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Antiguo Testamento

Amós: Dios no tiene favoritos

Autor: Ray C. Stedman


El mensaje de Amós, uno de los profetas menores del Antiguo Testamento, es un tanto diferente al resto de los mensajes de los otros profetas, y ha sido señalado como algo único. El mensaje de este libro es básicamente declarar la imparcialidad de Dios, que no tiene favoritos. Él no concede a una persona lo que no le concede a otra, pues no existe la idea de ser el niño favorito de Dios. Él no da más a una persona que a otra, de acuerdo con las promesas que Él hace. Cualquiera que esté dispuesto a cumplir con las condiciones de las promesas se encontrará con que Dios derrama sobre él Sus bendiciones, sin importar quien es esa persona, y el que dé por hecho estas condiciones se encontrará con que Dios le juzgará y Su Palabra le condenará, sea quien sea; y ese es el mensaje de Amós.

Nos cuesta trabajo creerlo, ¿verdad? Estamos condicionados a pensar que Dios reacciona de la misma manera que lo hace el hombre y que si nos ganamos Su favor podemos contar con Su bondad. O tal vez creamos que podemos librarnos y no tendremos que enfrentarnos con la misma clase de juicio con el que se tendrá que enfrentar otra persona, o que podemos obtener un puesto especial o disfrutar privilegios especiales de Dios que nadie más disfruta. Ambos extremos de esta actitud se reflejan en los diferentes grupos y personas individuales de vez en cuando.

Sin embargo, el libro de Amós es una clara afirmación de que Dios no es así ni mucho menos. Por lo tanto, el mensaje de este libro puede tener el mismo impacto que un puñetazo en la cara. Si usted cree de verdad tener una posición privilegiada y especial con Dios, este libro es una fuerza brutal, chocante e impresionante. La tendencia que tienen los corazones humanos es o bien considerarse como personas favoritas o exactamente lo contrario, diciendo que somos criaturas tan pobres y tan desgraciadamente fracasadas que Dios jamás nos miraría y que son otros los que tienen el derecho a obtener el favor de Dios. Creo que esta es una tendencia universal entre nosotros. Siempre nos estamos diciendo a nosotros mismos: "¿Por qué tiene que pasarme esto a mi?", cuando nos sucede una tragedia; o cuando es otra la persona que recibe los honores, decimos: "¿Por qué no podría pasarme eso a mi?".

No puedo evitar pensar en la historia que me contó un amigo hace poco. Sucedió en la ciudad de Nueva York, a la hora punta en el metro, una noche de un cálido día de verano. Había montones de personas que se metían en los vagones abarrotados al arrancar los trenes y salir de la estación, y cada uno de los vagones estaba lleno a tope. Sucedió que un hombre fue casualmente el último en entrar a empujones en el vagón y se encontró de cara a las puertas. Estas se cerraron y el tren arrancó. Él estaba allí apretujado contra las puertas, con toda aquella humanidad apretujándole en el vagón. Al avanzar el tren por los carriles meneándose, comenzó a sentirse un poco mareado. Cuanto más avanzaba, más mareado se sentía, y justo en el momento crítico, el vagón llegó a una estación y se abrieron las puertas, y él devolvió sobre el hombre que se encontraba en la plataforma justo delante de él. Pero al no moverse nadie, la puerta se cerró de repente y el tren volvió a arrancar y salió de la estación, y el hombre que estaba sobre la plataforma se quedó mirándose a sí mismo y, encogiéndose de hombros, dijo: "¿Por qué yo?".

Cuando el profeta Amós llegó al reino del norte de Israel, esa fue exactamente la reacción que tuvo. Las gentes de aquella región le miraron como si acabase de devolver sobre ellos, pues estaban asqueados con él, y esa era exactamente la actitud de aquellas gentes.

¿Por qué nosotros? ¿Por qué no ir a alguna otra parte? Esto es algo que se ve reflejado en los ensayos biográficos que nos ofrece este libro, que comienza con estas palabras:

Las palabras de Amós, que fue uno de los pastores [o ganaderos] de Tecoa, que profetizó acerca de Israel en días de Uzías, rey de Judá, y en días de Jeroboam hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto. (Amós 1:1)

Esto deja claro que este libro y el profeta Amós eran contemporáneos del profeta Oseas, y también de Isaías y el reino del sur, y que él fue uno de los primeros escritores proféticos. Lo que destaca este libro es el hecho de que no era un profeta que se había capacitado como tal, sino que era un laico. Algunos sugieren que si tenemos en cuenta que se consideraba a sí mismo un ganadero o, como se traduce aquí, como pastor, fue el primero de una larga lista de predicadores cowboys. No sé si eso le marcó como una persona que no disfrutaba del favor del pueblo, pero sea como fuere su mensaje, no les resultó aceptable.

