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Antiguo Testamento

Ezequiel: Las ruedas, los huesos y la restauración

Autor: Ray C. Stedman


Un hombre estaba sobre su tejado, arreglando la antena de su televisión, cuando resbaló y comenzó a caerse por los canales del tejado. Intentó frenar su caída, pero se cayó por el borde. A pesar de eso se las arregló para agarrarse a los aleros del canalón al caerse y, agarrado allí, estaba suspendido de los aleros. No podía mirar hacia abajo y no sabía la distancia que faltaba hasta el suelo, de modo que en su desesperación clamó: "¡Oh, Dios mío, ayúdame!". Y una voz le contestó: "Estoy dispuesto a ayudarte". Y el hombre le contestó: "Dime lo que tengo que hacer". La voz le preguntó: "¿Confías en mi?". "Sí, confío en ti". La voz le dijo de nuevo: "Está bien, entonces suéltate". Y el hombre le preguntó: "Hay alguien más ahí arriba que me pueda ayudar?".

Ese es siempre el problema que tienen los hombres que, debido a las circunstancias, no están dispuestos a confiar en Dios, negándose a depositar su fe y su confianza en un Dios que se ha revelado a Sí mismo a ellos como perfecto, adecuado y completamente digno de nuestra confianza y perfectamente fiel.

Montaigne, el filósofo francés, escribiendo totalmente aparte de la revelación cristiana, dijo: "Todo hombre lleva escrito en sí mismo la historia del mundo". Con esas palabras quiso decir sencillamente que la historia no es otra cosa que una información escrita acerca de lo que ya ha sido escrito en los confines del corazón humano, y la historia del mundo no es otra cosa que la extensión de la vida de la persona. El libro de Ezequiel sigue el curso de las causas de la cautividad de la nación de Israel, y por qué se metió en ese tremendo lío. Esta es la historia de la nación, pero también es la historia de una persona. Y debido a ello, es la historia de toda la humanidad. Los libros del Antiguo Testamento fueron escritos con este principio en mente y son, por lo tanto, de enorme valor para nosotros, ya que lo que le sucede a la nación es exactamente lo que nos sucede a nosotros. Examinándolos cuidadosamente, podemos ver un ejemplo de nuestros problemas y circunstancias expresados en estos libros.

Ezequiel estuvo cautivo en la tierra de Babilonia. Había sido llevado por Nabucodonosor cuando la nación de Judá fue llevada cautiva, como describe la importante profecía de Jeremías. De modo que Ezequiel es el primer profeta de la cautividad. Hubo dos profetas durante dicha cautividad: Ezequiel y Daniel. Ezequiel era mayor que Daniel y profetizó durante los primeros veinte o veinticinco años de ese período de setenta años cuando Israel estuvo cautiva en Babilonia.

El relato de este libro es la historia de la humanidad, y el libro comienza con una tremenda visión de Dios, porque toda la vida tiene su origen en Dios, que es el más importante factor en la existencia y en la historia. Si va usted a pensar en cualquier cosa, es preciso empezar por alguna parte. Cualquier persona que quiera pensar con lógica acerca de la vida debe comenzar siempre con Dios, y ahí es precisamente donde empieza la Biblia. "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Este libro de Ezequiel empieza, por lo tanto, con una visión mística de Dios. La gloria del profeta Ezequiel es que vio a Dios más claramente que ninguno de los otros profetas. Si necesita usted que su corazón se sienta estimulado por la revelación del carácter y la gloria de Dios, lea Ezequiel, porque él es el gran profeta que contempló la gloria de Dios.

El libro empieza de manera dramática con la visión que contempló Ezequiel junto al río Quebar en la tierra de Babilonia:

Miré, y vi que venía del norte un viento huracanado y una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor. En medio del fuego algo semejante al bronce refulgente; (Ezequiel 1:4)

Ese es un espectáculo lo suficientemente dramático como para llamar la atención de cualquier. A continuación dice:

y en medio de todo vi la figura de cuatro seres vivientes. (Ezequiel 1:5a)

Y nos describe a estas criaturas. Cada una de ellas tenía cuatro caras, las caras de un hombre, un águila, un buey y un león. Estas cuatro caras giraban en todas las direcciones, viendo por todos los lados. Después de ver a las cuatro criaturas vivientes, vio unas ruedas (que se describen en una antigua canción: "Ezequiel vio una rueda, allá arriba en medio del aire; la rueda grande funcionaba por la fe y la pequeña por la gracia de Dios, una rueda dentro de otra, allá en medio del aire"). Ezequiel vio que estas ruedas giraban, una rueda dentro de la otra. Al mirar arriba vio también una bóveda celeste, brillando en todo su esplendor, y por encima del firmamento, al elevar la vista más arriba todavía, vio un trono, y sobre él estaba sentado un hombre.

