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Antiguo Testamento

Abdías: Muerte a Edom

Autor: Ray C. Stedman


Abdías, el libro más corto del Antiguo Testamento, es una declaración de juicio contra esa nación antigua, y durante tantos años olvidada, conocida como la tierra de Edom, pero el libro trata de mucho más que esto. Las Escrituras poseen esa maravillosa facultad de parecer una cosa a primera vista, pero a un nivel mucho más profundo producen ricos y poderosos tesoros, y esto es ciertamente el caso de este asombroso libro de Abdías.

Es muy poco lo que sabemos acerca de Abdías, excepto que fue uno de los profetas menores. Hay una referencia a un profeta Abdías en los días de Elías y Eliseo, y se piensa que pueda ser posiblemente el mismo. Sin embargo, el nombre Abdías era un nombre muy corriente entre los hebreos, y es muy posible que no se trate del mismo profeta, porque en su libro Abdías menciona el día en que Jerusalén fue destruida, capturada por ejércitos extranjeros, y eso es algo que sucedió mucho después de los tiempos de Elías y Eliseo. Por lo que la mayoría de los comentaristas bíblicos creen que el autor de este libro fue contemporáneo del profeta Jeremías, el último de los profetas antes de que Jerusalén fuese llevada cautiva.

El nombre Abdías significa "el siervo de Jehová", que realiza la tarea de un siervo. Viene, hace su trabajo y desaparece en el trasfondo; se limita a transmitir su mensaje y a desaparecer; y eso es prácticamente todo lo que sabemos acerca del hombre que escribió este libro.

El libro de Abdías relata la historia de dos naciones, la nación de Israel y la nación de Edom, el país al sur de Israel, al que normalmente nos referimos como el Néguev. Los israelitas marcharon a través de este antiguo país de Edom al dirigirse a la tierra de Israel después de haber estado cautivos y esclavos en Egipto. Al llegar a la tierra tuvieron problemas con los edomitas, que eran enemigos de Israel desde el principio mismo.

Pero tras la historia de estas dos naciones, el libro cuenta el relato de dos hombres. Cada una de las naciones de la Biblia es una sombra prolongada de su fundador, y los dos hombres que se ocultan tras las naciones de Israel y de Edom eran hermanos gemelos. ¿Sabe usted quiénes eran? Eran Jacob y Esaú. Jacob fue el padre de Israel, y Esaú, su hermano gemelo, se convirtió en padre de los edomitas. En la historia de estas dos naciones tenemos además la historia prolongada de estos dos hombres, Jacob y Esaú. En un sentido es como si Dios hubiese hecho una ampliación de estos dos hombres, a tamaño nacional. Al hablar el profeta acerca de esto, vemos que continúa la historia de estos dos hombres: Israel sigue siendo Jacob, y Edom sigue siendo Esaú.

Hubo un perpetuo antagonismo entre Jacob y Esaú. En el libro de Génesis leemos que incluso antes de que naciesen, luchaban en el vientre de su madre. Ese antagonismo marcó las vidas de estos dos hombres y, por consiguiente, las vidas de sus descendientes, las dos naciones de Israel y de Edom.

Como recordará usted del Génesis, Jacob era el niño preferido de su madre, mientras que Esaú era el hombrecito de papá, y había un interminable conflicto entre estos dos hermanos, que no terminó con las vidas de estos hombres. Las naciones continuaron el conflicto, y desde el Génesis a Malaquías hubo la amenaza de lucha y un inquebrantable antagonismo entre ellos. En el libro de Malaquías (y recuerde que el Génesis deja constancia del principio de estas naciones), el último libro del Antiguo Testamento, Dios dice: "amé a Jacob y a Esaú aborrecí" (Malaquías 1:2b-3a). ¿Por qué llega la historia de estos dos hombres a un punto central en esta breve profecía de Abdías? ¿Qué es tan importante sobre estos dos hombres y estas dos naciones?

Esto es lo que deja perfectamente claro el libro de Abdías. Descubrimos en el Nuevo Testamento que existe un antagonismo perpetuo en la naturaleza del cristiano. En Gálatas 5:17, se nos dice que la carne desea lo que es contrario al espíritu y el espíritu lo que es contrario a la carne, y se oponen entre sí.