En el capítulo 7, Amós añade otra nota personal. He aquí la reacción a su mensaje al llegar al reino del norte:

Entonces el sacerdote Amasías de Bet-el, envió a decir a Jeroboam, rey de Israel: "Amós se ha levantado contra ti en medio de la casa de Israel; la tierra no puede sufrir todas sus palabras. Porque así ha dicho Amós: ꞌJeroboam morirá a espada, e Israel será llevado de su tierra en cautiverioꞌ". (Amós 7:10-11)

Ese era el peso del mensaje del profeta. Dios iba a exilar a Israel; iba a juzgar a la nación y al rey.

Y Amasías dijo a Amós: "Vidente, vete, huye a la tierra de Judá, come allá tu pan y profetiza allá". (Amós 7:12)

Amasías le dice: "No vengas a nosotros. Vuélvete a tu ciudad; vete al país del que viniste y profetiza allí".

"Pero no profetices más en Bet-el, porque es santuario del rey, y capital del reino". (Amós 7:13)

Y el resuelto y severo Amós, con sus antecedentes de hombre de campo y su brusquedad, dijo:

"No soy profeta ni soy hijo de profeta... "

Eso quiere decir: "Yo no he acudido a la escuela de los profetas". No quería decir que su padre no fuese profeta, sino que él no había asistido a la escuela aceptada de los profetas.

"... sino que soy boyero y recojo higos silvestres [un granjero]. Y Jehová me tomó de detrás del ganado, y me dijo: ꞌVe y profetiza a mi pueblo Israelꞌ". (Amós 7:14b-15)

Al leerlo nos encontramos con algo de la oposición al mensaje de este hombre al ir declarando la carga que sentía el Señor por la tierra de Israel en el reino del norte, encontrando su mensaje muy duro de aceptar.

Amós iba por ahí transmitiendo el mensaje de Dios de una manera muy interesante. Si tuviese usted un mapa de Israel y pudiese localizar los países que se mencionan aquí y colocase usted Israel justo en el centro del mapa, se daría cuenta de que Amós va alrededor de las fronteras de Israel, en diferentes direcciones, transmitiendo un mensaje acerca de las naciones colindantes. En el capítulo 1, comienza con Damasco, que se encuentra en la parte noreste por encima de Israel. Le transmite a Damasco un mensaje mostrando a Israel cómo iba Dios a juzgar a Damasco, especialmente por causa de la crueldad del pueblo. A continuación desciende a la costa al oeste, por la antigua tierra de Filistea, o lo que se llama aquí la tierra de Gaza. Y recuerda de nuevo a Israel que Dios ha juzgado a esta tierra. ¿Por qué? Debido a que el pueblo ha participado en un activo comercio de esclavos.

Luego regresa por la costa a la tierra de Tiro, al noroeste de Israel, y aquí muestra cómo Dios ha juzgado a este país, debido a que el pueblo había quebrantado los acuerdos. Después continua hacia abajo, hasta el sur de Israel, hasta la tierra de Edom, el antiguo país de Esaú, y una vez allí, habla acerca de cómo había caído el juicio de Dios sobre la nación, debido a que el pueblo tenía un espíritu despiadado y un odio implacable hacia Israel. Después de esto, sigue por la parte este de Israel, a la tierra de Amón. (Por cierto, Amón es actualmente la nación de Jordania, y su capital es la capital de la antigua Amón.) Aquí explica que Dios ha juzgado esta parte del país por causa de su codicia, su avaricia, su deseo de apoderarse de la tierra de otros. Luego sigue al sur hasta Moab, todavía en el lado de Israel, y les dice que Dios ha juzgado a Moab por causa de su odio contra Israel. Y luego llega al reino del sur, a Judá mismo, y en una breve referencia les hace ver que, debido a que Judá ha despreciado la ley de Dios, Su juicio ha caído sobre el país. Llega por fin justo a los diez reinos, al reino del norte en la nación de Israel, y allí anuncia que Dios va a juzgarles por la corrupción y por la injusticia de sus corazones.