Si ha leído usted el libro de Apocalipsis reconocerá que hay grandes semejanzas con lo que vio Juan, que también vio a cuatro criaturas vivientes. También él vio un trono y sobre el trono a un hombre. Por lo tanto, esto es una revelación de la grandeza y la majestad de Dios, relatada de manera simbólica.

No podemos interpretar todo esto, porque existe un misterio acerca de la persona de Dios, pero lo que ve Ezequiel es, hablando en general, el poder y la majestad de Dios. Resulta interesante que las cuatro criaturas vivientes que se describen destaquen el carácter de Dios, y siempre se describen con caras de león, de hombre, de buey y de águila. A lo largo de toda la historia estas cosas han representado, de modo simbólico, ciertas cualidades. El león es siempre la imagen de la soberanía, de la supremacía: "el rey de las fieras". El hombre es la imagen de la inteligencia y del entendimiento. El buey es el símbolo de la servidumbre y del sacrificio. Y el águila es el símbolo de poder y de la deidad, de algo que se eleva por encima de toda la creación. Lo significativo es que los cuatro evangelios presentan cada una de estas cuatro cualidades con respecto a Jesucristo. Aparece primero en el evangelio de Mateo como el rey, el león, que es el rey de las fieras, el soberano de todos. Aparece en el evangelio de Marcos como el siervo, el buey. En el evangelio de Lucas, es el hombre en su inteligencia, su discernimiento y su comprensión de la vida, y en el evangelio de Juan es la deidad. Estas cuatro reflejan el carácter de Jesucristo.

Y a pesar de que Ezequiel no entiende esto, aunque no percibe el significado de la visión, pudo contemplar la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo (2 Corintios 4:6). Eso es debido a que Dios se revela por medio de Cristo, y Ezequiel vio tan claramente como pudo la revelación de Dios en Jesucristo.

A continuación Ezequiel pasa rápidamente a las profecías que tienen que ver con el fracaso del hombre, que se describen de manera bastante extensa. Al contemplar Ezequiel sus visiones, ve la gloria de Dios alejarse del templo en Jerusalén, saliendo del atrio y pasando al patio exterior, y a continuación trasladándose al monte de los Olivos y elevándose desde allí.

Claro que esta profecía se cumplió cuando nuestro Señor salió del templo, pasando por el valle de Cedrón, ascendiendo por la ladera del monte de los Olivos, yendo hacia el huerto de Getsemaní; y después, una vez que fue crucificado y que hubo resucitado, ascendió desde el monte a la gloria.

Al llegar a este punto, hay un largo pasaje en el que Ezequiel describe la degradación del hombre, el resultado de que los hombres rechazasen la gracia de Dios, y nos cuenta cómo Dios lucha con ese pueblo, llamándole para que regrese, cómo intenta ganárselos, hacer que despierten de la insensatez de darle la espalda a la gloria de Dios. Por fin el pueblo tiene que pasar por momentos de grandes dificultades, de aflicción y de castigo, mientras Dios sigue esforzándose por hacer que vuelvan a recuperar el sentido, que se den cuenta de lo que están haciendo, para mostrarles que el hombre ha sido creado con el fin de tener comunión con Dios, y que sin Él lo único que consigue es debilitarse más y más, dejándose arrastrar por la insensatez y la degradación.

El profeta es llamado a transmitir el mensaje de Dios de manera simbólica y dramática. En una ocasión Dios le pide que se tumbe de lado sobre el costado izquierdo todos los días durante 390 días (¡eso es tumbarse sobre el costado izquierdo durante más de un año!) y luego a tumbarse sobre su costado derecho durante 40 días, siendo todo ello una imagen de los 390 años que Dios había tenido que luchar para intentar conseguir que la nación recuperase el sentido, y los restantes 40 años en los que el juicio era inminente. Durante todos esos años Dios se abstuvo de juzgarles, hasta que por fin permitió que Nabucodonosor llegase y se llevase al pueblo, saqueando la ciudad y destrozando el templo, llevándose al pueblo a la tierra de Babilonia.