Dios es un gran ilustrador, que se vale continuamente de imágenes que nos muestra a fin de que podamos entender más fácil y más gráficamente la verdad, porque en este sentido somos niños. Nos gustan las imágenes, prefiriendo ver a oír algo, por lo que Dios tiene muchas imágenes. Ha tomado a estos dos hombres, y posteriormente a las dos naciones que descendieron de ellos, y por medio de la Biblia nos ha ofrecido una imagen consistente del conflicto entre la carne y el espíritu, Jacob y Esaú, Israel y Edom.

(Esto es, por cierto, una maravillosa clave para el estudio de la Biblia. ¿Ha aprendido usted a reconocer lo que podríamos llamar las constantes interpretativas que aparecen en todas las Escrituras? Existen ciertos nombres y figuras, o metáforas y símiles que, una vez que han sido usados para simbolizar algo, mantienen esa característica y esa referencia por toda la Biblia, dondequiera que se usan. Usted sabe de qué modo se aplica esto a ciertos objetos y cosas materiales, como en el caso del aceite. Siempre que se usa el aceite en la Escritura de manera simbólico es una imagen del Espíritu Santo. El vino es siempre la imagen del gozo, la levadura del mal. Estos dos hombres, Jacob y Esaú, así como las naciones de Israel y de Edom, aparecen siempre como una imagen de la lucha entre la carne y el espíritu que tiene lugar en nuestras vidas como creyentes. Esaú codicia lo que tiene Jacob, y éste se opone a Esaú. Los dos grandes principios están irreconciliablemente opuestos el uno al otro.)

Abdías se centra primeramente en Esaú, que es el hombre conforme a la carne, y Edom, la orgullosa nación que procede de la carne, y responde a la pregunta: "¿Por qué aborrece Dios a Esaú?". El problema que tiene Esaú, nos dice el profeta, es el siguiente:

"La soberbia de tu corazón te ha engañado, a ti, que moras en las hendiduras de las peñas, en tu altísima morada, que dices en tu corazón: ꞌ¿Quién me derribará a tierra?ꞌ". (Abdías 1:3)

El problema que tiene Esaú es el orgullo. El orgullo es la raíz de todos los males humanos, y el orgullo es la característica básica de lo que la Biblia llama la carne, que lucha y batalla contra el Espíritu. La carne es un principio que se opone a los propósitos de Dios en la vida humana y desafía continuamente lo que Dios está intentando llevar a cabo. Si somos cristianos, todos nosotros luchamos en nuestro interior contra ello, y su característica básica se revela aquí como el orgullo. Esa es la principal señal de la carne.

Proverbios 6:16 dice: "Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete le son abominables". Y ¿cuál es el número uno en la lista? Una mirada orgullosa; y todo lo demás que aparece después es una variante del orgullo. Todos los que se apresuran tras el mal, el que difunde mentiras, el que levanta falso testimonio y siembra la discordia entre hermanos, todas estas cosas son manifestaciones de ese único mal básico, el orgullo. Esta es la naturaleza satánica, que fue implantada en la raza humana; todos los que han nacido de Adán poseen esta desviación congénita del orgullo, el ego independiente que todo lo evalúa en términos de su importancia o su falta de importancia para la persona. El universo gira alrededor del yo, el dios rival, y eso es orgullo. Eso es Esaú y es Edom. Puede manifestarse en nuestras vidas de mil maneras diferentes, pero hallará usted algunas expresiones comunes de ello en este libro de Abdías.

Una de las maneras de expresarse es por medio de la autosuficiencia:

"... a ti... que decías en tu corazón: ꞌ¿Quién me derribará a tierra?ꞌ. Aunque te remontaras como águila y entre las estrellas pusieras tu nido, de ahí te derribaré, dice Jehová". (Abdías 1:3-4)

Aquí tenemos el caso de un hombre que dice: "Nadie puede tocarme. ¿Quién se va a meter conmigo? Ya he trazado todos mis planes y puedo ir adelante con lo que me había propuesto hacer. Esta actitud de habilidad autosuficiente es una señal de orgullo, y el Señor dice: "Aunque te remontaras como águila y entre las estrellas pusieras tu nido, de allí te derribaré".