Al leer este relato, verá usted que el pueblo de Israel estuvo bastante tranquilo mientras Amós habló acerca de otras naciones. Se lo tomaron de manera bastante complaciente, teniendo más o menos la actitud de que "bueno, les ha pasado justo lo que se habían estado buscando". Pero cuando el profeta fijó su vista y se centró en Israel, el pueblo se puso furioso y dijo: "¿Por qué no te marchas y predicas en otra parte?". Este es casi inevitablemente el resultado cuando los predicadores son fieles al mensaje de Dios. Pero el resto del libro se concentra en el reino del norte de Israel.

Comenzando con el capítulo 3, encontramos las palabras del profeta que dirige Dios a esta nación. Comienza apuntando el hecho de que eran un pueblo que tenían una posición privilegiada y especial ante Dios:

Oíd esta palabra que ha hablado Jehová contra vosotros, hijos de Israel, contra toda la familia que hice subir de la tierra de Egipto: (Amós 3:1)

Están esperando ahora el mensaje de Amós, y él les dice:

"A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra... " (Amós 3:2a)

Eso era lo que ellos deseaban oír. Esa era la señal de que eran el pueblo privilegiado de Dios, Su pueblo elegido. Eran aquellos acerca de los cuales Dios mismo había dicho que Él había conocido de todas las familias de la tierra. Nos los imaginamos henchidos de orgullo y arrogancia al decir esto el profeta. Pero a continuación reciben, por así decirlo, un puñetazo en la cara, como si les hubieran dado un martillazo:

"... por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades". (Amós 3:2b)

En ese momento vemos cómo se les muda el rostro. Como ve usted, lo que era la señal de su orgullo era además el motivo por el que Dios dice que habían de ser, de modo especial, sujetos a juicio. La luz crea la responsabilidad, y el privilegio expone al más penetrante juicio. Y al ser llamado este pueblo a tener semejante relación fueron al mismo tiempo sujetos a la más severa y dura forma de juicio.

Esto es lo que quiere decir Pedro en el Nuevo Testamento al decir: "Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios" (1 Pedro 4:17a). Siempre empieza ahí. Dios empieza siempre por juzgar a Su pueblo y a continuación juzga a los que están a su alrededor. La palabra del profeta es que debido a que somos el pueblo de Dios, no significa que Dios no vaya a juzgar el mal que hay en nuestras vidas. Todo lo contrario, nos juzgará con más dureza.

A continuación Amós explica la relación tan íntima y especial que tenemos con Dios en el capítulo 3:

¿Andarán dos juntos si no están de acuerdo? (Amós 3:3)

Asi es cómo camina Dios con Su pueblo, y luego les habla, diciendo:

Porque no hará nada Jehová, el Señor, sin revelar su secreto a sus siervos los profetas. (Amós 3:7)

Estas eran las cosas que marcaban su relación especial y privilegiada ante Dios. Caminaban con Él, hablaban con Dios, pero por este motivo el profeta dice que Dios va a enviar Su juicio.

Luego anuncia en qué consiste. ¿Recuerda usted la historia de los dos becerros de oro que fueron erigidos por el rey Jeroboam en las ciudades de Bet-el y de Dan (1 Reyes 12:28)? Israel fue enviada a adorar allí, y el pueblo llamaba a aquellos becerros Jehová, y adoraban y se inclinaban ante esas imágenes doradas. Aquellos dos becerros representaban dos ideas básicas en Israel, por las que Dios estaba incesantemente juzgando a Su pueblo. Además, son ideas que prevalecen actualmente entre las gentes.

Aquellos becerros dorados, que habían sido fabricados con oro, representaban el deseo que tenía aquel pueblo de obtener ganancias materiales, de su amor a la riqueza y al materialismo, el dios del oro. Y debido a que eran becerros, o jóvenes toros, eran representantes de los dioses paganos del sexo, los dioses de la fertilidad o de la potencia sexual. De modo que la adoración de estos becerros gemelos, hechos de oro, eran esencialmente simbólicos de la adoración por parte del pueblo del materialismo y el sexo. Eso suena muy moderno, ¿verdad? Y la palabra del profeta a este pueblo era que, debido a que participaban en esta clase de adoración, Dios estaba levantando a la nación de Asiria para que descendiese del norte, atacase y se llevase a Israel al cautiverio.