Aquí encontramos los motivos por los que el hombre se pervierte y se degrada, y Ezequiel describe la justicia del juicio de Dios. Cuando el hombre decide evitar al Dios que le creó, ¿qué otra cosa queda sino el juicio? Si nosotros descuidamos a Dios, que es totalmente esencial para nuestro ser, y nos negamos a prestar atención a Su amor y Su gracia, entonces lo único que nos queda es experimentar los resultados por haberle dado la espalda.

El profeta entiende todo el juicio que cayó sobre este pueblo, entiende las fuerzas que se ocultan tras él. En el capítulo 28 hay un pasaje extraordinario en el que el profeta habla acerca del juicio en la tierra de Tiro y Sidón. Habla sobre el príncipe de Tiro y, tras él, un hombre al que llama el rey de Tiro.

La mayoría de los eruditos de la Biblia lo han reconocido, porque el punto álgido de la visión al que se refiere el profeta trata no solo acerca del que de hecho fue príncipe de la ciudad de Tiro, el hombre que ocupaba entonces el trono en aquella ciudad marinera, sino que está mirando por encima de él y de las cosas visibles de Tiro, a ese individuo siniestro que llama el rey de Tiro. Este rey simboliza lo que el Nuevo Testamento llama los principados y los poderes, los gobernantes de este mundo en las actuales tinieblas, que manipulan las cosas en la tierra y que son los causantes de acontecimientos que vemos mencionados a diario en nuestros periódicos. En otras palabras, se trata de los poderes satánicos.

En el capítulo 28, tenemos un pasaje que muchos eruditos bíblicos creen que es posible entender totalmente solo si tenemos en cuenta que se aplica a la caída del propio Satanás. Y este es uno de solo dos pasajes que aparecen en toda la Biblia en los que se menciona la caída de Satanás:

"Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra, y delante de los reyes te pondré por espectáculo. Con tus muchas maldades y con la iniquidad de tus tratos comerciales profanaste tu santuario... " (Ezequiel 28:17-18a)

El motivo de la caída de Satanás se menciona en Isaías 14, donde el príncipe de las tinieblas dice: "Yo haré" en cinco ocasiones. Y aquí Dios está juzgando este orgullo, que se exalta a sí mismo en lugar de exaltar a Dios.

Ahora el profeta vuelve para hablar acerca de la gracia restauradora de Dios, y en el capítulo 37 se encuentra la extraordinaria visión del valle de los huesos secos. Esto también ha sido usado en un cántico bien conocido. El profeta contempla esta visión al ver el valle con todos los huesos secos: los huesos se unen siguiendo una orden dada por Dios, sin que haya aliento en ellos, pero entonces viene Dios y sopla sobre ellos, y cobran vida una vez más. Esta imagen de la gracia restauradora de Dios es un ejemplo de lo que Dios va a hacer con la nación de Israel. En lo que a Dios se refiere, Israel se ha encontrado en un estado de muerte durante diecinueve siglos, pero llegará el día en el que Dios soplará sobre esta nación, y, al igual que estos huesos secos, recibirá nueva vida, y Dios restablecerá Su reino en la tierra.

En los capítulos 38 y 39, el profeta ve el futuro muy lejano hasta el último ataque contra Israel, cuando los enemigos de la nación se tendrán que enfrentar con las fuerzas celestiales que les juzgarán sobre las montañas de Israel, donde serán enterrados.

Comenzando en el capítulo 40, vemos un anuncio sobre la restauración del templo del milenio. En esta gran visión el profeta contempla el templo con todos sus detalles: la gloria de Dios, que vuelve al lugar santísimo, la shekinah que se establece en el lugar santísimo una vez más. El libro termina con un pasaje maravilloso, en el capítulo 47, que describe su visión del trono de Dios. Debajo del trono pasa el río de Dios, arrollando a través del templo hasta la parte del este, pasando por la tierra y a continuación en dirección al Mar Muerto para sanar sus aguas. Esta es una maravillosa imagen del Espíritu de Dios en los días del reino milenario.

Esa es una interpretación literal de este libro, una profecía sobre la restauración de Israel, pero eso no quiere decir que se haya agotado el significado de este libro. Si esto lo leemos como si solo se refiriese al cumplimiento literal, nos perderíamos una gran parte del valor y toda la belleza de este libro. Porque toda esta historia se puede aplicar a usted como persona. Lo que Dios hace, a gran escala, en la historia del mundo, está dispuesto a hacerlo a menor escala en la historia de su vida de usted. Y Él está dispuesto a llamar de la muerte y a dar vida a la nación que se vuelva a Él en medio de la degradación y la debilidad, como estaba dispuesto a hacerlo por Israel y como lo hará también por la persona de manera individual. Por lo tanto, aquí tenemos una preciosa imagen de la gracia salvadora de Jesucristo, haciendo que tengamos vida en Él, volviéndonos a llamar a la gloria de nuestra humanidad, como hombres y mujeres, viviendo la vida que Él desea para nosotros. A continuación hallamos una imagen de los enemigos con los que nos enfrentamos y cómo Dios va delante de nosotros y los destruye uno por uno cuando andamos por fe.

