es evidente que ha perdido su fe. La desobediencia, esa es la respuesta rápida y sencilla de lo que sin pensárnoslo dos veces acusamos a alguien que sufre de este modo, pero no es ese el caso de Jeremías, pues si se fija usted verá que está pidiendo en oración:
"Tú lo sabes, oh Jehová; acuérdate de mí, visítame...". (Jeremías 15:15a)
Y se está alimentando de la Palabra:
"Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, Jehová, Dios de los ejércitos". (Jeremías 15:16)
Está leyendo su Biblia y alimentándose de la Palabra, y está dando testimonio.
"... sabes que por amor de ti sufro afrenta". (Jeremías 15:15b)
Ha estado hablándoles acerca del Señor y está separado. Veamos de nuevo lo que dice el versículo 17:
"No me senté en compañía de burladores...". (Jeremías 15:17a)
No estamos hablando de un hombre cuya fe se ha enfriado, ¿verdad? Porque estas son precisamente las cosas que tenemos que hacer cuando nos sentimos desanimados y deprimidos. Necesitamos orar y leer la Biblia, además de darle testimonio a otras personas y mantenernos alejados del demonio. ¿No es esa la respuesta? ¿No es esa la fórmula? Pero aquí tenemos a un hombre que está haciendo todas estas cosas, a pesar de lo cual todavía sigue derrotado y desanimado. Entonces, ¿cuál es el problema?
El problema consiste en que se ha olvidado de su llamamiento. Se ha olvidado de que Dios ha prometido estar con él, de modo que Dios vuelve a llamarle:
Por tanto, así dijo Jehová: "Si te conviertes, yo te restauraré...". (Jeremías 15:19a)
Dios ofrece siempre, por medio de las Escrituras, la respuesta a un corazón que se ha desanimado. "Vuelve", le dice Dios, "vuelve. Regresa al comienzo, a las cosas originales. Y Él dice:
"Si te conviertes, yo te restauraré y estarás delante de mí; y si separas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. ¡Conviértanse ellos a ti; mas tú no te conviertas a ellos! Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce; pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. Yo te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes". (Jeremías 15:19-21)
Eso fue lo que le dijo Dios al principio. Fíjese en el llamamiento de este hombre en el capítulo 1:
Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: "Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones". (Jeremías 1:4-5)
Y Jeremías dijo:
"¡Ah, ah, Señor Jehová! ¡Yo no sé hablar, porque soy un muchacho!" [Posiblemente tuviese unos diecisiete años cuando recibió este llamamiento.] Me dijo Jehová: "No digas: ꞌSoy un muchachoꞌ, porque a todo lo que te envíe irás, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová". Extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: "He puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y destruir, para arruinar y derribar, para edificar y plantar". (Jeremías 1:6-10)
Y cuando desde el fondo de la depresión y el desánimo el profeta recibe el llamamiento de nuevo por la promesa de Dios, se le recuerda que Dios es superior a las circunstancias y que por muy deprimentes que parezcan, o por negativas que sean, el Dios que le ha llamado es el que le puede sacar adelante en medio de todo ello, siempre y cuando deje de depender de sí mismo y mire a Dios (como hizo Pedro al caminar sobre el agua) y comience a andar de nuevo.
Y por medio de la fortaleza que recibe, gracias a esta lección, continúa con su ministerio, en medio de circunstancias que le desaniman, para ser finalmente llevado como prisionero a Egipto, donde murió. No ha quedado información acerca de su muerte, pero Jeremías fue fiel hasta el fin, aprendiendo a andar conforme a la fortaleza del Señor su Dios. Y nos presenta esta maravillosa profecía de la gracia de Dios para restablecer las vidas y para tomar los espíritus destrozados, derribados, heridos y derrotados, y convertirlos una vez más en vasijas que le complacen a Él.
Oración
Padre nuestro, gracias por el enorme estímulo que nos ofrece este gran profeta al contemplar la decadencia de nuestra propia nación y la derrota de tantas empresas que se han llevado a cabo en Tu nombre. Somos testigos de la burla y el ridículo ante Tu Palabra y todo lo que se refiere a Ti. Te pedimos que nos ayudes a que nos demos cuenta y recordemos que Tú eres el Dios que abres y nadie cierra, y cierras y nadie abre, que haces Tu voluntad en las naciones, que estableces y que derrotas, que construyes y plantas, y que llevas a cabo Tus propósitos. Ayúdanos a dejar de fijar los ojos en nosotros mismos y nuestras circunstancias, para fijarnos en Ti y en Tus grandes propósitos, y para que seamos fuertes en Ti y Tu poder. Lo pedimos en Tu nombre. Amén.