Pues bien, teniendo en cuenta la paciencia de Dios, transcurrieron doscientos años antes de que esto sucediese. Pero Dios lo anunció con tanta antelación para que el pueblo tuviese tiempo de arrepentirse, y les dejó muy claro que eso sucedería a menos que se volviesen a Él. Incluso en este relato, el profeta muestra cómo Dios había intentado con paciencia que despertasen a Su advertencia. En el capítulo 4, leemos acerca de cinco ocasiones diferentes en las que Dios mandó algo para hacerles despertar, para hacerles pensar, para hacer que se detuviesen y cesasen en su curso descendente. Dice:

Os hice pasar hambre en todas vuestras ciudades y hubo falta de pan en todos vuestros pueblos [es decir, pasaron por una hambruna]; mas no os volvisteis a mí, dice Jehová. También os detuve la lluvia tres meses antes de la siega; hice llover sobre una ciudad y sobre otra ciudad no hice llover... [Dios hizo a propósito que se espaciase la lluvia, a fin de que fuesen plenamente conscientes de que eso sucedía por mano divina.] Con todo, no os volvisteis a mí, dice Jehová. Os herí con viento del este y con oruga; la langosta devoró vuestros muchos huertos... pero nunca os volvisteis a mí, dice Jehová. Envié entre vosotros mortandad tal como en Egipto; maté a espada a vuestros jóvenes, vuestros caballos fueron capturados... mas no os volvisteis a mí, dice Jehová. Os trastorné como Dios trastornó a Sodoma y Gomorra... [es decir, por medio de la acción volcánica, por el fuego y otros desastres], mas no os volvisteis a mí, dice Jehová. (Amós 4:6-11)

Dios dice esto una y otra vez. Esta es una señal de que en ocasiones Dios permite que sucedan cosas en nuestra vida a fin de darnos una sacudida y hacernos despertar. Esto es algo que he visto suceder muchas veces. Al visitar a alguien en el hospital que ha tenido un accidente, me he encontrado con frecuencia que aunque nada indicaba directamente que era posiblemente un juicio de Dios, era aceptado por la persona, y muy apropiadamente, como una advertencia o algo de parte de Dios, como si le estuviese diciendo: "Mira, detente y piensa acerca de dónde te diriges y lo que te está sucediendo". Porque Dios, con Su enorme paciencia, está constantemente intentando hacer que veamos las cosas tal y como son en realidad.

Y a continuación el profeta sigue adelante y pone el dedo sobre la llaga, mostrando exactamente lo que está mal:

Por tanto, puesto que humilláis al pobre y recibís de él carga de trigo, no habitaréis las casas de piedra labrada que edificasteis ni beberéis del vino de las hermosas viñas que plantasteis. Yo sé de vuestras muchas rebeliones y de vuestros grandes pecados; sé que afligís al justo; recibís cohecho y en los tribunales hacéis perder su causa a los pobres. Por tanto, el prudente en tal tiempo calla. (Amós 5:11-13a)

Este es el motivo por el que a los liberales les encanta este libro, porque a Amós se le llama el profeta de la justicia social, el hombre que exigió que el hombre tratase a su prójimo con justicia. A los liberales les encanta este libro por estas declaraciones, como voz de trueno en contra de los males sociales en los días de Amós; y tienen razón. A Dios siempre le molestan las injusticias sociales y no se limita a decirles: "Dejad de hacer estas cosas". Es verdad que lo dice, pero no es eso todo lo que dice al respecto, sino que dice cómo dejar de hacer estas cosas; y eso es lo importante de este mensaje, que encontrará usted claramente expuesto en dos ocasiones en el capítulo 5:

Pero así dice Jehová a la casa de Israel: ¡Buscadme y viviréis". ["No os vayáis a Bet-el, no vayáis donde están los becerros dorados. Buscadme y viviréis".] Buscad a Jehová y vivid, no sea que acometa como fuego a la casa de José. (Amós 5:4, 6a)

¿Cuál es la respuesta para el corazón errante? La respuesta no es solo limpiar su vida, sino volver a Dios. Es arrepentirse y volver de nuevo, volverse, venir al Señor de nuestra salvación, llamándole. Pidamos al Señor que nos ayude a volver a ponernos en pie y que enderece nuestras vidas. Esa es la respuesta. Es siempre el llamamiento que nos hace Dios. Volvamos a entablar una relación con Aquel que nos ama y que con paciencia intenta despertarnos y volver a traernos a Él.