La referencia en este libro a "a ti, que moras en las hendiduras de las peñas", es una referencia muy literal a la nación de Edom. Si ha tenido usted el privilegio de visitar la Tierra Santa, puede que haya estado usted en la región del Néguev y haya visitado la ciudad de Petra, "la ciudad rosada de los muertos". A esta asombrosa ciudad se puede llegar a través de enormes fisuras de una milla o más a través de la roca, por un estrecho desfiladero de poca anchura, que lleva al visitante a un lugar abierto donde habían sido tallados templos de la roca viva, gigantescos templos con puertas de unos 12 o 15 metros de altura, y esa era la capital de Edom. Esa era la antigua ciudad, cuyas gentes creían que, debido a que poseían estas defensas naturales, eran inexpugnables. Por lo que su corazón se llenó de orgullo y, como dice el Señor, hablando por boca del profeta, se dejaron engañar por el orgullo de su corazón, pensando que no había nada que les pudiese derribar, pero Dios dijo que serían derribados. Justo unos cuantos años después de los tiempos del Señor, los romanos llegaron y destruyeron las ciudades de Edom y se apoderaron de esta fortaleza inexpugnable, y desde entonces ha estado en ruinas.

Esta clase de autosuficiencia es perfectamente evidente en el hombre que dice: "No necesito a Dios. Puedo ocuparme de mi propia vida sin Dios, gracias a mi propia sabiduría, mi propia fuerza, mis habilidades y mis talentos, y con eso me basta. Eso es todo cuanto necesito para tener éxito en la vida. Pero la autosuficiencia también se encuentra en el cristiano que dice: "Bueno, necesito a Dios; sí, le necesito en momentos de peligro, de temor y de presión, pero soy perfectamente capaz, muchas gracias, de tomar mis propias decisiones con respecto a la muchacha con la que me voy a casar o la carrera que voy a estudiar o los amigos que voy a tener o el coche que me voy a comprar o cualquier cosa por el estilo. Es el mismo espíritu de autosuficiencia, ¿no es cierto?

Lo que caracterizaba al Señor Jesucristo y le destacaba como continuamente opuesto al espíritu de autosuficiencia era su absoluta dependencia del Padre. Nosotros los cristianos tenemos que aprender que si hay algún aspecto de nuestra vida en el que creemos que nos las podemos arreglar sin Dios, es precisamente en ese aspecto en el que estamos manifestando la carne, el orgullo de Edom. Cuando entra usted en su despacho el lunes por la mañana, y el domingo ha sido usted un estupendo cristiano y lo mismo durante todo el fin de semana, pero al llegar el lunes por la mañana, dice usted: "Ahora soy yo el que manda. Sé exactamente lo que hay que hacer aquí; no necesito la Biblia ni a Dios; no necesito que mi religión me ayude aquí; sé cómo funciona exactamente este negocio", está usted manifestando el mismo espíritu de Edom, el espíritu de autosuficiencia. Los cristianos viven muchos aspectos de su vida como si Dios estuviese muerto, y aunque creen en Él, viven como si de hecho estuviese muerto, sin el menor sentido de dependencia de Su sabiduría y de Su fortaleza.

Encontramos también otra forma del orgullo en este breve libro:

"Por la violencia hecha a tu hermano Jacob, te cubrirá la vergüenza, y serás destruido para siempre". (Abdías 1:10)

La violencia es una forma de orgullo, el hombre que pega a su mujer, el niño al que le han pegado palizas, un bebé al que le han roto los huesos y que ha sufrido daños internos. ¿Qué hay tras la violencia del corazón humano? Una personalidad que no se ha quebrantado, un espíritu mimado y cobarde. El orgullo gira solamente alrededor del ego y ataca a todo lo que desafía su reinado supremo en la vida. He estado en un hogar cristiano y he visto a una mujer con los ojos amoratados y con cardenales en las piernas y brazos, porque su esposo cristiano, que era un maestro de escuela dominical, le había pegado una paliza. ¿De dónde procede esta violencia? Es de Edom; es el orgullo de la carne.