Finalmente encontramos la maravillosa imagen del templo del hombre restaurado. ¿Qué es el templo del hombre? En el Nuevo Testamento Pablo dice que nosotros somos "templo del Dios viviente" (2 Corintios 6:16). ¿Pero qué es en nosotros el templo en el que Dios habita? Es el espíritu humano. Nuestro espíritu fue creado para convertirse en el lugar santísimo en el que mora el Dios vivo. Por lo tanto, el secreto de una experiencia humana plena, de una vida emocionante, de una vida que tenga un continuo significado y sentido, es una vida en la que se descubran los recursos del Espíritu Santo. Esto es algo acerca de lo cual se nos ofrece un precioso retrato en esta imagen del capítulo 47 de Ezequiel. Quiero concluir con esto, porque creo que esto pone de relieve todo el énfasis del libro:

[El ángel] me hizo volver luego a la entrada de la casa. Y vi que salían aguas por debajo del umbral de la casa hacia el oriente, porque la fachada de la casa estaba al oriente; y las aguas descendían por debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar...

Salió el hombre hacia el oriente, llevando un cordel en la mano. Midió mil codos y me hizo pasar por las aguas, que me llegaban hasta los tobillos. Midió otros mil y me hizo pasar por las aguas, que me llegaban hasta las rodillas. Midió luego otros mil y me hizo pasar por las aguas, que me llegaban hasta la cintura. Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía cruzar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. Y me dijo: ¿Has visto, hijo de hombre?". Después me llevó, y me hizo volver por la ribera del río. Y al volver vi que en la ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado. Entonces me dijo: "Estas aguas salen a la región del oriente, descienden al Arabá y entran en el mar. Y al entrar en el mar, las aguas son saneadas. Todo ser viviente que nade por dondequiera que entren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas. Vivirá todo lo que entre en ese río. (Ezequiel 47:1-9)

¿Le recuerda esto algo? ¿Lee usted en esto y oye usted en esto las palabras que pronunció nuestro Señor y de las que ha quedado constancia en Juan 7, cuando estaba en el templo durante el último día de la fiesta y dijo: "Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva". "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, pues aún no había venido el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado" (Juan 7:37-39). Este es el recurso de la vida cristiana.

Examinemos los diferentes aspectos de este recurso. Primero, está la fuente del río. ¿De dónde procede? Ezequiel dijo: "Vi un trono y por debajo de él salía un río". Las aguas del Espíritu proceden del trono mismo de Dios, de la supremacía de Su autoridad, el lugar más elevado del universo, el lugar donde nuestro Señor Jesús recibió el don prometido del Espíritu en el día de Pentecostés.

Mientras el profeta lo contempla, ve que sigue su curso pasando más allá del altar, el lugar del sacrificio. Y una de las cosas importantes que tenemos que aprender como cristianos es que no podemos nunca beber del río del Espíritu a menos que estemos dispuestos a hacerlo pasando por la cruz del Calvario. Es solo cuando estamos dispuestos a aceptar el juicio de la muerte sobre la carne, es decir, el hombre natural y sus habilidades, sus ambiciones y deseos, cuando podemos beber del río del Espíritu de Dios.

Fijémonos en el poder que tiene este río. Ha crecido rápidamente, de modo que hay que pasarlo a nado, a pesar de que no se ha añadido ningún otro río a él. No llega a él ningún arroyo, sino que es un gran torrente de vida que corre y que sale por debajo del trono de Dios.

Al leer esto, fíjese en la experiencia del profeta. Es guiado a ello paso a paso, y dice en tres ocasiones "y me hizo pasar". ¿Le está Dios haciendo a usted pasar? ¿Ha tenido usted alguna vez esta experiencia? El primer paso es el lugar donde están las aguas hasta la altura del tobillo. ¿No es esta la imagen de un hombre que solo ha experimentado de una manera superficial el sentido de la gracia y del poder de Dios en su vida? Es un cristiano, pero es lo que las Escrituras llaman un cristiano carnal, lleno aún de disputas, de luchas y de agitación interna. No ha aprendido nada acerca de la paz de Dios, sino que es desobediente. Lucha en contra de la gracia de Dios cada vez que se da la vuelta, y solo le llega el agua a los tobillos. Y mucha gente no pasa de ahí.