Pero evidentemente la nación siguió resistiéndose a la súplica hecha por el profeta, de modo que dirige dos pasajes concretos a este pueblo, que tratan especialmente los dos puntos de vista extremos del pueblo de Israel, y son puntos de vista casi contradictorios. Primero dice:

¡Ay de los que desean el día de Jehová! (Amós 5:18a)

Y al otro grupo les dice:

¡Ay de los que viven reposados en Sion! (Amós 6:1a)

Aquí tenemos dos puntos de vista muy diferentes entre aquellas gentes. Había aquellos a los que podríamos llamar los hipócritas piadosos, que fueron los primeros en caer bajo el juicio de Dios. "¡Ay de los que desean el día de Jehová!". ¿Qué quiere decir esto? Pues había algunas personas que iban por ahí diciendo: "Este es un día terrible; Dios es muy duro. Las cosas son espantosas". Se retorcían las manos, como si estuviesen haciendo duelo, y realizaban toda clase de rituales y de ceremonias religiosas, diciendo: "No hay esperanza de ninguna clase. ¡Si tan solo viniese ya Dios! Ojalá llegase el día del Señor y ojalá que pudiéramos irnos a nuestro hogar en el cielo". ¿Ha oído usted decir eso alguna vez? Y el profeta truena diciendo: "¡Ay de los que desean el día del Señor!".

Amós dice: "¿Sabéis cómo será ese día? ¿Tenéis idea de lo que estáis diciendo? Pues", les dice: "Será un día oscuro, no de luz. Será como cuando el hombre huye del león y se encuentra con un oso, y como si entrase en una casa y apoyase su mano sobre la pared, y le mordiese una serpiente. Habláis acerca del día del Señor. ¡Pero no tenéis idea de lo que estáis diciendo! ¡Ay de vosotros!". Y Dios dice:

Aborrecí, desprecié vuestras solemnidades y no me complaceré en vuestras asambleas [actividades religiosas]... vuestros holocaustos... Quita de mí la multitud de tus cantares... las salmodías de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas y la justicia como arroyo impetuoso. (Amós 5:21-24)

¿Nos libramos alguna vez de todo esto? Dios desea la verdad en lo interior, en el centro de la vida, no una apariencia exterior. Dios puede ver a través de esa farsa y pretensión sin la menor dificultad, y no le impresiona para nada cuando participamos en actividades religiosas. "Tú amas la verdad en lo íntimo" (Salmo 51:6).

Pero había otro grupo que decía: "Estas cosas no nos preocupan. Comamos, bebamos y divirtámonos porque mañana moriremos. Pasémoslo lo mejor que podamos y saquémosle el máximo provecho a la vida; divirtámonos todo cuanto podamos mientras nos sea posible". Y el profeta dice: "¡Ay de los que viven reposados en Sion!".

Amós pregunta: "¿Cómo podéis estar tan tranquilos, mientras la nación se muestra tan inquieta? ¿Cómo podéis quedaros satisfechos con las riquezas y la buena vida, cuando hay personas que están padeciendo en las calles y el juicio ha desaparecido de vuestros tribunales?". Y a continuación nos encontramos con este poderoso mensaje:

Duermen en camas de marfil y reposan sobre vuestros lechos; comen los corderos del rebaño y los novillos sacados del establo; gorjean al son de la flauta... (Amós 6:4-5a)

... ¿en medio de la amenaza del juicio de Dios? Estos son los dos grupos con actitudes extremas. Al seguir adelante Amós, muestra en una serie de visiones que le fueron dadas que el pueblo está listo para que le sometan a juicio.