He aquí otra forma del orgullo:

"Cuando extraños llevaban cautivo su ejército, cuando extraños entraban por sus puertas y echaban suertes sobre Jerusalén, tú estabas allí presente y te portaste como uno de ellos". [Te limitaste a observar.] (Abdías 1:11)

La indiferencia es una forma de orgullo, y creo que esta es una de las principales causas de las dificultades matrimoniales. En la interminable cantidad de personas que vienen a verme por problemas en su matrimonio, casi de manera inevitable, en algún momento de la conversación oigo la siguiente queja: "Es que actúa con indiferencia. Le traigo sin cuidado, y me ignora". O "Es que mi mujer no me hace ningún caso; no se interesa en las cosas que yo me intereso". ¿No resulta extraño que estas cosas sucedan en hogares cristianos? Y qué pronto se produce esta situación después del noviazgo. Durante el noviazgo se dicen: "¿En qué estás pensando? Dime lo que te gusta". Pero tan pronto como contraen matrimonio, la conversación es: "¿Dónde está la cena? ¿Dónde está el periódico? ¿Qué hay en la tele?". Y el interés es totalmente diferente. ¿Por qué? Pues, porque está obrando Esaú, por eso. La fuerza en la vida humana que Dios detesta es la de Esaú.

Hay otra forma de orgullo acerca de la cual leemos en Abdías:

"No debiste alegrarte del día de tu hermano, del día de su desgracia. No debiste alegrarte de los hijos de Judá el día en que perecieron, ni debiste burlarte en el día de la angustia. No debiste haber entrado por la puerta de mi pueblo en el día de su quebrantamiento; no, no debiste alegrarte de su mal en el día de su quebranto, ni haber echado mano a sus bienes en el día de su calamidad". (Abdías 1:12-13)

Dios acusa a Edom de cometer el pecado de gozarse maliciosamente como una manifestación de este problema básico del orgullo. Fíjese con cuanta frecuencia se oye decir esto a los niños que todavía no han aprendido a ocultar lo que sienten con esa sutil capa de educación: "Sí, sí, sí, te lo tenías merecido". ¿Ha dicho usted eso alguna vez acerca de alguien: "¡Te lo has buscado!"? Se estaba usted gozando maliciosamente. A veces los adultos aprenden a diferenciar, pero de vez en cuando se pone de manifiesto. Se entera usted de que el jefe está enfermo y dice usted: "Nada trivial, espero". ¿Qué dice usted cuando alguien ha fracasado y usted se ha enterado? ¿Dice usted alguna vez: "Ya te lo había dicho. Sabía que pasaría eso; lo he estado esperando todo el tiempo"? Esa es una forma maliciosa de disfrutar. Recuerdo haber leído acerca de un hipocondriaco que hizo que escribiesen en la piedra de su sepultura las palabras: "Ya os dije que estaba enfermo".

¿Qué es lo que causa esto? ¿Por qué nos gusta regodearnos en la desgracia ajena? ¿Qué se oculta tras este perverso deleite en el fracaso o en las faltas de otros? Es Esaú manifestándose en nosotros. La carne lucha contra el espíritu y el espíritu contra la carne. En nuestro orgullo y falta de interés, no nos importa lo que les pase a los demás, siempre que a nosotros nos vaya todo bien.

Otra de las manifestaciones del orgullo es la explotación:

"Tampoco debiste haberte parado en las encrucijadas para matar a los que de ellos escapaban; ni debiste haber entregado a los que quedaban en el día de angustia". (Abdías 1:14)

Cuando se produjo la calamidad, Edom se aprovechó de ello. Los edomitas se trasladaron y vivieron entre el pueblo en cautiverio, aprovechándose del hecho de que eran fugitivos, y usaron sus problemas y su desgracia para su propio beneficio. Entregaron a los supervivientes en el día de la desgracia de Israel y se aprovecharon injustamente. Dios odia que usemos la debilidad o la mala suerte de otros para nuestro propio provecho.

¿Ha oído usted decir alguna vez: "Tenía un contratista que me hizo una oferta sobre un trabajo que quería que me hiciese, pero cometió una equivocación, por lo que ha perdido parte de su valor; así que voy a obligarle a cumplir, porque después de todo yo tengo el contrato. Él lo ha firmado, y voy a obligarle a cumplirlo"? Eso es aprovecharse de que otra persona haya cometido una equivocación, pero nos encontramos con demasiada facilidad con esta situación cuando pasa algo así. Y reaccionamos, diciendo: "Pues, mala suerte; el que la hace la paga". Intentamos meternos y aprovecharnos de la desgracia de otro.