Pero el profeta dice: "y me hizo pasar por las aguas... hasta las rodillas". Las aguas le llegan hasta las rodillas. ¿Le ha llegado a usted ya el agua hasta ahí? ¿Ha comenzado usted a tener hambre y sed y deseo de orar y buscar el rostro de Dios? Aquí tenemos el caso de un hombre que no se queda satisfecho sencillamente con haber nacido de nuevo, sino que anhela mucho más. Está de rodillas, está clamando a Dios, deseando mucho más.

"Y me hizo pasar", dice, y el agua le llegó hasta la cintura, comenzando a apoderarse de él. Ahora hay menos de él y más de la gracia de Dios. Los lomos son siempre el símbolo del poder, y ha llegado al lugar en el que está comenzando a captar algo acerca del poder de Dios, a darse cuenta del hecho de que "no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los Ejércitos" (Zacarías 4:6), se vive la vida cristiana. El secreto no radica en su ardiente deseo de hacer algo por Dios, o su celo consagrado por que fluya en él, sino su tranquila dependencia del Espíritu que mora en él.

Luego va un paso más allá y dice: "Las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado". Aquí tenemos el caso de una persona totalmente entregada, que está hasta la cabeza. Está ahí fuera donde está siendo arrastrado por la corriente de la gracia de Dios. ¿Y cuál es el efecto de este río en la tierra? Cuando el profeta es conducido por las riberas dice: "vi que en la ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado": fertilidad. La esterilidad de la tierra ha sido sanada, y el río es fértil y fluye por todas partes, y las cosas comienzan a vivir.

¿Ha aprendido esto ya? Todo esto ha quedado escrito para nosotros. Juan ve el mismo río, en Apocalipsis: "Después me mostró un río limpio, de agua de vida, resplandeciente como cristal, que fluía del trono de Dios... en medio de la calle de la ciudad... (Apocalipsis 22:1-2). Pasa por el centro mismo de la vida. ¿Ha encontrado usted ya el río del Espíritu? Solo cuando aprendemos estas poderosas verdades puede tener sentido la vida cristiana. Hasta entonces, no es más que un sendero fatigoso, angosto y difícil, una lucha por mantener las cosas como deben estar, pero cuando comenzamos a experimentar el poderoso y creciente torrente de los ríos de agua viva, el fluir del Espíritu de Dios en el centro mismo de nuestra vida, todo comienza a cobrar vida, y entonces la vida tiene sentido para nosotros y es una vida plena.

Esto es algo que ve el profeta, y acaba este precioso libro con una descripción del templo (que, por cierto, puede ser una imagen definitiva del cuerpo resucitado, que es el nuevo templo de Dios). Pero mire lo que dice el último versículo de la profecía. Dice en él:

"Todo el contorno tendrá 18.000 cañas [vasta, ilimitada, una gran ciudad]. Y desde aquel día el nombre de la ciudad será Jehová-sama [Jehová allí]". (Ezequiel 48:35)

Así es como la llamó Ezequiel. La primera vez que los discípulos fueron llamados cristianos fue en Antioquía, y no fueron ellos los que se llamaron cristianos, sino que fue cómo les llamaron. Cristiano quiere decir "el de Cristo, uno que pertenece a Cristo", y al observar las gentes de Antioquía a estas curiosas personas, les llamaron "los de Cristo", porque el Señor estaba allí.

Oración

Padre nuestro, pedimos que sea esta nuestra experiencia y que veamos fluir con poder el río de Dios en nuestras vidas y descubramos Su poder, Su gracia y Su profundidad, entregándonos de lleno a Ti, para que pueda haber sanidad, fertilidad, y para que podamos escapar de la infertilidad en nuestras vidas. Gracias, Señor, por esta preciosa imagen y por la verdad que encontramos en ella. Gracias porque estas cosas pueden formar parte de nuestra experiencia ahora mismo por medio de Jesucristo nuestro Señor, aquel que es el cumplimiento de la imagen de Dios, para que al mirarle, seamos transformados de gloria en gloria, hasta que tengamos Su misma imagen. Te damos gracias por estos poderosos hechos y te pedimos que sean una realidad en nuestra experiencia además de en nuestra fe. En el nombre de Cristo. Amén.