Nos encontramos por fin con la última escena, casi siempre representada por los profetas: una escena de belleza, de paz y de gloria. Revela lo que quiere Dios y, por lo tanto, por qué Dios está furioso con la hipocresía. Escuche estas palabras:

En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David: cerraré sus portillos, levantaré sus ruinas y lo edificaré como en el tiempo pasado. (Amós 9:11)

¿Recuerda usted dónde se cita eso en el Nuevo Testamento? En el primer concilio de Jerusalén, en Hechos 15, cuando se preguntaban si Dios iba a salvar a los gentiles sin la ley de Moisés, Santiago se puso en pie y citó este versículo de Amós: "Los profetas", dijo, "han declarado que Dios mandará su gracia a los gentiles", y citó este versículo (Hechos 15:15-18). La palabra de Dios era que levantaría el tabernáculo, o la cabaña, de David que había caído, y repararía sus portillos. Esta es una imagen de la venida de Cristo, representando la casa de David. Y en la resurrección del Señor Jesús, fue transmitida palabra a todos los pueblos. Dios habría de bendecir al mundo a través de Él: "para que aquellos sobre los cuales es invocado mi nombre posean el resto de Edom y todos las naciones, dice Jehová, que hace esto" (Amós 9:12).

A continuación encontramos esta maravillosa escena:

Ciertamente vienen días, dice Jehová, cuando el que ara alcanzará al segador, y el que pisa las uvas al que lleve la simiente; los montes destilarán mosto, y todos los collados se derretirán. Traeré del cautiverio a mi pueblo Israel: ellos edificarán las ciudades asoladas y las habitarán; plantarán viñas y beberán de su vino, y harán huertos y comerán de su fruto. Pues los plantaré sobre su tierra y nunca más serán arrancados de la tierra que yo les di, ha dicho Jehová, tu Dios. (Amós 9:13-15)

Claro que esta es una imagen de los días del milenio, cuando Israel será por fin restaurada a su tierra, para no ser nunca más echada de ella.

Entonces, ¿por qué está Dios tan furioso con Su pueblo? Si la crueldad le pone furioso, es porque Su corazón se empeña en la bondad hacia el hombre. Si la opresión despierta Su ira, es porque quiere que los hombres vivan en amor y en paz. Si el dolor que se causa a otros hace que caiga el juicio de Dios, es porque Su corazón se ha empeñado en la felicidad y el bienestar de la humanidad.

El mensaje de este libro es que Dios es implacable cuando comienza a tratar con el hombre y no está dispuesto a hacer la paz ni a transigir. Cuando comienza a tratar con una nación, insiste en los valores absolutos. Cuando empieza a tratar a una persona en particular, está tratando con los valores absolutos. El mero hecho de que seamos cristianos no quiere decir que escaparemos a la condenación del juicio de la Palabra de Dios con respecto a aquellos aspectos en los que intentamos transigir. Por el hecho de que haga 40 años que somos cristianos, eso no cambia lo implacable de la Palabra de Dios al buscar y escudriñar nuestros corazones y nuestras vidas, porque Dios no cambia.

Lo que nos dice este profeta es que estamos tratando con un Dios de justicia y de un celo riguroso e inflexible, que no está dispuesto a transigir de ninguna manera, pero, con todo y con eso, nuestro Dios es un Dios de paciencia y de amor. El matiz de fondo de este libro, como en el caso de todos los profetas, es el derramamiento del amor del corazón de Dios, que desea el bienestar y la felicidad de la humanidad, manifestándose de vez en cuando con unas maravillosas formas de expresión. Apuntalando todo el libro está la promesa de llevar por fin a Israel, y de igual modo a todo el pueblo de Dios, a aquel día en que el hombre vivirá en paz y con gozo, con bendiciones que llenarán los corazones de los hombres. ¡Qué gran mensaje de la imparcialidad de la gracia de Dios!

Oración

Padre, te damos gracias por habernos permitido tener esta visión de Ti. Te damos gracias porque eres un Dios que no cambia; no hay en Ti sombra de cambio. Señor, cuando tratamos contigo, tratamos con uno que nos es fiel. ¡Qué enorme gozo nos hace sentir esto, al hallar en nuestros propios corazones el anhelo de ser hechos puros, de ser justos ante Ti, de no detenernos ante nada a fin de que podamos ser lo que Tú quieres que seamos! Y al mismo tiempo, Señor, eso hace que sintamos terror en nuestros corazones en aquellos momentos en los que nos sentimos tentados a transigir, a diluir la verdad, a engañarnos a nosotros mismos, a pensar que tal vez podamos librarnos una vez y Tú no te darás cuenta. Señor, enséñanos que Tú siempre nos ves, no solamente para investigarnos como un policía, no para perseguirnos y para acosarnos, sino para bendecirnos y para eliminar de nosotros lo que nos perjudica y lo que nos hiere, para sanarnos y restaurarnos por medio de Tu gracia. Te damos gracias en el nombre de Cristo. Amén.