Usted dirá: "Yo nunca haría una cosa así. Pero ¿cuántos de ustedes andan buscando una antigua moneda o una silla muy antigua o que alguna viuda venda los palos de golf de su marido sin saber el valor que tienen? ¡Vaya una oportunidad! Lo que hay que hacer es sacarle provecho".

Esta es solo una lista parcial de la manera de hacer las cosas de Esaú, el hombre al que Dios abomina; pero, lo peor de todo, la tragedia de Esaú, se encuentra en el versículo 3, donde Dios dice:

"La soberbia de tu corazón te ha engañado". (Abdías 1:3a)

Así es como eres, pero no lo sabes. Ciego ante tus propios problemas, sigues adelante, pensando que todo va bien, pero de repente todo se viene abajo, de la misma manera que le sucedió aquí a Edom:

"¡Cómo fueron saqueadas las cosas de Esaú! Sus tesoros escondidos fueron buscados. Todos tus aliados se han engañado; hasta los confines te hicieron llegar; los que estaban en paz contigo te han derrotado; los que comían tu pan te pusieron trampa debajo de ti. ¡No hay en él inteligencia!". (Abdías 1:6-7)

Eso es lo terrible de la soberbia, que nos atrapa y nos engaña, además de despojarnos, sin que nos demos cuenta hasta que es demasiado tarde. Seguimos a trompicones, guiados por nuestro orgullo, arrogancia y vanidad, y creemos que nos está yendo estupendamente. El resto de las personas se dan cuenta de lo que nos está pasando, pero nosotros no nos damos cuenta de que estamos cavando nuestra propia tumba, hasta que se cierne la desgracia sobre nosotros y entonces de repente queda a la vista.

¿Se acuerda usted del relato de "La ropa nueva del emperador"? El emperador hizo un anuncio por todo su reino, buscando a un sastre que le pudiera hacer un traje que le sentase realmente bien. Vino un hombre y le dijo que él le haría el mejor traje que jamás se había hecho. Compró la tela necesaria y se la enseñó al emperador, pero el problema consistía en que allí no había nada. Levantó las manos como si estuviera sujetando un trozo de tela, y le dijo al emperador: "¿Sabe una cosa? Esta tela posee una cualidad extraordinaria. Solo los puros de espíritu pueden verla. Si hay engaño en su corazón, no podrá usted ver esta tela, pero si su corazón es puro, entonces podrá verla. Pero estoy seguro de que usted la ve, ¿no es cierto? El emperador no veía nada, pero movió afirmativamente la cabeza y dijo: "¡Qué tela tan preciosa! ¡Qué tela tan estupenda!. Es exactamente lo que estaba buscando. De modo que aquel hombre le hizo un traje con aquella tela, y fue y se la puso, y el pobre emperador se encontró desnudo, imaginándose que llevaba puesto un traje. Entonces llamó a sus cortesanos para que le admirasen (y, como es natural, les habló de la calidad tan especial de aquella tela); y también ellos dijeron: "¡Caramba, qué traje tan estupendo!".

Nadie estaba dispuesto a admitir que no podía ver nada, hasta que el emperador, guiado por su orgullo y vanidad, decidió salir a las calles de la ciudad, para que todo el mundo le pudiese ver. Allá iba aquel pobre ignorante, paseando su desnudez, y toda la ciudad admirándole, menos un niño pequeño que, poniendo en pie, le dijo: "Pero si el emperador no lleva nada puesto".

¿Qué se puede hacer al respecto? Esa es la situación en la que nos encontramos, ¿no es así? Todos tenemos el problema de la carne en nuestro interior. Pero ese no es el final de la historia:

"Porque cercano está el día de Jehová sobre todas las naciones. Como tú hiciste se hará contigo; tu recompensa volverá sobre tu cabeza. De la manera que vosotros bebisteis en mi santo monte, beberán continuamente todas las naciones; beberán, engullirán y serán como si nunca hubiesen existido". (Abdías 1:15-16)

En otras palabras, Dios ha determinado el juicio sobre Edom, y es imposible escapar a Él. ¿Le suena eso a destrucción? Pues lo es, para Esaú. No hay esperanza para Esaú; no hay salida. Esaú no puede de ninguna manera escapar al juicio de Dios, porque siempre está contra él. Uno de los nietos de Esaú era un hombre que se llamaba Amalec, que se opuso a los israelitas cuando estos iban de camino a Canaán. En Éxodo 17:14-16, se cuenta que Dios dijo a Moisés: "... borraré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo". Y Moisés dice: "Jehová estará en guerra con Amalec de generación en generación". Eso es lo que está diciendo Dios con respecto a la carne, que nunca hará las paces con ella.

Pero el día de triunfo es para Jacob:

"Mas en el monte Sión [el monte Sión es Jerusalén, o Jacob] habrá un resto que se salvará; será santo, y la casa de Jacob recuperará sus posesiones. La casa de Jacob será fuego, la casa de José será llama y la casa de Edom estopa; los quemarán y los consumirán: ni siquiera un resto quedará de la casa de Esaú, porque Jehová lo ha dicho". (Abdías 1:17-18)

Y finalmente:

"Y subirán salvadores al monte Sión para juzgar al monte de Esaú. ¡El reino será de Jehová!". (Abdías 1:21)

Podemos decir que esta es la falta de compasión de Dios, que se ha empeñado en Su corazón en destruir a Esaú. Después de todo, esa es toda la historia de la venida del Espíritu Santo para morar en el corazón humano, ha venido con el fin de destruir a Esaú y todas estas características de la carne. Él las destruirá en todos los que le pertenezcan y hará que Jacob reciba la herencia completa de todas sus posesiones, y el arma que usa es el juicio de la cruz.

¿No resulta interesante que al llegar al Nuevo Testamento nos encontremos con estos dos mismos principios personificados en dos personas que se encuentran cara a cara en las páginas de los Evangelios. Durante la última semana de los sufrimientos con los que se tuvo que enfrentar nuestro Señor, se halla ante la presencia de Herodes. Se nos dice que Herodes era idumeo, que es otra manera de decir Edom, es decir es un edomita. Jesús está ante Herodes; el representante de Jacob y el representante de Esaú se encuentran cara a cara. Herodes el edomita, orgulloso, arrogante y rebelde, contempla la cruel burla de los soldados mientras desnudan al Señor y le ponen las vestiduras reales. El escritor del Evangelio dice que Herodes le hizo un montón de preguntas, pero no hay respuesta para el hijo de Esaú del hijo de Jacob. No tiene nada que discutir con él. No puede haber compromiso, porque Dios no tiene nada que decirle a la carne, nada aparte del juicio.

¿Y cuál es el tema definitivo de este relato? El prisionero tuvo que ir a la cruz y al sepulcro, y de él salió el Rey, pero el rey Herodes acabó cayendo en desgracia, en el exilio y, finalmente, en una tumba en un país extranjero. Más allá de eso, es un prisionero, encadenado por su propia culpa, y lo está eternamente.

¿Cuál de estos dos es usted? ¿Es usted un rey o un prisionero? ¿Es Esaú o es Jacob el que gobierna? ¿Sabe usted algo acerca de esta cruz despiadada, que le niega a usted el derecho a la autosuficiencia, al estilo propio, a la ventaja personal, a la propia explotación, a todas estas cosas, negándole la indiferencia, al placer maligno o el fariseísmo? ¿Ha aprendido usted a tomar posesión de sus posesiones, como tenía la intención de hacer Jacob, para que el reino, el reino de su vida, le pertenezca al Señor? ¿O sigue usted siendo prisionero, como Herodes, creyendo ser libre, de un trono de autoridad, pero, a pesar de ello, sigue usted atado a las cadenas indestructibles por el hecho de que se niega usted a pasar por la muerte que le libera?

Oración

Padre nuestro, examina ahora nuestros corazones, mientras vemos gráficamente cómo este ejemplo del Antiguo Testamento nos presenta la verdad del Nuevo Testamento. Al colocarnos cara a cara, frente al espejo de Tu Palabra, nos hemos contemplado a nosotros mismos. Ojalá que no seamos como aquellos a los que describe Santiago, que se miran en el espejo, se ven a sí mismos y siguen por su camino, olvidándose de inmediato de la clase de hombres que son. ¡Que Dios nos conceda la gracia necesaria para rendirnos ante Ti, la cruz y el juicio sobre nuestra propia vida, para que conozcamos la gloria de esta poderosa verdad, que posea nuestras posesiones, para que el reino le pertenezca al Señor! Lo pedimos en Su nombre. Amén.